—Trent —susurré sintiendo que me fallaban las rodillas—. ?Por qué crees que existe un paralelismo tan evidente? He oído que Minias mencionaba ?la colisión de los dos mundos?. ?Es posible que siempre jamás sea un espejo de nuestra realidad?
Trent aflojó el paso, apartó la vista de la luna y la dirigió hacia la arboleda que se extendía donde debería haber estado el aparcamiento.
—Puede ser. ?Significa eso que todo está en ruinas por culpa de los demonios?
Yo di un respingo cuando oí el chasquido de una roca.
—Tal vez su Revelación no fue demasiado bien.
—No —dijo él inclinándose hacia delante en silencio—. Los árboles que hemos dejado atrás tenían más de cuarenta a?os. Si la Revelación hubiera sa-lido mal, deberían ser más jóvenes. Los elfos se marcharon hace dos milenios, y los brujos hace cinco. Si siempre jamás fuera un reflejo de la realidad, las semejanzas habrían acabado cuando tomamos rumbos diferentes. Sin embargo, parece plasmarlo todo casi hasta la actualidad. No tiene sentido.
Seguidamente empezó a subir la escalera más cercana, y yo lo seguí, mirando hacia atrás en vez de fijarme en dónde pisaba.
—Como si algo de lo que hay aquí tuviera algún sentido.
Trent intentó abrir la puerta. Estaba cerrada con llave. Con los labios apretados, dejé la bolsa de tela en el suelo y me puse a buscar el juego de herramientas para forzar cerraduras de Jenks. Un nuevo crujido de rocas hizo que mis fríos dedos se agilizaran y, mientras esperaba, Trent se puso a mirar en todas direcciones. Al igual que el día anterior, deseaba con todas mis fuerzas abandonar la calle.
Una vez encontré el juego de herramientas, me lo puse bajo el brazo y cerré la cremallera de la bolsa. En aquel momento una de las ramas de los árboles cercanos se agitó con violencia y un objeto oscuro cayó al suelo. Mierda. Trent apoyó la espalda en la puerta y se quedó observando.
—?Crees que existen otros paralelismos además del de los edificios? —me preguntó. Yo me estremecí. Dios. Habría dado cualquier cosa por tener a Jenks a mi lado.
—?Te refieres a personas? —dije agitando rápidamente los dedos para que me pasara su ?linterna especial?.
—Sí —respondió entregándomela.
Cuando apunté a la cerradura con la linterna, descubrí que estaba corroída. Con un suspiro consideré la posibilidad de echar la puerta abajo. Pero entonces no podríamos cerrarlo. Entonces pensé en la pregunta que acababa de hacerme Trent, intentando no imaginarme a un demonio con los principios del elfo.
—Espero que no —dije irguiéndome. él se me quedó mirando—. Voy a intentar forzar la cerradura. Mientras tanto, tendrás que vigilar que nadie se acerque.
Maldita sea. No me gustaba un pelo estar allí, pero no tenía elección.
Trent vaciló como si hubiera captado un significado oculto en mis palabras y después se giró hacia los árboles.
Inspiré lentamente e intenté ignorar el silbido del viento y la arenilla que hacía que me dolieran los ojos. Por suerte, el estuche que había comprado Jenks para meter las herramientas era blando, y mis dedos entumecidos se pusieron a intentar desatar las cintas que lo mantenían cerrado. Aquello era mucho mejor que una ruidosa cremallera. El peque?o pixie con alma de ladrón no descuidaba ningún detalle.
Una vez abierto, y con un destello que casi me tira para atrás, Jenks salió disparado de su interior.
—?Joder, Rachel! —exclamó el pixie sacudiéndose con fuerza e iluminándome las rodillas con su polvo—. Cuando caminas, pegas unos botes impresionantes. Cualquiera diría que eres un saltamontes. ?Ya hemos llegado?
Boquiabierta, perdí lentamente el equilibrio y me caí de culo.
—?La basílica? —preguntó mirando a Trent, que nos observaba desde lo alto sin poder articular palabra—. Maldita sea. Esto es más raro que la tercera fiesta de cumplea?os de un hada. Por cierto, Trent, bonito mono. ?Nadie te ha dicho que al primero que se comen es al tipo del mono?
—?Jenks! —acerté a decir por fin—. ?No deberías estar aquí!
El pixie flexionó las alas y, tras aterrizar sobre mi rodilla, se pasó la mano por encima de una de las inferiores para enderezarla. La luz que despedía era limpia y pura, la única cosa realmente blanca de todo el lugar.
—?Y tú qué! —respondió secamente.
Yo miré a Trent y sus rasgos contraídos me dieron a entender que también él se había dado cuenta del problema.
—Jenks… Trent solo compró cuatro viajes, que estés aquí significa que solo nos queda uno.
El elfo se giró hacia el bosque claramente irritado.
—El viaje que queda es mío. No soy responsable de la estupidez de tu ayudante.
?Oh, Dios! Estaba atrapada en siempre jamás.
—?Eh, pedazo de imbécil! —exclamó Jenks levantando una nube de polvo dorado.