Fuera de la ley

—Ha salido el sol —respondió él evitando que me viera en la esquina—. Está bien. Seguramente estará durmiendo. Tú también deberías echarte un poco.

 

—No quiero irme a la cama —respondió malhumorada. Nunca la había oído hablar en ese tono—. Tienes que irte. Monty está a punto de llegar, y le duele horrores enterarse de que has venido. No quiere admitirlo, pero lo sé. Además, Robbie es demasiado mayor para seguir viéndote. Se acordará de ti.

 

—Alice —susurró con los ojos cerrados—. Monty está muerto. Robbie está en Portland.

 

—Lo sé —musitó ella resignada, haciéndome sentir fatal.

 

—Venga —la animó—. Vamos a la cama. Hazlo por mí. Si quieres, te cantaré hasta que te quedes dormida.

 

Mi madre protestó, y él la cogió en volandas con la misma facilidad con la que habría levantado uno de sus bajos eléctricos. Entonces ella recostó la cabeza en su hombro y Takata se giró hacia mí, que seguía inmóvil en un rincón.

 

—Por favor, no te vayas —susurró. Luego se dio la vuelta y se la llevó.

 

El corazón me latía con fuerza, y me quedé allí escuchando cómo atravesaban la casa. La suave voz de mi madre hacía preguntas, y él respondía en un tono más grave. Luego se quedaron callados y, cuando oí que empezaba a cantarle con suma dulzura, me fui tambaleando hasta la mesa. Aturdida, me derrumbé en la silla en la que había estado sentada mi madre, apoyé uno de los brazos y hundí la cabeza.

 

Tenía ganas de vomitar.

 

 

 

 

 

23.

 

 

El aroma ácido a sopa de tomate resultaba reconfortante, pues ayudaba a enmas-carar el olor a metal caliente y a ámbar quemado. Me sonaban las tripas y me pareció patético que pudiera tener hambre cuando me sentía tan agotada, tanto física como mentalmente. De todos modos, la noche anterior no había comido prácticamente nada a excepción de un pu?ado de diminutas salchichas sujetas con palillos y seis cuadraditos de pastel de calabaza con un poco de nata encima.

 

El suave sonido de la cuchara de madera golpeando el borde de un cazo hizo que alzara la vista de la mesa de linóleo consumida y me quedé mirando como Takata volcaba la sopa humeante con torpeza en un par de cuencos blancos. Resultaba extra?o verlo preparar la cena, aunque hubiera sido más apropiado llamarlo el desayuno, teniendo en cuenta la hora. No estaba acostumbrada a ver una estrella de rock en la cocina de mi madre, buscando cosas vacilante, lo que me dio a entender que había estado allí en otras ocasiones, pero que nunca había cocinado.

 

Con el rostro crispado, intenté desprenderme del amargo sentimiento. Esta-ba segura de que tenía que haber una explicación. Y la única razón por la que estaba allí sentada es porque quería oírla. Por eso, y porque lo más probable es que la SI estuviera buscando el coche de Trent. Y porque estaba desfallecida y él estaba preparando algo de comer.

 

Mientras colocaba uno de los cuencos con sopa delante de mí y deslizaba un plato con dos trozos de pan tostado, me di cuenta de que él también parecía cansado. Entonces se quedó mirando el amuleto que llevaba para advertirme de posibles ataques demoníacos por sorpresa. Pensé que iba a decir algo, pero no lo hizo. Enfadada, agarré una servilleta del servilletero que había encima de la mesa.

 

—Sabes que me gusta acompa?ar la sopa con tostadas —dije con la barbilla temblorosa—. ?Vienes mucho por aquí?

 

él, que estaba delante del hornillo, se giró con el otro cuenco en la mano.

 

—Una vez al a?o, más o menos. últimamente, desde que se apoya tanto en el pasado, algo más. Le encanta hablarme de ti. Está muy orgullosa.

 

Lo observé colocar el cuenco al otro lado de la mesa y se sentó en la silla, removiéndose hasta que encontró una posición cómoda en el delgado almohadillado. Entonces se me ocurrió que quizá podía averiguar cuándo la había visitado estudiando las fechas de sus conciertos y las citas con el médico de mi madre.

 

—Lo siento —dijo, vacilante, mientras tomaba una servilleta—. Ya sé que la cena deja mucho que desear, pero no estoy acostumbrado a cocinar, y hasta un imbécil sería capaz de calentar un poco de sopa.

 

Ignorando las tostadas, probé la sopa y mi tensión se liberó cuando el sabroso calor me bajó por la garganta. Le había echado un chorrito de leche, exactamente como a mí me gustaba. Entonces su bolsillo empezó a zumbar y me quedé mirándolo. El alto brujo parecía molesto mientras sacaba el móvil y miraba el número.

 

—?Tienes que irte? —le pregunté cortante. Tendría que haberlo inmovilizado contra la pared y obligarlo a hablar.

 

—No. Es Ripley. Mi batería. —Una lánguida sonrisa curvó sus comisuras haciendo que su alargado rostro pareciera aún mas largo—. Me llama para que tenga una excusa para marcharme en caso de que lo necesite.

 

Tomé otro trago de sopa, enfadada conmigo misma por estar hambrienta cuando tu vida se estaba derrumbando.

 

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