Fuera de la ley

—Está intentando convencerme para que no lo haga. Al parecer sufre de un caso agudo del síndrome del caballero andante. —Ella no dijo nada y, algo inquieta, levanté la vista. Sus ojos verdes estaban muy abiertos y presentaban un atisbo de pánico. Ella también, no—. No pasa nada, mamá —le espeté—. De verdad.

 

Dejando la caja con un sorprendente golpe, se dejó caer en la silla terrible-mente abatida.

 

—Estoy muy preocupada por ti —susurró, casi partiéndome el corazón. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y se las limpió rápidamente. Dios. Qué difícil es esto.

 

—Mamá, no me va a pasar nada.

 

—Eso espero, cari?o —dijo inclinándose para darme otro abrazo—. Es como volver a lo que les sucedió al se?or Kalamack y a tu padre, solo que esta vez eres tú. —Sin dejar de abrazarme, me susurró al oído—: No puedo perderte. No puedo.

 

Aspirando su olor a lilas y a secuoya, la sujeté. Sus hombros eran delgados, y pude sentir que se estremecía al intentar controlar sus emociones.

 

—Todo irá bien —dije—. Además, papá no murió porque viajara a siempre jamás, sino porque intentó librarse del virus vampírico. Esto es diferente. No tiene nada que ver.

 

Ella se retiró y asintió con la cabeza para darme a entender que sabía cómo había muerto desde el primer momento. Casi pude ver cómo se recolocaba otro ladrillo en su mente, haciéndola más fuerte.

 

—Eso es cierto, pero Piscary nunca le habría mordido si no hubiera in-tentando ayudar al se?or Kalamack —dijo—. Del mismo modo que tú estás ayudando a Trent.

 

—Piscary está muerto —dije, y ella expiró lentamente.

 

—Así es.

 

—Y yo no iría a siempre jamás si no tuviera la garantía de tener un modo de salir de allí —a?adí—. Y no lo hago para ayudar a Trent, sino para salvar mi culo.

 

Ella soltó una carcajada.

 

—Y eso es diferente, ?verdad? —dijo necesitada de esperanza.

 

Yo asentí, necesitando creer que así era.

 

—Efectivamente. Todo va a salir bien. —Por favor, Dios mío. Haz que todo salga bien—. Puedo hacerlo. Tengo buenos amigos.

 

Ella se giró y me di cuenta de que se quedaba mirando a Ivy y a Jenks, que se encontraban en el cementerio observando con expresión de impotencia que Ceri indicaba a todos dónde debían colocarse. Nos habíamos quedado solas, porque todos los demás se habían congregado en el cementerio alrededor de la extra?a estatua del ángel y del trozo de cemento rojizo que la mantenía fija en el suelo.

 

—Te quieren mucho —dijo apretándome la mano—. ?Sabes? Nunca entendí por qué tu padre siempre te repetía que debías trabajar sola. él también tenía amigos. Amigos que habrían dado la vida por él. Aunque al final, no le sirvió de nada.

 

Yo sacudí la cabeza, avergonzada por su alusión a lo mucho que me querían. Pero mi madre se limitó a sonreír.

 

—Te he traído esto —dijo dándole un empujoncito con la punta del pie a la caja de cartón—. Debería habértelos dado antes pero, teniendo en cuenta los problemas que te causaron los primeros que te di, creo que he hecho bien en esperar.

 

?Los primeros que me dio?, pensé cuando mis dedos tocaron el cartón polvoriento y un leve cosquilleo de energía hizo que sintiera un calambre en las articulaciones. Rápidamente levanté una de las tapas y eché un vistazo al interior. El olor a ámbar quemado me golpeó como una bofetada.

 

—?Mamá! —dije entre dientes al ver el oscuro cuero y las páginas con las esquinas dobladas—. ?De dónde los has sacado?

 

Intentando esquivar mi mirada, frunció el ce?o como si se negara a parecer culpable.

 

—Eran de tu padre —masculló—. Los primeros no parecieron molestarte tanto —dijo poniéndose a la defensiva al ver que la miraba horrorizada—. Y no todos son textos demoníacos. Algunos los compró en la biblioteca de la universidad.

 

De repente, entendí muchas cosas y cerré la caja.

 

—Fuiste tú la que puso los libros…

 

—?En el campanario? Sí —afirmó ella poniéndose en pie y tirando de mí para que hiciera lo mismo. Ceri había concluido los preparativos y teníamos que ponernos en marcha—. No podía dárselos a una vampiresa a la que no conocía para que te los entregara, y la puerta estaba abierta. Sabía que acaba-rías encontrándolos, con esa manía tuya de buscar sitios en los que estar sola. Te quedaste sin nada cuando la SI maldijo tu apartamento. Además, ?qué se suponía que debía hacer? ?Subirlos al coche y presentarme aquí diciéndote que traía una colección de libros demoníacos? —Sus ojos verdes brillaban divertidos—. ?Habrías hecho que me encerraran!

 

?Oh, Dios mio! ?Mi padre hacía invocaciones demoniacas?

 

En ese momento Trent y Quen salieron de la casa por la puerta de atrás, y una oleada de pánico recorrió mi cuerpo.

 

—Mamá —le supliqué con el corazón latiéndome a toda velocidad—, dime que nunca los utilizó. ?Por favor! Dime que era un simple coleccionista de libros.

 

Ella sonrió y me dio unos golpecitos en la mano.

 

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