Fuera de la ley

De repente, se oyó un crujido colectivo que provenía de la oscuridad de los árboles. Ni Jenks ni Trent se dieron cuenta, dado que en aquel momento el pixie apuntaba con su espada a uno de los ojos del elfo.

 

—Efectivamente, soy el ayudante de Rachel —continuó mientras su destello hacía que la raída puerta lateral adquiriera un color normal—. Vengo con ella y estoy incluido en su viaje de la misma manera que sus zapatos y su pelo encrespado. Las leyes humanas no tienen en consideración nuestra existencia, así que las demoníacas tampoco deberían. Soy un accesorio, se?or Elfo Mágico —dijo con acritud—. Así que deja de dramatizar. ?De verdad crees que pondría en peligro la vida de Rachel utilizando su pasaje para venir aquí si no estuviera seguro de que no tendremos problemas para salir?

 

Por lo que más quieras, Se?or. Haz que tenga razón.

 

Jenks percibió mi miedo y la velocidad de sus alas aumentó considerablemente.

 

—?Yo no cuento, maldita sea! ?No he utilizado ninguno de tus viajes!

 

Trent se inclinó hacia delante para decir algo desagradable, pero en ese mis-mo instante, en la calle adyacente, se desprendió un enorme trozo de roca que hizo que se quedara en silencio. Los tres nos quedamos paralizados, y Jenks sofocó su brillo.

 

—?Déjalo en paz, Jenks! —dije maldiciéndome a mí misma—. En caso de que solo quede un viaje, será para Trent.

 

—?Pero Rache! ?él puede negociar para conseguir más! Además, debería haberme incluido de todos modos…

 

—No pienso pedirle que negocie con nadie más. Es suyo y punto —le re-criminé sintiendo que un miedo negro y espeso me invadía—. él hizo el trato. Tú lo has roto.

 

—Rache… —Estaba asustado, yo extendí la mano para que se posara encima. Maldita sea.

 

—Me alegro de que estés aquí —le dije con ternura reprimiendo un respingo al oír un nuevo desprendimiento—. Deja que se quede con su jodido viaje. él nos trajo aquí y nosotros nos las arreglaremos para salir. Además, es posible que no haga falta. Si Minias no sabe que has venido a escondidas, es probable que sigamos teniendo dos pasajes.

 

Las alas de Jenks habían adquirido un sombrío tono azul.

 

—Los pixies no contamos, Rachel. Jamás se nos ha tenido en cuenta.

 

Pero para mí sí que contaba. Y mucho.

 

—?Podrías ocuparte de la cerradura? —le pregunté para cambiar de tema—. Tenemos que abandonar este lugar cuanto antes.

 

El pixie emitió un sonido petulante y descendió hasta la cerradura oxidada.

 

—?Por los tampones de Campanilla! —exclamó abriéndose paso a través de la herrumbre hasta desaparecer por completo dejando atrás un débil resplan-dor—. Esto es como avanzar por una duna. ?Mierda! Matalina me va a matar. La única cosa peor que la sangre es el óxido.

 

Preocupada, apoyé la espalda en la puerta y recé una oración en silencio para pedir que los demonios de superficie aguantaran un poco más. No podía elevar un círculo ni dibujarlo en una línea, aunque percibía una en las proximidades, en la zona del río seco en la que debía encontrarse Edén Park. Si la interceptaba, podría presentarse un demonio para investigar lo que estaba pasando. Entonces miré a Trent. No iba a pedirle que renegociara para conseguir otros viajes para salir de allí, pero el miedo hizo que se me encogiera el estómago. Maldita sea, Jenks.

 

Al elfo le temblaban las manos y parecía preocupado. ?Porqué estoy haciendo esto otra vez?

 

—?Qué tal va todo, Jenks? —pregunté entre dientes.

 

—Dame un minuto —oí que respondía desde la distancia—. Está lleno de orín. Y no te preocupes por el viaje de vuelta, Rache. Me fijé en cómo lo hacía Minias.

 

La esperanza provocó una oleada de adrenalina, y mis ojos buscaron la mirada sorprendida de Trent.

 

—?Podrías ense?arme?

 

Jenks salió de la cerradura y se posó en la manivela para sacudirse el óxido con un movimiento brusco de las alas.

 

—No lo sé —respondió—. Tal vez, si nuestro querido amiguito me dejara usar el hechizo para volver, podría intentar reunirme de nuevo con vosotros.

 

—No —sentenció Trent con gravedad—. No pienso renegociar solo porque tu perrito faldero decidiera acoplarse.

 

La indignación hizo que las mejillas se me encendieran.

 

—?Jenks no es ningún perrito faldero!

 

El pixie echó a volar y aterrizó en mi hombro.

 

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