Mientras seguía a Trent hacia la tribuna, me negué a mirar al altar profa-nado. Al pisar terreno consagrado, tuve la impresión de que un escalofrío me atravesaba el aura, y cuando miré a Trent, este asintió con la cabeza.
—Sigue siendo sagrado —dijo con la vista puesta en el altar—. Cojamos las muestras y larguémonos de aquí.
Para ti es fácil decirlo, pensé amargamente sin fiarme de la opinión de Jenks de que él no contaba.
Los chasquidos secos de las alas de pixie interrumpieron mis cavilaciones, y mi alivio casi se transforma en dolor cuando Jenks regresó de las estancias posteriores. No obstante, cuando se posó todo gris y macilento sobre la palma de mi mano, gris y pálida, el descanso que había sentido se esfumó.
—No entres ahí, Rachel —susurró. Los surcos de su rostro cubierto de herrumbre evidenciaban que había estado llorando—. Te lo pido por favor. Quédate aquí. Ceri dice que las muestras están en terreno consagrado. No necesitas ir a ningún otro sitio. Prométemelo. Prométeme que no dejarás esta zona del templo.
El miedo hizo que me diera un vuelco el corazón y asentí. Me quedaría allí.
—?Dónde están las muestras? —pregunté girándome hacia Trent, que en ese momento deslizaba la mano por la madera como si buscara un panel secreto. La espuma amarilla de los ventanales parecía absorber la luz.
Yo inspiré emitiendo un silbido y Trent se quedó paralizado al percibir el ruido de las u?as. Algo se desplazaba a rastras por el exterior del cristal.
—Dios mío —exclamé reculando hacia el altar para apoyar en él la espalda mientras alzaba la vista—. Trent, ?tienes algún arma? ?Una pistola, por ejemplo?
él me miró con cara de asco.
—Estás aquí para protegerme —dijo poniéndose a mi lado tras acortar la distancia que nos separaba—. No me digas que no has traído un arma.
—Pues claro que he traído un arma —le espeté sacando la pistola de bolas y apuntando hacia la zona del techo de la que provenían los ruidos—. Simple-mente creí que un jodido asesino como tú también llevaría una pistola. Por lo que más quieras, Trent. Dime que tienes una.
Con las mandíbulas apretadas, negó con la cabeza, pero se llevó la mano a un amplio bolsillo lateral. Tal vez no llevaba pistola, pero era evidente que tenía algo. Bien. El se?or Kalamack disponía de un arma secreta que no quería com-partir. Esperaba de corazón que no se viera obligado a usarla. Con el corazón latiendo con fuerza, me quedé mirando la espuma amarillenta e intenté serenar mi respiración. ?Cómo íbamos a llevar a cabo nuestra misión si nos atacaban? Si alzaba un círculo, los demonios reales se nos echarían encima.
—?Jenks! —grité al percibir un nuevo movimiento al otro lado de la iglesia. Mierda. Eran dos—. ?Oyes algo que pueda recordarte a un disco duro o algo similar? Ceri dijo que los archivos estaban computerizados. Necesitamos acabar con esto cuanto antes.
Con el rostro macilento, Jenks se elevó rodeado por una delgada nube de destellos dorados que adquirió un tinte ambarino. Era casi como si el resplandor rojizo del exterior estuviera filtrándose.
—Echaré un vistazo.
A continuación se alejó a toda prisa y yo, con las manos empapadas de sudor, intenté seguirle el rastro al segundo ruido de u?as mientras recorría el techo en dirección al lugar donde escarbaba el primero. Quizá conseguía que los siete primeros bichos acabaran echándose una siestecita pero, a menos que fueran caníbales y se comieran a sus muertos, no disponía de suficientes hechizos de sue?o como para hacer frente a todos los demonios de superficie a los que tendríamos que enfrentarnos.
Los dos sonidos chirriantes se unieron, y cuando se oyó un crujido agudo se-guido de un golpetazo, me puse rígida. Entonces nos llegó un alarido y después el rápido movimiento de unas garras desplazándose a toda velocidad por la piedra y el cristal en dirección al suelo. ?Una gárgola?, pensé. ?Era posible que hubiera gárgolas? Eran extremadamente leales a sus iglesias y estaban dispuestas a de-fenderlas con u?as y dientes ante cualquier ataque. Era la única explicación, salvo que los dos hubieran caído, pero había sonado como si solo fuera uno.
Trent suspiró aliviado, pero yo no perdí de vista los ventanales. No me fiaba de que se tratara simplemente de dos torpes demonios de superficie y de que no se presentaran más.
—Creo que estamos a salvo —dijo Trent. Yo lo miré con incredulidad.
—?Quieres apostar algo?
—?Chicos? Venid para acá —gritó revoloteando delante de una talla blanca de la virgen María—. Aquí debajo se oye un zumbido electrónico.
Tras echarle un último vistazo a Trent, me metí la pistola de bolas en la parte trasera del pantalón y abandoné el altar para reunirme con Jenks. El pixie había tomado asiento en el hombro de la estatua, y en cierto modo parecía situado justo entre su corazón y el halo. Trent también se había acercado, y antes de que pudiera decir nada, estiró los brazos para ponerle las manos en las rodillas con el claro propósito de volcarla de un empujón.