Fuera de la ley

—Tal y como practicamos —dijo.

 

Trent dejó su mochila en el suelo y se adelantó. Echó un último vistazo a Quen y cerró los ojos. Sus labios se movieron, y yo sentí una incómoda sensación mientras interceptaba la línea y establecía el círculo. Era muy diferente, como si en vez de sacar una astilla con fuerte tirón, estuvieran escarbando de forma metódica y dolorosa. En aquel momento me di cuenta de que a Ceri también le molestaba. Lo más probable es que hubiera estado practicando con Quen, puesto que ya no necesitaba velas para fijar un círculo.

 

—Por las bolas de Bartolomé —masculló Ceri—. ?Por qué tiene que hacerlo tan despacio?

 

Una breve sonrisa arqueó mis labios, pero la satisfacción por su falta de habilidad se transformó en una oleada de autocompasión cuando se alzó su lámina de siempre jamás. Su aura era limpia y pura, y el brillante color dorado se abrió paso, despidiendo un montón de destellos. En comparación, la mía debía parecer una pared embadurnada de mierda.

 

Jenks, pensé. ?Dónde demonios está Jenks?

 

—?Ivy? —dije preocupada—. ?Has visto a Jenks?

 

Ella agitó la mano.

 

—Ha dicho que iba a asegurarse de que su familia estuviera a salvo —aclaró, y yo dirigí la mirada hacia el jardín vacío de pixies. Entonces divisé el destello de un par de ojos rojos que provenía de la aguja del campanario y el pulso se me aceleró hasta que caí en la cuenta de que se trataba de Bis. Me sentía tre-mendamente triste. Trent no había querido despedirse. Y yo lo entendía.

 

Ceri entregó a Trent mi espejo adivinatorio y vi como su expresión se cerraba en la creciente oscuridad. ?Maldita sea! Allí fuera, en la penumbra, el cristal de color vino, con las líneas cristalinas grabadas formando una es-trella de cinco puntas con todas sus peque?as cifras y símbolos resultaba aún más hermoso. No podía decir si a Trent también le parecía hermoso, o si le resultaba repugnante, y me pregunté si era esa la razón por la que Ceri había insistido en que fuera él el que invocara a Minias. Es posible que intentara convencerlo de que ni ella ni yo éramos inmorales por lo que hacíamos, sino solo increíblemente estúpidas.

 

Trent tragó saliva y se arrodilló sobre el pavimento de color rojo.

 

A continuación colocó el espejo delante de él y apoyó su mano temblorosa sobre el cristal. Sentí un cosquilleo en la nariz que rápidamente desapareció, y cuando me invadió una extra?a sensación de caer hacia dentro, no me sorprendió en absoluto ver como Trent parpadeaba varias veces.

 

—Trent Kalamack —dijo quedamente. Era evidente que estaba hablando con Minias—. Estoy utilizando el círculo de invocación de Morgan —continuó como si estuviera respondiendo a una pregunta—, que se encuentra junto a mí —concluyó.

 

Un repentino cambio de presión me provocó un fuerte dolor en los tímpanos y di un salto.

 

La imagen de Minias acababa de aparecer a este lado de las líneas, en el inte-rior del círculo de Trent. Una de sus delgadas manos sujetaba la gorra amarilla de su cabeza y su hermosa toga ribeteada de verde estaba desabrochada, lo que hacía que le quedara holgado. Llevaba los rizos despeinados, y le acompa?aba un olor a ámbar quemado y a pan recién horneado.

 

El demonio estaba de espaldas a mí, pero pude percibir su sobresalto al des-cubrir dónde se encontraba.

 

—?Por la colisión de los dos mundos! —exclamó girándose. Seguidamente me miró de arriba abajo y a?adió—: ?Se ha puesto el sol y todavía sigues con vida? ?Cómo te las has arreglado?

 

Yo encogí un hombro mientras Trent apartaba la mano del espejo y se ponía en pie. Con la espalda encorvada, Ceri lo recogió rápidamente.

 

—Has pateado a tu perro demasiadas veces y alguien va a llamar a la agencia protectora de animales —dije sin gustarme la actitud servil que ha-bía adoptado Ceri en presencia de Minias—. Y es una organización que no te conviene cabrear.

 

Minias echó un vistazo a mi gente, que se había congregado en terreno con-sagrado, luego observó a Trent, que intentaba parecer tranquilo, y finalmente volvió a mirarme.

 

—?Tenemos espectadores?

 

Yo volví a encogerme de hombros.

 

—Son amigos míos.

 

Trent se aclaró la garganta.

 

—Todo esto es muy agradable, pero tenemos un plazo que cumplir.

 

Yo fruncí los labios.

 

—Y tú acabas de soltárselo. Bien hecho, Trent.

 

El elfo se sonrojó y el rostro de Ceri mostró una expresión de lo más elo-cuente. Minias, sin embargo, se limitó a ajustarse la toga amarilla y a sonreír al elfo maliciosamente.

 

—Quiero negociar contigo —dijo Trent entrelazando las manos a su espalda con naturalidad para ocultar el temblor—. No quiero saber tu nombre. No te he invocado, tan solo he solicitado tu presencia, y no tengo intención alguna de volver a hacerlo.

 

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