Fuera de la ley

—Pagaré por ello —a?adió con los pies firmemente plantados en el suelo de linóleo cubierto de sal—. Cargaré con la mancha. Con la de los dos.

 

—Trenton —intervino Ceri con voz suplicante—. Tú no lo entiendes. Hay muchas cosas que tú no sabes.

 

él la miró y el miedo de sus ojos se mitigó.

 

—Puedo hacerlo. Lo necesito. Si no lo hago, nunca aprenderé a agarrarme al once por ciento. —Entonces dirigió la vista hacia mí, y advertí en ella una nueva luz—. Pagaré por tu viaje de ida y vuelta, pero voy a ir.

 

Con un resoplido de incredulidad, di un paso atrás. ?Por qué lo hacía? ?Para impresionar a Ceri?

 

—Esto es una estupidez —dije con aspereza—. Ceri, dile que es una estupidez.

 

Trent se acercó a mi cara con el pelo revuelto y la mandíbula apretada. Casi parecía una persona diferente.

 

—Pagaré por tu viaje, pero tú te encargarás de mantenerme con vida mientras me hago con una muestra de tejido élfíco.

 

Yo me quedé boquiabierta y parpadeé. Ceri se puso de puntillas y luego volvió a apoyar los talones. Con la mano en la cabeza, se volvió hacia nosotros, en silencio. Desde el hombro de Ivy, Jenks empezó a maldecir soltando entre dientes toda una retahíla de improperios. Era el único ruido que se oía a ex-cepción del viento agitando las ramas desnudas y los alegres chillidos de los ni?os jugando en el exterior.

 

—Antes de que estallara la guerra, los elfos ejercían la misma función de los familiares —dijo Trent poniendo una mano en el hombro de Ceri mientras ella se ponía a temblar en silencio—. Si existe una muestra de elfo en los archivos que tenga más de dos mil a?os de antigüedad, tengo que conseguirla.

 

 

 

 

 

25.

 

 

El aire frío del atardecer se filtraba a través del abrigo de cuero que me había prestado David, y el olor a hamburguesas a la parrilla hacía que me doliera el estómago. Estaba demasiado preocupada para comer. Demasiado preocupada y demasiado cansada. Llevaba la ropa de cuero que solía ponerme para trabajar, y estaba sentada sola, en una silla plegable situada bajo un árbol del jardín casi desnudo. Los demás se agrupaban alrededor de la mesa de madera y saboreaban sus perritos calientes fingiendo que no pasaba nada mientras llegaba el momento de invocar a un demonio en el cementerio.

 

Mis dedos jugueteaban con el hechizo que me colgaba del cuello, y me pasé la lengua por encima de la cicatriz del interior del labio. No sabía por qué me preocupaba la posibilidad de atarme a un vampiro. Lo más probable es que al día siguiente estuviera muerta.

 

Deprimida, me quité el amuleto para detectar magia de alto nivel. ?Qué sentido tenía? Entonces desvié la mirada del torbellino de seda y risas de los hijos de Jenks y la dirigí al recuadro de tierra blasfema del cementerio justo delante de la misteriosa estatua que representaba a un ángel guerrero. En aquel momento reinaba la tranquilidad, pero en cuanto se pusiera el sol, iba a experimentar el toque de los demonios. Podría haber llamado a Minias en la cocina, pero me gustaba la idea de tener lo suficientemente cerca la zona consagrada como para escapar en caso de necesidad. Había una razón para la existencia de aquella zona no santificada, y yo iba a uti-lizarla. Además, tratar de embutir en mi cocina tres elfos, tres brujos, una vampiresa asustada, una familia de pixies y un demonio enfadado no parecía una buena idea.

 

Gracias a Glenn, disponía de un breve respiro. El detective de la AFI había estado indagando en el pasado de Betty, y aunque yo pensaba que la excusa del criadero ilegal de cachorros no tenía mucho peso, los defensores de los anima-les se habían mostrado más que dispuestos a autorizar una redada en su casa después de que yo firmara un documento asegurando que la había visto patear a su perro. La distracción les tendría demasiado ocupados como para invocar a Al, de modo que, a menos que lo hiciera algún otro (algo muy poco probable el día después de Halloween), disponía de tiempo hasta el crepúsculo del día siguiente. Decirle a mi madre que no tenía que esconderse en terreno consagrado aquella noche había sido lo mejor de la jornada.

 

David se había pasado un poco antes para desearme lo mejor y prestarme su gabardina de cuero. Se había ido justo cuando apareció Quen, muy desmejorado pero decidido a hacer que Trent cambiara de opinión. Creo que el hombre lobo había hecho bien en preocuparse ante la posibilidad de que el perspicaz elfo pu-diera ver el foco que tenía en su interior.

 

Kim Harrison's books