Fuera de la ley

—Así es, se limitaba a coleccionarlos. Para ti.

 

El alivio momentáneo que sentí en un principio se desvaneció, y me quedé helada mientras ella se ponía en pie para que la soltara. Mi padre sabía que yo era capaz de prender magia demoníaca, había reunido toda una colección de libros sobre el tema para mí y me había dicho que trabajara por mi cuenta. ?Qué demonios me había hecho el padre de Trent?

 

—Vamos Rachel —dijo mi madre mirándome desde arriba y tocándome el hombro—. Te están esperando.

 

Yo me puse en pie, tambaleándome. Un peque?o grupo de personas aguar-daba junto al ángel guerrero, en concreto aquellos que habían tenido un mayor impacto en mi vida: Ceri, Keasley, Trent, Quen, Marshal, Jenks e Ivy. Con mi madre a mi lado, empecé a caminar mientras ella parloteaba de cosas sin im-portancia. Me di cuenta de que era un mecanismo de defensa que le servía para ocultar su lucha por asumir el miedo que sentía.

 

El abrigo de David me envolvía con el intenso y complicado aroma a hombre lobo, una muestra de apoyo en la distancia. A pesar de su fuerza, era consciente de que no podía hacer nada, de modo que me había dado lo que podía y se había marchado para seguir la senda de los de su especie. Yo me arrebujé aún más mientras el dobladillo emitía un silbido al rozar contra el césped. Necesitaba que lo cortaran, y las puntas húmedas de rocío hicieron que el color marrón del dobladillo se volviera más oscuro.

 

Cuando me acerqué, todos se giraron, y mi madre me dio un último abrazo antes de apartarse para situarse en el césped junto a Marshal. Trent y Ceri se encontraban ya en la losa roja, sobre la cual había dibujado tres círculos concéntricos y, observando el nuevo conjunto del elfo, me uní a ellos. Se había puesto una especie de mono negro con bolsillos, y de no ser por los mechones de pelo claro que asomaban por debajo de una gorra de tela, a simple vista no hubiera sido capaz de reconocerlo.

 

—Pareces el típico militar de una película de serie B —le dije. él frunció el ce?o—. Ya sabes… el humano secundario al que siempre se comen el primero.

 

—?Y tú qué? ?De verdad piensas ir vestida así? —me reprochó él—. Cual-quiera diría que quieres hacerte pasar por el detective.

 

—Allí hace frío —alegué en mi defensa—, y si tengo que caer de cierta al-tura, el cuero evitará que acabe hecha pedacitos. Además, si me echan encima alguna pócima, no penetrará. Y si me golpea una maldición demoníaca, estaré muerta. Yo no puedo permitirme comprarme ropa de Kevlar ni ningún material resistente a los hechizos.

 

Trent me miró de arriba abajo y se giró ofendido. Ivy se adelantó y me en-tregó una bolsa de tela en la que había metido todas mis cosas.

 

—Te he puesto dentro el mapa de Ceri —dijo con las pupilas totalmente dilatadas por la preocupación—. No sé hasta qué punto os será útil, pero al menos sabrás qué dirección tomar.

 

—Gracias —respondí agarrando el macuto. En su interior estaba mi pis-tola de bolas con una docena de bolas adormecedoras, tres amuletos de calor de Marshal, un hechizo de aroma de David, que me había prestado hacía un tiempo, una bolsita con sal, un trozo de tiza magnética, y un par de objetos más procedentes del viejo alijo de material para manipular líneas luminosas de mi padre. Apenas un pu?ado de cosas. Lo indispensable para conseguir que Al se hiciera con mi nombre de invocación y quedarme con el suyo. En cuanto tuviera la muestra, iba a utilizarlo.

 

—Y algunas botellas de agua —a?adió—, unas cuantas barritas energéticas y un poco de crema para que te pongas en el cuello.

 

—Gracias —dije quedamente.

 

Ella me miró fijamente a los ojos y apartó la mirada.

 

—Keasley te ha metido unos cuantos amuletos para el dolor y yo he encon-trado una aguja para punciones en el cajón del ba?o.

 

—Me será muy útil.

 

—Y una linterna con pilas de repuesto —a?adió.

 

Ninguna de aquellas cosas serviría de nada si nos capturaban, pero sabía por qué lo hacía. Trent se removió impaciente y yo fruncí el ce?o.

 

—Una gorra —dije de pronto mirando la larga gabardina marrón—. Necesito una gorra.

 

Ivy sonrió.

 

—Está dentro.

 

Intrigada, solté la bolsa, descorrí la cremallera y, escarbé entre los rotuladores de colores de Ivy, que no iba a necesitar, y el viejo juego de herramientas de Jenks, que había utilizado la primavera pasada, cuando era grande. Entonces saqué una desconocida gorra de cuero negro y me la ajusté por encima de mis rizos. Me quedaba perfecta, y me pregunté si la había comprado a propósito para mí.

 

—Gracias —dije cogiéndome el pelo para retirármelo de la cara.

 

Ceri miraba hacia el horizonte. El sol se había puesto, y me di cuenta de que quería ponerse manos a la obra.

 

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