Fuera de la ley

?La muestra? Pero si ni siquiera la tengo. Alcé la cabeza para responderle, pero no logré verlo. Entonces me detuve. Sentía como si mi aura estuviera penetrando en mi interior, arrastrando con ella mi carne y mis huesos. El dolor me estaba quemando por dentro y, gimoteando, dejé de luchar. Quería marcharme de allí, ?no?

 

El dolor desapareció. Un hilo plateado me atravesó de arriba abajo y, antes de que pudiera maravillarme de la celestial ausencia de dolor, noté que mis pul-mones se esforzaban por respirar, a pesar de que todavía no lo habían logrado del todo. Estaba bocabajo, o al menos lo estaría en cuanto mi aura terminara de alzarse a través de mí, creando la ilusión de que mi alma volvía a estar rodeada de carne. Cuando se terminaron de formar los pulmones, empecé a jadear y me quedé mirando el oscuro suelo laminado que tenía a cinco centímetros de la cara. Podía ver. Y olía a… ?lejía?

 

Se podía oír el suave murmullo de una persona realizando un conjuro, y el aire estaba cargado de un fuerte olor a cera mezclado con el hedor a ámbar quemado que yo misma desprendía. Me coloqué la mano frente a la cara y observé el claro resplandor de mi aura. Podía verla. Se suponía que no debía poder hacerlo.

 

Inspiré de nuevo y la bruma dorada se desvaneció. El conjuro se había diluido en una especie de respiración colectiva. Me encontraba en el sótano de alguien. Me habían invocado utilizando el nombre de Al. No era posible. Aquello no podía estar pasando. Confundida, miré más allá de mis rizos grasientos y húmedos, y divisé un grupo de figuras vestidas con túnicas negras que me observaban desde la seguridad que les ofrecía encontrarse al otro lado de la resplandeciente cortina de siempre jamás.

 

—Se?or de las tinieblas —dijo una voz joven y masculina. De pronto la reconocí y el corazón me dio un vuelco—. ?Estás… bien?

 

 

 

 

 

29.

 

 

—?Tú! —bramé. La confusión inicial se desvaneció cuando vi los rasgos juve-niles y bien definidos del agente de la SI, que estaba de pie delante de la larga mesa de reuniones que había en el sótano de Betty.

 

Furiosa, recobré la compostura y me puse en pie, aunque permanecí encor-vada hasta que no estuve completamente segura de que no iba a golpear la capa verde de siempre jamás que se elevaba sobre mi cabeza. Me encontraba sobre la tarima, en medio de un amplio círculo que llenaba la cavidad de un pentáculo. Unas velas blancas con tonos verdosos marcaban las esquinas, y todas ellas presentaban una apariencia brumosa, ya que existían al mismo tiempo allí y en siempre jamás. Una sustancia pringosa del color del alquitrán marcaba los límites de mi celda, y me quedé horrorizada al darme cuenta de que habían usado sangre, y no sal, para dibujar el círculo. Maldita sea, estoy en medio de un círculo negro.

 

En aquel momento dirigí la mirada hacia la grieta de la pared y sentí que la gente allí reunida retrocedía. Eran seis, incluido Tom Bansen. Una música pene-traba a través del techo. Se trataba de las notas graves de un bajo, que sonaban como el latido de un corazón, y creí reconocerlo. El tufo a lejía y a moho me dio a entender que Betty había estado limpiando, pero aun así, no conseguía mitigar el repugnante hedor a siempre jamás que había traído conmigo. ?Dios! Necesitaba urgentemente una ducha.

 

Al verme, Tom abrió los ojos como platos. La gabardina que llevaba se había vuelto blanca por la ceniza y los restos de sal, tenía el pelo revuelto, y estaba cubierta por una capa de polvo y de arenilla de siempre jamás. Delante de él había tres hombres, todos ellos vestidos con túnicas negras. Las capuchas les daban un aspecto ridículo, pero aquella gente había estado invocando a Al de-liberadamente, y lo habían dejado marchar, a sabiendas de que iba a matarme.

 

Enfurecida, bajé tres escalones y estuve a punto de tropezar con el arco de siempre jamás tras el cual estaba apresada. La claustrofobia hizo que el corazón se me encogiera, e inspiré con fuerza.

 

—?Déjame salir! —grité frustrada sintiendo que la energía me agarrotaba los músculos de la mano cuando me acerqué demasiado. Nunca me había suce-dido algo así, ni siquiera cuando había estado en el círculo de algún otro. ?Por Dios bendito! ?Qué me había hecho el padre de Trent? Lo hubiera matado. No hubiera tenido reparos en cargarme a Trent por todo aquello.

 

—?He dicho que me dejes salir! —grité. No tenía escapatoria. A pesar de to-das mis habilidades, no podía hacer nada. Aquel gusano insignificante me tenía atrapada en su estúpido círculo—. ?Suéltame de una vez! —le ordené de nuevo, dándome por vencida y golpeando con la mano el escudo protector que nos separaba. La coraza emitió un sonido sibilante y se prendió, y yo me acerqué la mano al pecho sorprendida por el dolor. Yo no era un demonio. Aquello tenía que ser un error. Al me había dicho que no lo era. Mi madre era una bruja y Takata un brujo, lo que significaba que yo también lo era. ?Una bruja capaz de prender magia demoniaca y ser invocada con un nombre?

 

Desde detrás de la muralla viviente de acólitos temblorosos, Tom inclinó la cabeza.

 

Kim Harrison's books