Fuera de la ley

Con los nervios a flor de piel, no solo por lo que estaba a punto de hacer sino también por el hecho de que Trent no me quitara ojo, repasé mentalmente mis enseres para asegurarme de que no me faltara nada. Una vela blanca que hiciera las veces de la llama de mi corazón. Un machete. Dos velas que nos representaban a Al y a mí. Una bolsa de sal marina. Un impío y costoso trozo de tiza magnética que no iba a utilizar. Una peque?a pirámide pentagonal de cobre. El papel con las instrucciones de Ceri, y en latín, para realizar la maldición que se encontraba en el fondo de la bolsa, enrollado como un pergamino, y que no iba a necesitar. Sí, estaba todo. Lo había memorizado todo mientras había estado sentada en los escalones del altar.

 

Sintiendo la mirada escrutadora de Trent, sujeté la mecha de la vela con el índice y el pulgar, pronuncié en voz baja las palabras ?Consimilis, calefacio? y la solté. El huso de energía que había en mi interior descendió, haciendo que me alegrara de estar encendiendo una vela para que actuara como un corazón de fuego, en vez de utilizar la magia para encender una por una las otras dos velas. La llama parpadeó como una mota de pureza en medio del aire viciado, y yo contuve la respiración y conté hasta diez. No se presentó ningún demonio. Tal y como había supuesto en un principio, no sabrían que estaba allí mientras no tocara la línea. No podía realizar la maldición. Los movimientos vacilantes de Trent justo en el límite de mi campo de visión cesaron.

 

—?Qué estás haciendo?

 

Ignorando su pregunta, apreté la mandíbula, agarré la bolsa de sal y comencé a derramarla formando un número ocho alargado. Se trataba de una cinta de Moebius modificada. De todas las maldiciones que había visto realizar, aquella era una de las pocas en las que no se utilizaba un tentáculo, y me pregunté si se trataría de una rama de la magia completamente diferente. Quizá no doliera demasiado.

 

—?Rachel? —insistió Trent.

 

Yo me senté sobre los talones y resoplé para apartarme de la cara un mechón rizado que se me había escapado de la gorra.

 

—Dispongo solo de diez minutos para realizar la maldición que impedirá que invoquen a Al y le permitan salir de siempre jamás.

 

—?Ahora? —preguntó sorprendido alzando sus cejas cuidadosamente depiladas—. Pero habías dicho que si tocabas una línea, los demonios podían percibirlo. ?Los tendremos encima en cuestión de segundos!

 

Con los dedos temblorosos, situé cuidadosamente la pirámide de cobre en el lugar en el que se cruzaban las líneas de sal.

 

—Precisamente por eso voy a hacerlo sin la protección de un círculo —ex-pliqué—. Tengo en mi interior un huso de energía lo suficientemente grande como para hacerlo. —O, al menos, eso había dicho Ceri. Y yo confiaba en ella. A pesar de que alterar una maldición sin un círculo hacía que estuviera increí-blemente nerviosa.

 

Trent movió las botas de goma en se?al de protesta, pero yo pasé de él y me puse a escarbar en la bolsa de tela en busca de la vara de secuoya que había olvidado sacar anteriormente.

 

—?Y por qué te arriesgas? —preguntó—. Vas a realizar una maldición de-moníaca antes de que salga el sol, en siempre jamás, y en una iglesia derruida. ?No puedes esperar a volver a casa?

 

—Si es que vuelvo —le reproché. él se quedó callado, y yo coloqué el trozo de madera junto a la muestra de Al—. Si no lo consiguiera, quiero morir sabiendo que mis amigos no cargarán con el castigo que me ha impuesto Al, que permanecerá confinado en siempre jamás. —A continuación lo miré y a?adí—: Y por siempre jamás.

 

Trent tomó asiento en un lugar desde el que podía vernos tanto a mí como a la estatua. Convencida de que no diría nada más, situé cuidadosamente el depresor lingual sobre la punta de la pirámide de manera que los dos extremos quedaran suspendidos encima de los bucles de la cinta de Moebius. Intentaba con todas mis fuerzas no pensar en lo que acababa de decir sobre alterar una maldición faltando tan poco tiempo para el amanecer. Aquello era una locura. Una auténtica locura.

 

—De acuerdo —dijo. No podía dar crédito a lo que oía. ?Creía que estaba esperando a tener su permiso!

 

—Me alegra contar con tu aprobación.

 

Con los dedos temblorosos, cogí la vela roja que representaba a Al y la coloqué en el bucle más lejano a mí, pronunciando la palabra ?alius?. Entonces dispuse la dorada en mi bucle con la palabra ?ipse?. Dorada. Hacía mucho tiempo que mi aura no tenía su originario color dorado, pero utilizar una vela negra hubiera supuesto, prácticamente, una sentencia de muerte.

 

Seguidamente vertí un pu?ado de sal en la palma de mi mano y, tras susurrar unas cuantas palabras en latín para cargarlo de significado, lo removía hacia delante y hacia atrás, lo dividí en dos partes iguales y las espolvoreé alrede-dor de la base de ambas velas pronunciando de nuevo las palabras mágicas. Rápidamente, antes de que Trent pudiera distraerme, encendí las velas con la candela del corazón, articulando las palabras por última vez. Las había colocado de tres formas, todas ellas con la misma fuerza, y resultaban inmutables. Era un comienzo muy sólido.

 

—?Quién te ha ense?ado a encender velas con el pensamiento? —inquirió Trent haciendo que diera un respingo.

 

—Ceri —respondí con brusquedad—. ?Te importaría callarte un poquito? —a?adí.

 

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