La primera vez que había alcanzado a ver la luna me quedé tan impresio-nada que decidí no volver a mirarla. Se había convertido en una esfera rojiza, inflada y mortecina, suspendida sobre el accidentado paisaje como si estuviera oprimida. En las contadas ocasiones en las que me había asomado a siempre jamás desde la seguridad que me proporcionaba el otro lado de las líneas, siempre la había visto de color plateado. Probablemente el claro resplandor de nuestra luna se había impuesto sobre aquel desagradable globo rojizo que contemplaba en aquel momento. Observarla desde aquella tierra extra?a, cubierta de una capa roja de la misma manera que mi alma estaba cubierta de suciedad demoníaca, me hizo comprender con una dolorosa claridad lo lejos que nos encontrábamos de nuestro hogar.
Siempre que el terreno lo permitía, trotamos arriba y abajo atravesando los edificios derruidos y las esporádicas hileras de árboles que indicaban dónde se encontraban los antiguos bulevares mientras nos adentrábamos aún más en los restos de cemento y de farolas cubiertos de escarcha en dirección a las torres. En aquel momento empecé a preguntarme si, en realidad, las enjutas y encorvadas figuras que se estaban volviendo cada vez más descaradas, eran elfos o brujos que no habían cruzado al otro lado. O tal vez se trataba de familiares que habían logrado escapar. Tenían auras, pero brillaban de forma irregular y les quedaban holgadas, como una prenda raída. Era como si hubieran resultado da?adas por intentar sobrevivir en el tóxico siempre jamás.
Mientras serpenteábamos alrededor de un amasijo de metal que probable-mente había sido una parada de autobús, la preocupación hizo que me pusiera tensa. ?Aquella visita estaría envenenándome? Y, en caso de que así fuera, ?cómo es que Ceri se encontraba perfectamente? ?Se debía a que no se le había permitido envejecer durante el tiempo que fue un familiar? ?O quizá porque Al había impedido que enfermara recomponiendo su ADN con las muestras del archivo? ?O es que nunca subió a la superficie?
En aquel instante una roca se desplazó cayendo casi a mis pies, y yo torcí a la izquierda convencida de que después del edificio en ruinas que tenía delante nos encontraríamos en medio de una casa que conducía directamente a la ba-sílica. No creía que nos estuvieran acorralando. ?Oh, Dios! Esperaba de todo corazón que no fuera así.
Trent me seguía muy de cerca, y tuvimos que aminorar el paso para in-troducirnos por un estrecho pasadizo. Respiraba afanosamente, y finalmente pude relajar los hombros cuando salimos del irregular corredor y nos vimos en una calle despejada. Estaba plagada de los trozos de los edificios adyacentes, pero nada más. Trent asintió nerviosamente con la cabeza y nos pusimos en marcha eludiendo los escombros que podían ocultar a un esquelético demonio de superficie.
Conforme nos acercábamos, levanté la vista para observar las torres de-rruidas. En las cornisas inferiores había solo gárgolas talladas, pero ninguna real. No tenía ni idea de si habían abandonado siempre jamás junto con los brujos y los elfos o si nunca habían existido a aquel lado de las líneas. Sal-vo por la ausencia de gárgolas, la construcción se encontraba en un estado bastante aceptable, y presentaba un aspecto muy similar a la versión de Fountain Square. Me pregunté si se debería al hecho de que fuera sagrada, o si existía un interés por mantenerla intacta. Trent se detuvo junto a mí mientras examinaba la puerta con detenimiento, y luego se giró para cu-brirnos las espaldas.
—?Crees que alguna de las puertas principales estará abierta? —dije desean-do encontrarme ya en el interior. Aunque era idéntica a la del mundo real, el terreno consagrado se limitaba al lugar donde se extendía el altar.
De pronto, se oyó que una roca se desplazaba por detrás de nosotros. Girando la cabeza como lo hubiera hecho un ciervo asustado, Trent subió los escalones de dos en dos e intentó abrir todas las puertas. Ninguna de ellas cedió, y al ver que no había ninguna cerradura, me dirigí a la puerta lateral.
—Sígueme —susurré.
Trent asintió y se reunió conmigo. No pude evitar acordarme de aquella vez que me había cargado a uno de los guardaespaldas de su prometida en la esca-linata principal para poder entrar y arrestar a Trent. Seguía pensando que me debía estar agradecido por interrumpir la ceremonia. A pesar de que fuera un asesino y uno de los traficantes de drogas más poderosos, casarse con aquella mujer fría y estirada hubiera sido un castigo cruel y desproporcionado.
Trent tomó la delantera y yo lo seguí algo más despacio observando la calle cuando el eco de otra piedra cayendo retumbó en las ruinas de la ciudad. La enfermiza luna se encontraba ya por encima de los edificios y el resplandor rojizo hacía que viéramos agujeros donde no los había y camuflaba los que exis-tían realmente. Me picaban los dedos y deseé poder desenrollar siempre jamás con el pensamiento e iluminarlo con un resplandor lo suficientemente potente como para que todos los demonios de superficie echaran a correr, pero tenía que reservar mi huso para realizar el hechizo de Ceri. Siempre, claro está, que no tuviera que utilizarlo antes de tiempo para salvarme el pellejo.
La imagen de la escalera doble que permitía el acceso a la puerta lateral me dejó helada. Era exactamente igual y el buen estado de la catedral hizo que el resto de la ciudad pareciera el doble de devastada.