—Jariathjackjunisjumoke, yo te invoco —susurré. No necesitaba toda la parafernalia, tan solo tuve que abrir un canal. Y entonces apareció, respondiendo al nombre que había elegido para mí misma.
Al hizo acto de presencia rodeado de una neblina. Estaba sentado con una postura desgarbada, y yo me quedé mirándolo fijamente, fascinada y asqueada al darme cuenta de que se trataba de una burda parodia de mi persona. Tenía las piernas abiertas, mientras que sus desnudos y esqueléticos hombros estaban encorvados, llenos de ara?azos y cubiertos de sangre seca. El rostro boquia-bierto que me devolvía la mirada era el mío, pero parecía vacío e inexpresivo, y mis gre?udos rizos estaban lacios. Sin embargo, lo peor de todo eran los ojos, unas órbitas de un color rojo demoníaco con las pupilas horizontales que me escrutaban desde mi propia cara.
Detestaba que se manifestara como yo.
—?Qué bonito! —le dije alejándome ligeramente del círculo.
Un destello de rabia iluminó su expresión vacía, y un resplandor de siempre jamás lo cubrió de arriba abajo. Su figura se volvió más compacta. En ese momento percibí un leve olorcillo a lilas y el limpio aroma a terciopelo arrugado. Me estaba mirando directamente a la cara, con su habitual elegancia y su porte arrogante, sentado con las piernas cruzadas sobre el frío cemento: con las cintas en los pu?os de la camisa, las botas relucientes y su condenada piel impoluta. Se había desecho de todo vestigio de cortes o magulladuras.
—Sabía que eras tú —dijo, y el odio en su voz grave me produjo un escalo-frío—. Eres la única que lo conoce.
En ese momento tragué saliva y me metí un rizo detrás de la oreja.
—Nunca quise tu nombre. Solo quería que me dejaras en paz. ?Por qué demonios no podías dejarme tranquila?
Al resopló con desdén y miró a su alrededor con expresión altanera.
—?Es por eso que me has invocado… en un parque? ?Quieres negociar para devolverme el nombre? Tienes miedo de verte arrastrada a siempre jamás cuando salga el sol, ?verdad? —Entonces inclinó la cabeza y sonrió, mostrándome sus dientes lisos y compactos—. Tienes motivos para estar asustada. Yo también estoy intrigado.
La boca se me secó.
—No soy un demonio —le espeté con descaro—. No puedes asustarme.
La sutil tensión que percibía en él aumentó. Lo advertí al verlo apretar los dedos con fuerza.
—Rachel, cari?o, más te vale tener miedo, de lo contrario no tendrás nin-guna posibilidad de sobrevivir. —Su actitud se había vuelto más cortante y altanera—. Bueno, y ahora que te has apoderado de mi nombre —dijo con su perfecto y minucioso acento británico—, ?verdad que resulta muy agradable estar a merced de alguien? ?Atrapado de una patada dentro de una minúscula burbuja, te sorprende ahora que intentáramos matarte? —Entonces levantó una ceja y adoptó una expresión introspectiva—. Por cierto, ?qué pasó con Thomas Arthur Bansen? ?Consiguió escapar?
Yo asentí con la cabeza y él esbozó una sonrisa cómplice.
—Mira —dije echando un vistazo a la creciente luz del amanecer—, por si sirve de algo, lo siento, pero si dejaras de autocompadecerte y escucharas lo que tengo que decirte, tal vez podríamos sacar algo en claro de todo esto. A no ser que prefieras volver a tu mísera celda…
Al se quedó en silencio unos segundos y luego inclinó la cabeza.
—Soy todo oídos.
En aquel momento pensé en Ceri, previniéndome sobre lo que podía pasar; en Jenks, dispuesto a arriesgar su vida en una misión en la que no teníamos ninguna posibilidad; y en Ivy, que sabía que yo era la única que podía salvarme y que, a pesar de que se moría por dentro mientras luchaba contra sí misma para dejarme hacerlo. Pensé en todas las veces que había hecho detener a brujos que practicaban la magia negra, compadeciéndome de su estupidez, repitiéndome a mí misma que los demonios eran unos cabrones peligrosos y manipuladores imposibles de batir. Pero no estaba intentando vencerlos sino, por lo visto, unirme a ellos. Entonces tomé aire intentando calmarme.
—Esto es lo que quiero.
Al emitió un sonido grosero y, como si se dirigiera a una audiencia inexistente, alzó la mano realizando un afectado aspaviento. Un atisbo de ámbar quemado me produjo un leve picor en la nariz, y me pregunté si era real o si mi memoria se estaba inventando el olor.
—Quiero que dejes en paz a la gente que amo, especialmente a mi madre. Quiero a Trent, ileso y libre de que puedan procesarlo por robar la muestra de tejido élfíco —dije en voz baja—. Ninguno de vosotros podrá arremeter contra él.
Al movió la cabeza hacia atrás y hacia delante y me miró por encima de los cristales ahumados de sus gafas.
—Te lo diré una vez más. No te cohíbes a la hora de pedir cosas. No puedo responder por las acciones de nadie, excepto por las mías propias.
Yo asentí. Me esperaba algo así.
—Y también querría gozar de la misma amnistía por robar tu muestra.