Por enésima vez en lo que llevábamos de noche, alargué la mente en dirección a la línea más cercana, pero no la toqué por miedo a que un demonio percibiera lo que estaba haciendo. Me limité a quedarme allí quieta, sintiendo cómo la oleada de energía pasó junto a mi conciencia como una cinta plateada con matices rojizos. De pronto caí en la cuenta de que fluía en una sola direc-ción, hacia nuestra realidad. ?Acaso siempre jamás se estaba comprimiendo? ?Cabía la posibilidad de que la sustancia de la que estaba hecho se estuviera traspasando a nuestro mundo del mismo modo que una peque?a gota de agua se veía arrastrada hacia otra mayor? Tal vez aquel era el motivo por el que todo se encontraba en ruinas.
La tensión volvió a apoderarse de mí, contrayéndome los músculos uno a uno mientras intentaba recordar lo que había sentido cuando me había visto transportada por las líneas de energía. Pensar en Ivy ya me había devuelto a casa en una ocasión.
En ese momento sentí que las mejillas se me encendían. Newt había dicho que amaba mucho más a Ivy que a mi iglesia. No podía negarlo, pero existían muchas clases de amor y hubiera sido una persona muy superficial si lo único que me mantenía anclada a la realidad fuese una propiedad inmobiliaria. Era la gente que había allí la que le daba significado.
El rubor se mitigó cuando recordé cómo me había sentido cuando mi alma se partió en dos y cómo Newt había aguantado mi conciencia hasta que volvía a tener un cuerpo. ?Desplazarme de una realidad a otra habría causado una fractura en mi alma, o solo en mi cuerpo?
En aquel instante moví las rodillas y me di cuenta de que se me habían aga-rrotado. Abrí los ojos y me quedé mirando los nuevos anillos de polvo que se habían formado bajo las lámparas de ara?a. Ya ni siquiera sentía el olor a ámbar quemado, y eso me preocupaba. Entonces Trent se sentó junto a mí y di un respingo. Me había olvidado de que estaba allí. Con el pulso a cien, me desplacé unos cinco centímetros preguntándome qué querría. ?Estaba poniéndose nervioso?
—Ummm, quería darte las gracias —dijo cuando resultó obvio que no iba a ser yo la que rompiera aquel incómodo silencio.
Sorprendida, eché un vistazo al reloj de Ivy. El tiempo apremia, Jenks.
—De nada.
Entonces subió las rodillas, lo que hizo que, con aquel mono, tuviera un aspecto extra?o.
—?No quieres saber por qué te estoy agradecido?
Con una expresión indiferente para mantener la fachada de que todo estaba procediendo según lo planeado, se?alé a nuestro alrededor con la barbilla.
—?Por mantenerte con vida en este viaje en alfombra mágica?
él observó la iglesia derruida.
—Por interrumpir mi boda.
Yo parpadeé.
—No estabas enamorado de ella —sugerí con prudencia.
Con el polo blanco por el polvo y la expresión sombría, contestó:
—No tuve oportunidad de averiguarlo.
?Qué curioso! A Trent le gustaría tener a alguien a quien amar.
—Ceri…
—Ceri no quiere tener nada que ver conmigo —sentenció. A continuación estiró las piernas apoyándolas sobre los escalones. Sus facciones, por lo gene-ral contenidas, estaban fruncidas—. De todos modos, ?qué necesidad tengo de casarme? Al fin y al cabo, se trata solo de maniobras políticas, nada más.
Me quedé mirándolo e intenté imaginar cómo debió sentirse un hombre joven e influyente cuando se le planteó la posibilidad de tener mujer e hijos y llevar una vida aparentemente tranquila de cara a la galería, pero llena de intrigas encubiertas. ?Pobre se?or Trent!
—Eso no supuso un obstáculo en el caso de Ellasbeth —le dije intentando sonsacarle algo más.
—No siento ningún respeto por Ellasbeth.
?No querrás decir que no le tienes miedo?
—De nada —respondí mirándole de las botas la gorra—, pero que quede claro que te arresté para meterte en la cárcel, no para salvarte de Ellasbeth.
Jenks había ayudado a Quen a robar las pruebas que demostraban que Trent había matado a los hombres lobo y la AFI tuvo que soltarlo. Aun así Trent es-taba dispuesto a utilizar el último viaje de vuelta de siempre jamás, en vez de quedarse y ayudarnos a negociar para conseguir dos pasajes más. Pero, al fin y al cabo, no era problema suyo.
Una débil sonrisa se dibujó en sus labios.
—No se lo digas a Quen, pero la estancia en la cárcel mereció la pena.
Yo le devolví la sonrisa, pero esta se desvaneció rápidamente.
—Yo también quiero darte las gracias por traer a Jenks a casa. Y por los zapatos. Son mis favoritos.
—No hay de qué —respondió con cierto recelo, y un atisbo de sonrisa.
—Pero no me ha hecho ninguna gracia que pusieras a mis futuros hijos en el punto de mira de los demonios —le reproché. él pareció descolocado. Dios. Ni siquiera era consciente de lo que había hecho. No sabía si aquello mejoraba las cosas o las empeoraba. Con la mandíbula apretada, a?adí—: Estoy hablando de cuando dijiste que tendría hijos sanos y que serían capaces de utilizar la magia demoníaca.
él se quedó con la boca abierta y yo me crucé de brazos.