Fuera de la ley

—La cogeré —acerté a decir entrecortadamente—. Cogeré la jodida maldición.

 

De repente, como si alguien hubiera cortado la luz con un interruptor, la tensión de mis músculos desapareció y aspiré una bocanada de aire que sabía a humo de vela. Inspiré una segunda vez, después una tercera, y lentamente mis músculos se relajaron por completo dejándome solo un lacerante dolor de cabeza. Trent estaba sentado detrás de mí, rodeándome con sus brazos. Me di cuenta de que tenía la cara mojada, y cuando me moví para secarme la hu-medad y quitarme los restos de alfombra de las mejillas, Trent me soltó. Con movimientos lentos y aletargados, me miré la mano para asegurarme de que lo que había retirado de mi rostro eran lágrimas y no sangre. A juzgar por el dolor de cabeza, no me hubiera extra?ado.

 

Completamente devastada, me aparté de Trent. Estaba avergonzada, e intentaba recuperar mínimamente mi apariencia original. Lo había conseguido. Maldita sea. El dolor era tan intenso que tenía que haber funcionado. Me miré las manos, deseando y al mismo tiempo temiendo, poder ver un aura que no era la mía. Es-taban temblando. Mi aura estaba oculta de nuevo, y tenía miedo de preguntarle a Jenks si era la mía, la de Al, o si, simplemente, había dejado de existir.

 

Entonces miré al pixie y vi que me estaba sonriendo.

 

—Es la tuya —dijo.

 

Se me hizo un nudo en la garganta. Entonces cerré los ojos e intenté reprimir la emoción. Teníamos que darnos prisa en acabar.

 

—?Tienes la muestra de Trent? —le pregunté—. Tenemos que salir de aquí cuanto antes.

 

Ya tendría tiempo de echarme a llorar por lo que me había hecho a mí misma. En aquel momento, teníamos que largarnos.

 

—Estoy en ello —dijo—. Encontré una bajo el nombre de Kallasea. Pertenecía a una hembra de elfo y se incluyó en los archivos en el a?o… 357 a. C., si no me he equivocado en la resta. Llevan marcándolo todo desde que los elfos abando-naron siempre jamás. Por cierto, tendrías que haber esperado cinco a?os para la celebración del juicio —a?adió con una sonora carcajada—. Para que veas lo que te habría hecho un sistema organizado de justicia. El imperio romano no cayó. Fueron los trámites burocráticos los que acabaron ahogándolo.

 

—?Tráemela! —gritó Trent haciendo que tanto Jenks como yo diéramos un respingo.

 

—?Vale, vale! —masculló mientras se dirigía de vuelta a la estatua—. No hace falta que te rayes.

 

De manera que cuentan los a?os igual que nosotros, pensé mientras metía las cosas en mi bolsa. Cuando me di cuenta de que faltaba la muestra de Al, vacilé. ?Dónde demonios habría ido a parar?

 

—?La tengo! —se oyó decir a lo lejos unos segundos antes de que Jenks apareciera de nuevo rodeado de peque?os destellos dorados. Llevaba una nueva ampolla cuyo cristal presentaba un débil matiz de color ámbar. Trent alzó la vista y lo miró con avidez, con la misma expresión de Rex cuando perseguía una cría de pixie—. En cuanto me diste un nombre, fue más sencillo que arrancarle las alas a un hada —dijo Jenks con aire de suficiencia—. ?No llevarás algo dulce en esa mochila? Hace horas que no pruebo bocado. ?Maldita sea! Estoy más cansado que un pixie en su noche de bodas.

 

—Lo siento, Jenks. No sabía que vendrías, de lo contrario, te habría traído algo.

 

Con las manos temblorosas por la impaciencia, Trent agarró la mochila y alargó el brazo.

 

—Tengo un poco de chocolate —dijo—. Si me das la muestra, será tuyo.

 

íbamos a conseguirlo. Lograríamos salir de allí. Eso sí, siempre que la mal-dición que Trent había comprado a Minias funcionara. De lo contrario, Jenks y yo lo íbamos a pasar realmente mal.

 

Jenks chasqueó las alas con fuerza.

 

—?Excelente! —exclamó emocionado ante la perspectiva, pero de pronto se quedó paralizado—. Ummm… ?Rachel? —dijo mientras se desvanecía hasta la última mota de polvo que emanaba de su cuerpo—. No me encuentro bien.

 

—?No puedes esperar a que volvamos a casa? —le pregunté echando un vistazo al reloj de Ivy. Joder. Había salido el sol.

 

En ese momento se oyó un débil estallido que indicaba que una porción de aire se había desplazado. Alguien acababa de presentarse inesperadamente. Mierda. Sin embargo, cuando recorrí el lugar con la mirada, estaba vacío.

 

—?Jenks? —dije, sintiendo que el frío invadía mi cuerpo.

 

Trent se me quedó mirando fijamente con un pie en las escaleras.

 

—?Dónde está tu pixie?

 

?Acaso alguien lo ha hecho desaparecer con una maldición?, me pregunté observando con el corazón en un pu?o cómo se desvanecía la nube de polvo.

 

—?Jenks!

 

Trent se subió al altar trastabillando.

 

—?Dónde está mi muestra? ?Se ha largado! ?Ha utilizado la última maldición y nos ha dejado aquí tirados!

 

—?No! —protesté—. ?Jenks nunca haría algo así! Además, ni siquiera sabe cómo se hace.

 

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