Fuera de la ley

Minias agarró la silla de metal tapizada que acababa de aparecer detrás de él y se la acercó para poder sentarse.

 

—Eso ya lo veremos. Yo no me creo nada hasta que no lo compruebo con mis propios ojos. —En aquel momento sus pupilas de cabra se dirigieron a mí, y por un instante me olvidé de respirar—. He venido por curiosidad. Pensé que debía ser algún otro. —Seguidamente observó a Ceri y luego apartó la vista—. ?Qué demonios quieres y qué te hace pensar que voy a ayudar a un repugnante e insignificante elfo?

 

—Quiero un pasaje de ida y vuelta a siempre jamás para dos personas e in-munidad mientras estemos allí —dijo Trent sin vacilar—. No deberás tocarnos ni hablarle a nadie de nuestra presencia.

 

Minias alzó las cejas y parpadeó lentamente.

 

—?Vais a intentar matar a Al? —preguntó quedamente, y yo me negué a apartar la mirada o a cambiar mi expresión. Había otras formas de solucionar los problemas a parte de matar a alguien, pero si era eso lo que pensaba que íbamos a hacer, nadie vigilaría los archivos, ?no?

 

Lentamente, el demonio se inclinó hacia delante.

 

—Puedo llevarte allí, pero no puedes comprar mi silencio. Dos viajes de ida y vuelta… —dijo como si estuviera haciendo conjeturas—. ?Para ti y para Ceridwen Merriam Dulciate?

 

Trent sacudió la cabeza y se quedó mirando a Ceri sin poder dar crédito a lo que acababa de oír.

 

—?Eres una Dulcíate? —balbució.

 

—Ahora ya no tiene importancia —murmuró ella bajando la cabeza y con las mejillas sonrojadas.

 

Minias se aclaró la garganta y Trent arrastró la vista hacia él.

 

—Para mí y para la bruja —dijo Trent sin dejar de mirar a Ceri.

 

—Supongo que no estarás dispuesto a entregarme tu alma —dijo el demo-nio, y yo me quedé mirando las primeras estrellas que empezaban a aparecer. A ese ritmo, podíamos estar allí toda la noche. Pero Trent, que parecía haber adoptado una actitud arrogante, se giró hacia un lado como si no le importara que Minias se largara y nos dejara allí plantados.

 

—Stanley Saladin le ha comprado a un demonio numerosos viajes —dijo con una voz cargada de indolente seguridad—. Cuatro viajes por las líneas no valen mi alma, y tú lo sabes.

 

—Stanley Saladin le compró los pasajes a alguien que intentaba convencerlo de que se convirtiera en su sirviente —aclaró Minias—. Era una inversión, y yo no estoy tratando de conseguir un familiar. Y aunque así fuera, me compraría uno, en vez de tener que educarlo desde cero. ?Y qué te hace pensar que tu alma tiene algún valor?

 

Sin perder la calma, Trent permaneció en silencio, mirándolo con indiferencia.

 

—?Tienes algo que ofrecerme que pueda competir con tu alma, Trenton Aloysius Kalamack? —inquirió Minias.

 

Trent esbozó una sonrisa complacida. Su actitud me tenía desconcertada. Se había amoldado a la forma de negociar de los demonios con una facilidad inaudita. Ceri, sin embargo, no parecía sorprendida. Al fin y al cabo, era un hombre de negocios.

 

—Bien —dijo palpándose el pecho como si buscara un bolígrafo inexistente—. Me alegra saber que estás dispuesto a hablar. Me gustaría concluir este trato limpiamente, sin marcas que puedan reclamarse en un futuro.

 

Minias entrecerró los ojos y yo palidecí.

 

—No —respondió con firmeza—. Quiero una marca. Me atrae la idea de que me pertenezcas.

 

El rostro de Trent se puso tenso.

 

—Puedo revelarte un secreto, el del verdadero origen de Morgan…

 

Yo solté un bufido.

 

—?Serás hijo de puta! —aullé abalanzándome sobre él.

 

—?Rachel! —gritó Ceri poniéndome la zancadilla y haciéndome caer de bruces.

 

A duras penas, conseguí ponerme en pie. Pero no fue su diminuta mano lo que me retuvo, sino el respeto que le tenía.

 

—?Ese es mi secreto! —bramé—. No puedes comprar un viaje a siempre jamás con algo que me pertenece.

 

Minias nos miró alternativamente.

 

—Si a?ades una marca menor, tendrás tus maldiciones.

 

—Pero seré yo, y no tú, quien decida dónde —regateó Trent.

 

Entonces me zafé de Ceri, y me coloqué delante de él acercándome a su rostro.

 

—?Eres un hijo de puta! —le grité.

 

El elfo aún tuvo la desfachatez de mirarme con expresión inocente y le em-pujé hacia el círculo exterior, donde se encontraba Ceri.

 

él se tambaleó y lo golpeó como si fuera un muro. En ese momento se oyó un grito de protesta y de pronto las puntas de los pies de Quen se acercaron peligrosamente al anillo de sal. Estaba muy cabreado. Ivy se encontraba detrás de él con los labios apretados formando una delgada línea, dispuesta a derribarlo si intentaba atravesar la capa de siempre jamás.

 

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