—Una —respondí ci?éndome a mi primera oferta—, y quiero que me ense?es a saltar las líneas inmediatamente. No voy a permitir que me dejes tirada sin posibilidad de volver a casa.
Un atisbo de curiosidad asomó a sus ojos. No se trataba de lujuria, ni tampoco de satisfacción ante las perspectivas, pero no conseguía adivinar a qué obedecía.
—De acuerdo, pero pasaremos el tiempo como yo lo estime convenien-te —dijo. A continuación me dirigió una mirada lasciva que borró por completo la emoción profunda que había visto en él—. Como me venga en gana —a?adió pasándose la lengua por sus rojizos labios.
—Nada de sexo —le dije mientras el corazón me latía con fuerza—. Si estás pensando en acostarte conmigo, olvídalo. —Había llegado el momento de sol-tarlo. Ahora o nunca—. Y quiero que me retires tu marca —le espeté—. Gratis. Considéralo una especie de prima por la firma del contrato.
En ese momento sus labios se separaron y se rio durante un buen rato, hasta que se dio cuenta de que estaba hablando en serio.
—Si lo hiciera, solo te quedaría la marca de Newt —respondió divertido—. Si quisiera reclamarte, tendría prioridad sobre mí. Siempre jamás no resulta un lugar muy recomendable cuando uno se encuentra en una situación de… vulnerabilidad.
De acuerdo. En eso tiene razón. Tendré que recular un poco.
—Entonces, tendrás que comprarle mi marca —dije, temblando por dentro—, y luego quitármela. Si quieres que sea tu discípula, necesito ciertas garantías.
Su rostro se ensombreció y durante un rato se quedó pensativo. Entonces me asusté de veras al descubrir que su semblante adoptaba una diabólica ex-presión de placer.
—Solo si me devuelves mi nombre… Madame Algaliarept. Si lo haces, acepto el trato.
Al oírle pronunciar los términos del pacto sentí un estremecimiento, pero esta vez no me importó que lo viera. Su sonrisa se volvió aún más amplia, no obstante, considerando que no tendría que negociar con Newt nunca más, ni arriesgarme a que me invocaran en el círculo de Al, no era un mal acuerdo. Para ninguno de los dos.
—No recuperarás tu nombre hasta que no haya desaparecido la marca de Newt —repliqué.
él me miró y después se giró hacia la claridad del horizonte mientras los cristales ahumados de sus gafas se volvían aún más oscuros.
—Está a punto de salir el sol —susurró distante, y yo contuve la respiración sin saber si estaba de acuerdo o no.
—Entonces, ?vamos a hacerlo? —pregunté. En el otro extremo del parque había un hombre haciendo footing, y su perro no paraba de ladrarnos.
—Una pregunta más —dijo concentrándose de nuevo en mí—. Quiero que me cuentes cómo te sentiste cuando estuviste encerrada en una burbuja como un demonio.
El recuerdo hizo que se me crispara el rostro.
—Fue odioso —dije, y a él se le escapó un peque?o murmullo que le surgió de lo más profundo, de algún lugar que solo él conocía, y donde albergaba sus pensamientos—. Me pareció degradante y que un gusano como Tom tuviera el control sobre mí consiguió sacarme de quicio. Deseaba… aterrorizarlo de tal manera que no volviera a hacerlo nunca más.
La expresión de Al cambió cuando me di cuenta de lo que acababa de decir y me llevé una mano al pecho. ?Maldita sea! Lo comprendía. No me lo había preguntado porque no supiera cómo me había sentido, sino para que me diera cuenta de que éramos iguales. ?Por favor, Dios mío! ?Ayúdame!
—No vuelvas a hacérmelo —dijo—. Nunca más.
El estómago se me encogió. Me estaba pidiendo que confiara en él fuera de un círculo, y era la cosa más terrorífica que había tenido que hacer en toda mi vida.
—De acuerdo —susurré—. Como quieras.
Al se quedó mirando la burbuja de siempre jamás que tenía sobre la cabeza, y se arrancó la cinta de los pu?os.
—Ven aquí.
En ese preciso instante, la luz rebosó desde detrás del borde de tierra que rodeaba Cincinnati. El círculo que había dibujado en el suelo seguía allí, pero Al no. Temblando, bajé la barrera de siempre jamás y enfoqué con mi segunda visión. Luego tomé aire y, tras ponerme de pie en la línea, lo encontré justo allí, donde lo había dejado, sonriéndome con la mano extendida. A su alrededor, o mejor dicho, a nuestro alrededor, se encontraba la ciudad derruida, con pedazos de pavimento salpicados por la maleza que sobresalían de la tierra formando extra?os ángulos. No había ni rastro de los puentes o de los estanques. Tan solo hierba seca y una neblina rojiza. Mientras el viento arenoso me golpeaba el rostro, preferí no mirar tras de mí, en dirección a los Hollows.
Estaba de pie sobre una línea, en equilibrio entre la realidad y siempre jamás. Podía ir en cualquier dirección. Todavía no era suya.