—No —respondió con indiferencia—. Pero tu padre sí. Te manda recuerdos…
Mierda, mierda, mierda… ?Qué asco de día! Las cosas no pueden ir peor. Entonces reconocí el amuleto y entendí lo que hacía allí. A mi ma-dre nunca se le había dado bien hacer círculos y, siempre que podía, había preferido pedir ayuda a otro brujo. Lo había utilizado para capturar a Al, de lo contrario ya no estaría allí. Entonces miré a mi alrededor y vi que tenía un aspecto normal, y que no había ni rastro del caos que Al solía dejar en mi cocina.
—Mamá —le dije apartándole la mano del álbum y colocándola en mi re-gazo—. No era papá. Quienquiera que sea papá. Era un demonio que se hacía pasar por él. Independientemente de lo que dijera, no eran más que mentiras. Un montón de mentiras, mamá. —Estaba empezando a mirarme con cierto conocimiento y, mitad aliviada, mitad asustada, le pregunté:
—?Te ha hecho algo? ?Te ha tocado?
—No —respondió tocando con los dedos el amuleto apagado—. No le dejé. Me di cuenta de que no era él, y lo encerré en un círculo. Estuvimos hablando toda la noche. Hablábamos y hablamos de cómo eran las cosas antes de que muriera.
Sentí un escalofrío que me recorría de arriba abajo, e intenté no echarme a temblar.
—Fuimos muy felices. Sabía que si no retenía al demonio, iría a por ti, e imaginé que estabas por ahí pasándolo bien. Supe enseguida que no era tu padre. Jamás vi a tu padre sonreír de ese modo, cruel y rencoroso.
Yo respiraba agitada, y le miré las manos como si pudieran mostrar la marca de lo que había tenido que pasar. Estaba bien. Bueno, no estaba bien, pero estaba allí, ilesa. Al menos físicamente. Había pasado la noche hablando con Al para que no viniera a buscarme. ?Que Dios la bendiga!
—?Te apetece un café? —preguntó alegremente—. Acabo de preparar un poco.
En aquel momento miró la taza vacía. Estaba limpia, y era evidente que no la había usado. En un principio pareció aturdida pero, al ver la cafetera y darse cuenta de que no lo había hecho, se mostró casi indignada.
—Será mejor que te acuestes un poco —dije. Quería preguntarle sobre mi padre biológico, pero el miedo comenzó a invadirme violentamente. La había visto comportarse de modo extra?o anteriormente, pero no hasta ese extremo. Tenía que llamar al médico. Y encontrar sus hechizos.
—Venga, mamá —dije poniéndome en pie e intentando que se levantara—. Todo se va a arreglar.
Ella se negó a moverse y, cuando se echó a llorar, me puse furiosa con Al. ?Cómo se atrevía a presentarse en casa de mi madre y dejarla en aquel estado? Tendría que habérmela llevado a la iglesia. ?Debería haber hecho algo!
—Lo echo mucho de menos —dijo. La congoja en su voz hizo que sintiera un nudo en la garganta. Entonces me recosté en el respaldo de la silla—. ?Nos queríamos tanto!
En aquel momento la abracé, pensando que la vida era muy cruel cuando los hijos tenían que consolar a los padres.
—No te preocupes, mamá —susurré. Sus estrechos hombros empezaron a temblar—. Todo ha terminado. El demonio lo hizo a propósito porque quería causarte da?o. Pero no volverá a ocurrir. Te lo prometo. Te quedarás en mi casa hasta que encuentre la manera de retenerlo.
El miedo rodeó mi alma y la apretó con fuerza. Iba a adoptar el nombre de Al para detenerlo. Tal y como estaban las cosas, no tenía otra opción.
—Mira —dijo sorbiéndose la nariz mientras agarraba el álbum y lo atraía hacia sí—. ?Te acuerdas de estas vacaciones? Te quemaste tanto que no pudis-te subir a ninguna de las atracciones. En realidad Robbie no quería herir tus sentimientos cuando te dijo que parecías un cangrejo.
Intenté cerrar el álbum, pero mi madre no me dejó.
—Tienes que dejar de mirar las fotos, mamá. No te hace ningún bien.
Entonces oí que alguien abría la puerta de entrada y me puse tensa.
—?Alice? —gritó una fuerte voz masculina, profunda y potente. Mi corazón dio un vuelco cuando la reconocí—. No he sido yo —se justificó, acercándose—. ?Dios, Alice! No le he dicho nada. Tienes que creerme. Ha sido Trent. Y como no deje de meterse en tus asuntos familiares le voy a…
Cuando Takata entró en la cocina, agitando su melena rizada, me quedé mi-rándolo fijamente con el corazón a punto de salírseme del pecho. Llevaba los pu?os cerrados, tenía el rostro enrojecido y parecía muy enfadado. Iba vestido con un pantalón vaquero y una camiseta negra que le hacían parecer delgado y normal. Cuando me vio abrazada a mi madre, se detuvo en seco, incapaz de seguir hablando. Su rostro macilento se puso pálido.
—El coche de fuera no es tuyo —dijo sin mostrar ningún tipo de emoción—. Es de Trent.
Mi madre lloraba en silencio y yo inspiré profundamente.
—No encontraba el mío, así que lo cogí prestado.