Fuera de la ley

Quizá deberías entraren política y cambiar las leyes, dijo Minias, y mientras yo tomaba aire para protestar, cortó la conexión.

 

De repente, di un salto y ahogué un grito de sorpresa ante la repentina sen-sación de que la mitad de mi mente se hubiera desvanecido. No era real, pero había estado funcionando con una capacidad ampliada, y esta había vuelto a la normalidad.

 

—?Maldita sea una y mil veces! —grité empujando el espejo adivinatorio por encima de la mesa hasta que golpeó contra la pared—. Al ha hecho un trato. Está en libertad bajo fianza, o sea, que es libre de acosarme a su antojo. Para cuando le toque el turno de presentarse ante los tribunales, yo estaré muerta y él podrá decir lo que le venga en gana.

 

El rostro de Ivy adquirió una expresión de pena, y alzó las rodillas y se las acercó a la barbilla.

 

—Lo siento.

 

Desde que habíamos tomado café en el centro comercial, había empezado a tratarme de forma diferente. No exactamente distante, pero sí dubitativa. Tal vez se debía a que nuestra relación había cambiado, o quizá la razón era que la había estampado contra la pared y había estado a punto de freiría.

 

—?No es justo! —exclamé poniéndome de pie y dirigiéndome a grandes zancadas hacia el frigorífico. Furiosa por mi indefensión, abrí la puerta de golpe y agarré una botella de zumo—. He averiguado quién estaba invocando a Al —dije girándome e intentando abrir el estúpido frasco—, y ahora resulta que no puedo arrestarlo. Accedo a intercambiar mi nombre con el de Al, y ellos cambian de opinión.

 

—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Ivy mirando hacia el pasillo y poniendo los pies en el suelo.

 

—Han fijado la fecha del juicio para el treinta y seis —dije sin dejar de ba-tallar con la tapa—. Ni siquiera sé cuándo es eso, ?y encima no consigo abrir la tapa de este maldito zumo!

 

Tras dejarlo en la mesa con un golpe, salí disparada en dirección a la sala de estar.

 

—?Dónde está el teléfono? —rugí a pesar de que sabía perfectamente dónde se encontraba—. Tengo que hablar con Glenn.

 

Mis pies descalzos sonaron con fuerza sobre las tablas de madera del suelo. Los relajantes tonos grisáceos y las sombras ahumadas que Ivy había utilizado para decorar la habitación no surtieron ningún efecto. Agarré el teléfono con ímpetu y marqué de memoria el número de Glenn.

 

—Espero que no me salte el contestador —gru?í consciente de que segura-mente estaría trabajando. Era el día después de Halloween, y tendría que llevar a cabo muchas operaciones contra la delincuencia.

 

—Aquí Glenn —contestó en tono distraído. A continuación, claramente sorprendido, preguntó—: ?Rachel? Me alegro de que me hayas llamado. ?Qué tal te fue en Halloween?

 

Al percibir su preocupación, las palabras desagradables que tenía preparadas se desvanecieron. Entonces me apoyé en la repisa de la chimenea e intenté calmarme.

 

—Yo estoy bien —lo tranquilicé—, pero mi madre se tiró toda la noche con mi demonio favorito.

 

Seguidamente se hizo un silencio embarazoso.

 

—?Oh, Rachel! No sabes cuánto lo siento. ?Hay algo que pueda hacer?

 

Yo levanté la cabeza cuando me di cuenta de que la creía muerta.

 

—Está viva —dije con actitud beligerante. Al otro lado de la línea se oyó un suspiro—. Sé quién está invocando a Al. Necesito una orden de arresto para Tom Bansen. Aunque cueste creerlo, trabaja para la SI.

 

Mi petición no obtuvo respuesta y la presión sanguínea me bajó de golpe.

 

—?Glenn?

 

—No puedo ayudarte, Rachel, a menos que haya infringido la ley.

 

La mano con la que sujetaba el teléfono empezó a temblar. La frustración hizo que se me encogiera el estómago, y entre eso y la falta de sue?o, me encontraba al límite de mis fuerzas.

 

—?No hay nada que puedas hacer? —pregunté en voz baja—. Tal vez, si indagas un poco, encontrarías algo de qué acusarlo. Una de dos, o el objetivo del aquelarre es acabar conmigo con el beneplácito de la SI, o Tom es un jodido topo. ?Tiene que haber algo!

 

—No me dedico a hostigar a gente inocente —respondió Glenn secamente.

 

—?Gente inocente? —dije haciendo aspavientos—. Van a tener que ingresar a mi madre en un manicomio por lo que pasó anoche. Tengo que detenerlo como sea. ?Los malditos burócratas le han concedido la libertad condicional!

 

—?A Tom Bansen?

 

—?No! ?A Al!

 

Glenn inspiró profundamente.

 

—Lo que intento decirte es que, si consigues pillar a Tom en el momento en que te envía a Al, podré hacer algo, pero en este momento se trata solo de especulaciones. Lo siento.

 

—Glenn, necesito tu ayuda. El resto de opciones que me quedan son real-mente desagradables.

 

—No vayas a por Bansen —dijo Glenn con la voz cargada de una nueva se-veridad—. No quiero que te enfrentes a ninguno de ellos, ?me oyes? Si me das un día, encontraré algo de qué inculparlos. La viuda parece una buena apuesta. Su expediente es tan grueso como el de su difunto marido.

 

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