Fuera de la ley

Ivy abrió los ojos y, antes de que consiguiera entender la razón, vi que se agachaba para evitar una avalancha de pixies que acababa de entrar por la ventana abierta de la cocina y que pasaba por encima de su cabeza. Aullando y gritando, se arremolinaron alrededor de su padre provocando que me dolieran las órbitas de los ojos. Ivy se había tapado los oídos con las manos, mientras que Trent parecía verdaderamente angustiado.

 

—?Fuera de aquí! —gritó Jenks—. Ya salgo yo. Decidle a vuestra madre que estaré con ella enseguida. —A continuación, mirándome con expresión interrogante, me preguntó—: ?Te importa si… me ausento un momento?

 

—Tómate todo el tiempo que necesites —respondí dejándome caer en la silla que estaba junto a la mesa y colocando la botella de zumo junto al espejo adivinatorio. Entonces consideré la idea de esconderlo de la vista de Trent, pero opté por dejarlo donde estaba. El estómago me dolía demasiado como para beber nada.

 

Jenks se dirigió a la ventana y, antes de salir, esperó a que todos sus hijos abandonaran la cocina.

 

—Lo siento de veras, Jenks —me disculpé con aire taciturno.

 

él se despidió llevándose la mano a la frente en un gesto burlón.

 

—No pasa nada, Rachel. La familia es lo primero. Pero quiero que me lo cuentes todo —dijo antes de marcharse.

 

Yo resoplé aliviada una vez que se desvaneció el aluvión ultrasónico. Ivy se giró para coger una taza del armario. Y yo, ignorando que Trent se encontrara allí, lo suficientemente cerca como para poder darle un guantazo, apoyé la cabeza sobre la mesa. Estoy tan cansada.

 

—?Qué es lo que quieres, Trent? —pregunté sintiendo cómo mis palabras rebotaban en la mesa y regresaban a mí como un cálido aliento. Tenía muchas cosas que hacer. Tenía que idear la manera de aterrorizar a Tom sin que me pillaran. O podía optar por averiguar qué se escondía detrás de la puerta número dos e intentar encontrar la forma de matar a Al. No podían encarcelarme por ello. Bueno, al menos no a este lado de las líneas.

 

Ivy colocó una taza de café junto a mi mano, y yo alcé la cabeza para dedicarle una sonrisa de agradecimiento. Encogiéndose de hombros, se sentó delante de su da?ado ordenador, y ambas nos quedamos mirando a Trent.

 

—Quiero hablar contigo sobre Quen —dijo moviendo nerviosamente sus hábiles dedos mientras sus claros cabellos empezaban a agitarse a causa de la suave brisa que entraba por la ventana—. ?Tienes un minuto?

 

Tengo tiempo hasta el crepúsculo, pensé. Después abandonaré el suelo con-sagrado e iré a matar a un demonio. Sin embargo, me limité a beber un sorbo de café y a responderle con un escueto: ?Soy todo oídos?.

 

Justo en ese instante se oyó que alguien llamaba a la puerta haciéndome soltar un sonoro suspiro. No me sorprendió en absoluto reconocer las suaves pisadas de Ceri mientras recorría el pasillo a paso ligero. Entonces recordé que se había ofrecido a ayudarme con la maldición. No estaba segura de que la oferta siguiera en pie después de que hubiéramos discutido, porque había estado preparándole hechizos a Al. De todos modos, aquel no era el motivo de que me visitara tras haber pasado toda la noche en vela en la basílica. Había venido para saber si el hombre que amaba había conseguido sobrevivir.

 

—?Rachel? ?Ivy? ?Jenks? —gritó mientras Ivy se recostaba en la silla—. Soy yo. Siento presentarme sin avisar. ?Está aquí Trent? He visto su coche fuera.

 

Yo me giré hacia Trent, sorprendida por su expresión aterrorizada. Se había desplazado lentamente hasta que la encimera quedó situada entre él y la puerta, y trataba de esconder su inquietud tras una de sus profesionales sonrisas. De pronto, me puse de un humor de perros. Tenía miedo de ella y de su mancha demoníaca, pero era demasiado gallina como para reconocerlo abiertamente.

 

—?Estamos aquí, Ceri! —respondí alzando la voz.

 

En ese momento la preciosa elfa entró como una exhalación y, cuando vio a Trent, su larga y vaporosa falda blanca dejó de ondear y se enrolló alrededor de sus tobillos.

 

—?Quen…? —musitó mirándolo fijamente con una profundidad en sus sentimientos que resultaba difícil de soportar—. Dime que sigue vivo. Por favor.

 

Por primera vez en todo el día, mi sonrisa se volvió auténtica. Al verla, Ceri rompió a llorar. Con el aspecto de un ángel caído, se rodeó la cintura con los brazos como si estuviera a punto de derrumbarse. Sus lágrimas fluían sin control, haciendo que pareciera aún más bella.

 

—Gracias, Dios mío —farfulló, e Ivy se inclinó para acercarle una caja de pa?uelos de papel.

 

Mis músculos protestaron cuando me levanté, pero Trent se me adelantó y rodeó la encimera para ponerle una mano en el hombro. Ceri alzó la barbilla de golpe, y lo miró con los ojos increíblemente verdes por efecto de las lágrimas.

 

—Rachel lo salvó —dijo, y yo me quedé maravillada al ver la buena pareja que hacían. Eran casi de la misma altura, y ambos tenían el mismo color de pelo y la misma figura esbelta. Miré a Ivy con intención de pedirle opinión, y ella, con expresión avinagrada, se encogió de hombros, cruzó las piernas y echó la silla hacia atrás sobre las dos patas traseras hasta apoyarse en la pared.

 

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