Fuera de la ley

El sol empezaba a desaparecer por el horizonte, y me arrebujé en la gabardina de cuero de David y clavé los dedos de los pies en la suela de mis botas. Estaba cansada. Muy cansada. El agotamiento había hecho que me quedara dormida brevemente unas horas antes, pero aquel sue?ecito no había conseguido aliviar mi fatiga mental. Entonces busqué con la mirada los ojos de Ceri y le indiqué que estaba anocheciendo. Ella asintió con la cabeza y bajó la barbilla como si se pusiera a rezar. Apenas un instante después, se irguió. Su mandíbula apretada denotaba una nueva determinación, acompa?ada de un indicio de miedo. No le gustaba lo que estaba a punto de hacer, pero estaba dispuesta a ayudarme.

 

El silencio se apoderó de la mesa cuando agarró la bolsa de casi tres kilos de sal y se encaminó hacia el peque?o pedazo de tierra blasfema rodeado por la gracia de Dios. Inmediatamente, todo el mundo se puso en marcha, y yo ob-servé divertida cómo Quen ayudaba a levantarse a Ivy, llevándose una mirada ofendida de ella por las molestias. Trent se fue dentro para cambiarse, y Marshal agarró otra cerveza y se sentó a la mesa junto a Keasley.

 

Entonces levanté la vista al percibir un aleteo desconocido y, antes de que quisiera darme cuenta, se me habían llenado los ojos de polvo de pixie. Era la peque?a Josephine, una de las hijas menores de Jenks, seguida muy de cerca de tres de sus hermanos, que actuaban al mismo tiempo como escoltas y can-guros. Era demasiado joven para volar sola, pero deseaba tanto ayudar en el mantenimiento del jardín y su seguridad que era más fácil observarla desde una cierta distancia.

 

—Se?orita Morgan —dijo la peque?a casi sin aliento mientras aterrizaba suavemente sobre la palma de mi mano al tiempo que yo parpadeaba para li-brarme del polvo—. Hay un coche azul aparcado junto al bordillo y una se?ora con un olor similar al suyo mezclado con un falso aroma de lilas se acerca por el camino de acceso. ?Quiere que la ahuyente?

 

?Mamá? ?Qué está haciendo aquí? Ivy me miró intentando averiguar si teníamos algún problema, y yo moví el dedo para indicarle que no pasaba nada. Quen advirtió nuestro intercambio de información, lo que, en cierto modo, me irritó.

 

—Es mi madre —expliqué, y las alas de la peque?a pixie se pusieron mustias por la decepción—. No obstante, te dejaré que ahuyentes al próximo vendedor de revistas —a?adí haciendo que se pusiera a aplaudir entusiasmada. Dios mio, permíteme seguir con vida hasta que pueda ver a Josephine espantando al vendedor de revistas.

 

—Gracias, se?orita Morgan —exclamó—. Si le parece, la acompa?aré hasta aquí.

 

Seguidamente salió disparada por encima de la iglesia dejando tras de sí una estela de chispas que se fue desvaneciendo. Sus hermanos la seguían con dificul-tad, y yo no pude menos que esbozar una sonrisa. Esta se marchitó lentamente mientras me inclinaba hacia delante y apoyaba los codos en las rodillas. Tengo el tiempo suficiente para despedirme de mamá, pensé cuando vi que se abría la puerta trasera y mi madre bajó taconeando los escalones del porche trasero con una caja apoyada en la cadera. Le había contado lo que iba a hacer aquella noche, y debía haber supuesto que se presentaría. Quen se puso en pie y la saludó entre dientes antes de dirigirse al interior con Trent. Yo reprimí una oleada de rabia. No me gustaba la idea de que aquellos dos estuvieran en mi casa, utilizando mi ba?o y olfateando mi champú.

 

Mi madre llevaba puestos unos vaqueros y una blusa de flores y presentaba un aspecto más juvenil de lo habitual con sus cortos cabellos encrespados, sujetos de algún modo por una cinta que hacía juego con la blusa. Con los ojos brillantes, descubrió los preparativos que se estaban llevando a cabo en mitad del cementerio y su rostro se ti?ó de preocupación.

 

—Oh, Rachel. Menos mal que he llegado antes de que te marcharas —dijo mientras agitaba la mano para saludar al resto desde la distancia y se acercaba a mí—. Tenía que hablar contigo. A propósito, Trenton está hecho todo un hombre. Me lo he cruzado en el pasillo. Me alegra saber que habéis dejado atrás vuestras ri?as infantiles.

 

Verla allí y descubrir que había recuperado la cordura supuso un gran alivio en aquellos momentos. Aquella ma?ana, cuando me había marchado de su casa, estaba destrozada y no del todo en sus cabales, pero ya la había visto recuperarse de ese modo en otras ocasiones. Era evidente que Takata sabía qué decir en casos como este, y me pregunté si, una vez que la verdad había salido a la luz, nos habíamos enfrentado a su última crisis nerviosa. Siempre que aquella fuera la verdadera razón de las crisis. El vivir una mentira podía desgarrarte de una forma brutal y hacerte perder el control en el momento más inesperado.

 

Entonces pensé en Takata y luego en mi padre. No podía enfadarme con ella por haber amado a dos hombres y encontrarse con un hijo al que amar incondicionalmente, y cuando me puse en pie para darle un abrazo, una inesperada sensación de paz se apoderó de mí. Era hija de mi padre, pero ahora sabía de quién había sacado mis horribles pies, mi altura… y mi nariz.

 

—?Hola, mamá! —dije mientras me abrazaba, aunque tenía la vista concen-trada en Marshal, que estaba sentado a la mesa.

 

—?Marshal está aquí? —me preguntó extra?ada mientras yo volvía a sen-tarme.

 

Yo asentí sin mirarlo.

 

Kim Harrison's books