Fuera de la ley

él sonrió amargamente.

 

—?Y de qué me sirve? Desde un punto de vista egoísta, ?qué es lo que tengo? —preguntó agitando las manos con frustración—. ?Una casa enorme? ?Un magnífico autobús para ir de gira? Cosas. Mira lo que podía haber sido mi vida. Lo eché todo a perder. Y mira lo que Monty y tu madre consiguieron.

 

Poco a poco había ido alzando la voz, y yo miré por encima de su hombro en dirección al pasillo, preocupada porque pudiera despertarla.

 

—Mírate —dijo haciendo que volviera a concentrarme en él—. A ti y a Rob-bie. Sois algo real, algo a lo que poder se?alar y decir: ?Yo contribuí a que estas personas se convirtieran en algo grande. Les cogí de la mano hasta que fueron capaces de valerse por sí mismos. Hice algo real e irrefutable?.

 

Claramente frustrado, apoyó los brazos sobre la mesa y se quedó mirando al vacío.

 

—Se me presentó la oportunidad de formar parte de algo real, y se lo regalé a otro, fingiendo que sabía lo que era la vida, cuando todo lo que tengo es lo que puedo conseguir mirando a través de la ventana de otra gente.

 

Mirando por la ventana, con lazos rojos ocultando mi rostro.

 

En aquel momento aparté el plato. Se me había quitado el hambre.

 

—Lo siento.

 

Takata me miró a los ojos con el ce?o fruncido.

 

—Tu padre siempre dijo que yo era un cabrón egoísta. Y tenía razón.

 

Moví la cuchara dibujando un ocho. Ni en dirección de las agujas del reloj, ni al contrario. De una forma equilibrada y vacía de intención.

 

—Tú das algo —dije suavemente—. Lo que pasa es que lo entregas a los extra?os por miedo a que, si se lo das a las personas que amas, lo puedan rechazar. —Al no obtener respuesta, levanté la vista—. Nunca es demasiado tarde —a?adí—. ?Cuántos a?os tienes? ?Cincuenta y algo? Aún dispones de otros cien a?os más.

 

—No puedo —respondió con una expresión que parecía buscar comprensión—. Por fin Alice está considerando la idea de dedicarse de nuevo a la investigación y a la creación, y no puedo pedirle que lo deje para formar una nueva familia. —Un suspiro hizo que sus hombros se movieran—. Sería demasiado duro.

 

Yo me quedé mirándolo y levanté la taza de café, aunque no bebí.

 

—?Qué es lo que sería duro? ?Que aceptara, o que no?

 

Separó los labios. Parecía como si quisiera decir algo, pero tenía miedo. Luego levantó un hombro, y lo relajó y yo tomé un trago y miré por la ventana. En ese momento me asaltaron los recuerdos de luchar por mi vida junto a Jenks e Ivy. Jenks iba a estar muy cabreado por haberlo olvidado en casa de Trent.

 

—Todo lo que merece la pena entra?a una dificultad —susurré.

 

Takata inspiró lentamente.

 

—Se suponía que debía ser yo el que aportara toda esa mierda filosófica de la sabiduría de los ancianos, no tú.

 

Cuando lo miré, me percaté de que sonreía lánguidamente. No podía ocuparme de aquello en aquel momento. Tal vez, cuando hubiera tenido la oportunidad de descubrir lo que significaba. Entonces empujé la silla hacia atrás y me levanté.

 

—Gracias por la cena. Tengo que volver a casa a coger unas cosas. ?Podrías quedarte hasta que vuelva?

 

Takata abrió los ojos con expresión interrogante.

 

—?Qué vas a hacer?

 

Tras colocar el cuenco y la cuchara en el fregadero, estrujé la servilleta y la tiré a la basura.

 

—Tengo que preparar unos hechizos, y como no quiero dejar a mi madre sola, hasta que se despierte, voy a trabajar aquí. Necesito acercarme un momento a la iglesia para coger algunas cosas. ?Podrías esperar a que vuelva? ?Te importaría hacerme ese enorme favor?, pensé amargamente.

 

—?Uh! —farfulló con su largo rostro vacío de expresión, como si le hubiera pillado desprevenido—. Pensaba quedarme hasta que se despertara precisamente para que no tuvieras que volver. Pero tal vez puedo ayudarte. No sé cocinar, pero puedo picar hierbas.

 

—No. —Mi respuesta fue algo brusca, y al ver que le había dolido, a?adí amablemente—: Si no te importa, prefiero preparar los hechizos yo sola. Lo siento, Takata.

 

Me sentía incapaz de mirarlo a los ojos, por miedo a que pudiera adivinar por qué quería estar sola. ?Maldita sea! No tenía ni idea de cómo negociar para intercambiar nombres de invocación, pero sabía que requería una maldición. Pero Takata, por lo visto, torció el gesto por una razón completamente diferente.

 

—?Te importaría llamarme por mi verdadero nombre? —me preguntó, pillán-dome por sorpresa—. Es una tontería, pero oírte llamarme Takata es aún peor.

 

Yo me detuve en la puerta.

 

—?Y cuál es?

 

—Donald.

 

Casi olvidé mi sufrimiento.

 

—?Donald? —repetí haciendo que se sonrojara.

 

Entonces se puso en pie, recordándome lo alto que era, y se metió la camisa en el pantalón vaquero con torpeza.

 

—Rachel, ?no estarás pensando en hacer alguna tontería, verdad?

 

Me detuve y me puse a buscar mis zapatos hasta que recordé que estaban en casa de Trent.

 

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