Fuera de la ley

—No puedo ayudarte.

 

—En ningún momento te he pedido que lo hagas —le espeté apartando los dedos de golpe. ?Maldita sea, Jenks! ?No podrías haberte equivocado al menos por esta vez?

 

Marshal se puso en pie, dando por hecho que mi silencio era una muestra de indecisión. El ruido seco de las alas de libélula se interpuso entre nosotros y yo me quedé mirando al pixie preguntándome cómo era posible que calara a la gente con tanta facilidad y que yo fuera tan torpe.

 

—?Eh, Marsh-man! —soltó Jenks en tono jocoso—. Ivy quiere otra ham-burguesa.

 

Marshal me miró de soslayo con cierta amargura.

 

—Precisamente ahora estaba yendo para allá.

 

—Todo va a salir bien —le dije en un tono algo agresivo, y él vaciló—. Puedo hacerlo.

 

—No —me reprochó mientras Jenks revoloteaba con cierta inseguridad a su lado—. Esto no puede acabar bien. Incluso aunque consigas regresar, tendrás que enfrentarte a una situación muy desagradable.

 

A continuación se giró y se dirigió lentamente a la barbacoa con los hombros encorvados. Daba la impresión de que Jenks no sabía qué hacer con sus alas, y subía y bajaba con indecisión.

 

—En mi opinión, no te conoce lo suficiente —dijo el pixie nerviosamente—. Vas a salir de esta mucho mejor de lo que estás antes de entrar. Yo sí que te conozco, Rachel, y sé que todo saldrá bien.

 

—No, en realidad tiene razón —resoplé haciendo que el pelo se me remo-viera—. No es una buena idea.

 

Esconderme en la iglesia de por vida tampoco era una buena idea, y si Trent iba a pagar por llevarme a siempre jamás y traerme de vuelta, ?qué sentido tenía rechazar su ofrecimiento?

 

Jenks se largó a toda velocidad, claramente disgustado. Entonces mi mirada recayó sobre Ivy, que observaba cómo Jenks desaparecía entre las sombras del cementerio, y luego me quedé mirando la discusión que mantenían Trent y Quen.

 

El rostro del anciano mostraba una expresión funesta, y sin poder ocultar su rabia y su agotamiento, se alejó con la mano en la boca intentando contener uno de sus arranques de tos. Trent respiró aliviado y luego se puso rígido al darse cuenta de que lo había visto todo. Yo le mandé un sarcástico saludo con los dedos haciendo el gesto de las orejas de conejo y él frunció el ce?o. Parecía que todavía estábamos de acuerdo en que teníamos que hacerlo.

 

Quen se dejó caer en los pelda?os del porche trasero con las rodillas dobladas, buscando, como yo, un momento de soledad. Se le veía cansado, pero nadie hubiera dicho que la noche anterior había estado agonizando. En ese momento tres de los hijos varones de Jenks se situaron ante él, aunque manteniendo una distancia respetuosa, y el elfo dio un respingo. Yo esbocé una débil sonrisa al ver que el humor del anciano pasaba de la rabia y la frustración a una relajada fascinación. Sí, aquello iba más allá del habitual embeleso que mostraban los humanos cuando hablaban con los pixies.

 

Ivy también estaba mirando a Quen, y cuando Marshal le llevó una hambur-guesa, ella la ignoró y se dirigió hacia el elfo, todavía convaleciente. Los pixies se dispersaron al oírle decir algo con brusquedad, y se sentó junto a él. Quen se quedó mirándola y cogió la cerveza que le entregaba, aunque no la probó. Pensé que resultaba extra?o verlos juntos, tan diferentes, casi adversarios, pero en ese momento compartían un sentimiento de impotencia muy poco habitual en ellos.

 

Los pixies empezaban a dar muestras de su presencia despidiendo algunos destellos esporádicos muy cerca del suelo, y yo seguí con la mirada la peque?a y elegante sombra de Rex, que había abandonado el césped y caminaba derechita hacia Ivy. No eran muchas las ocasiones en que la vampiresa se encontraba a su altura, y suspiré cuando vi que mi amiga agarraba a la gata y la colocaba en su regazo sin dejar de hablar con Quen. No era difícil imaginar cuál era el tema de conversación, teniendo en cuenta que no dejaban de mirarnos ni a Trent ni a mí.

 

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