Fuera de la ley

—Pero entonces la dejé embarazada de Robbie justo cuando mi carrera musical empezaba a despegar. No me refiero a un éxito local, sino a nivel de la Costa Oeste. Aquello lo cambió todo. —Con la mirada perdida, continuó—: Amenazó con tirar por la borda tanto sus sue?os como los míos, lo que creía-mos que queríamos.

 

Sentí que me miraba, y no dije nada, y me limité a inclinar el cuenco para terminarme la sopa.

 

—Tu padre nunca me perdonó que la dejara embarazada e impidiera que acabara los estudios y se convirtiera en una de las mejores creadoras de he-chizos del estado.

 

—?Tan buena es? —pregunté dando otro bocado a la tostada.

 

Takata sonrió.

 

—Ganaste todos los concursos de Halloween en los que participaste. Inventaba continuamente nuevas pociones para que tu padre superara todos los detec-tores de hechizos de la SI, que cada vez eran más sensibles. Una vez me contó que Jenks la consideraba una especie de gurú de la magia, casi una hechicera. No era porque no estuviera creando hechizos, sino porque lo estaba haciendo.

 

Yo asentí con la cabeza y me limpié la mantequilla de los dedos. Mierda. Me había olvidado de recoger a Jenks en la puerta de entrada. Ni siquiera había frenado lo suficiente como para que se subiera al coche. Tal vez Ivy podía ir a recogerlo. Yo no pensaba volver por allí.

 

—De acuerdo, ahora entiendo muchas cosas —dije—. Heredé de ella mis dotes para la magia terrenal. Y según Trent, tú te manejas muy bien con las líneas luminosas.

 

él se encogió de hombros y se pasó la mano por la cabeza haciendo balancear sus rizos.

 

—Antiguamente sí, pero no las utilizo mucho. Al menos, no de forma consciente.

 

Recordé estar sentada junto a él en el solsticio de invierno y verle saltar cuando el círculo de Fountain Square se cerró. Sí, lo más probable es que hubiera heredado de él mis dotes con las líneas luminosas.

 

—Entonces, dejaste embarazada a mi madre y decidiste que tus sue?os eran más importantes que ella y te marchaste —lo acusé.

 

Su pálida tez adquirió un intenso color rojo.

 

—Le pedí que se viniera conmigo a California —se justificó, afligido—. Le prometí que podríamos formar una familia y, al mismo tiempo, realizarnos profesionalmente. Pero ella demostró ser más sensata que yo. —Takata cruzó los brazos por encima de su delgado pecho y se encogió de hombros—. Sabía que una de las dos facetas se resentiría, y no quería que mirara atrás y les echara la culpa a ella y al ni?o por impedirme que alcanzara el éxito.

 

Sus palabras estaban cargadas de amargura, y yo cogí lo que quedaba de mi tostada.

 

—La quería mucho, pero Monty la amaba tanto como yo. De hecho, todavía la quiero —a?adió—. él quería casarse con ella, pero nunca se lo pidió porque sabía que quería tener hijos y que él no podía dárselos. No creía estar a la altura, especialmente cuando yo no hacía más que recordárselo —admitió bajando los ojos con sentimiento de culpa—. Cuando, finalmente, ella decidió que no me acompa?aría a California, él le pidió matrimonio, pues iba a tener el hijo que siempre había querido.

 

Revelar aquellos recuerdos hizo que su rostro se crispara.

 

—Y ella accedió —dijo quedamente—. El dolor que me causa es mucho mayor de lo que jamás sería capaz de admitir. Decidió quedarse con él y con ese trabajo de peón de la SI que aceptó como desafío, en vez de venir conmigo y optar por tener una gran casa con piscina y yacusi. Volviendo la vista atrás, me doy cuenta de que fui un estúpido, pero me fui convencido de que estaba haciendo lo correcto.

 

Cuando se vende el deseo a cambio de libertad y se intercambia la necesidad por fama esas elecciones hechas desde la ignorancia / se convierten en sue?os de vergüenza manchados de sangre. ?Qué hijo de puta!

 

Sus ojos buscaron los míos y mantuvo la mirada.

 

—Monty y tu madre serían felices, y yo me iría a California con el gru-po. Mi hijo crecería en un hogar rodeado de amor. Pensé que había cortado todos los vínculos. Tal vez, si no hubiera vuelto, todo habría salido bien, pero lo hice.

 

Recogí las migajas con un dedo, y me las comí. Todo aquello parecía una pesadilla que no tenía nada que ver conmigo.

 

—Así que emprendí el camino del éxito —dijo Takata con un suspiro—. No tenía ni la menor idea de hasta qué punto había echado a perder mi vida. Ni siquiera la noche en que tu madre vino a uno de mis conciertos. Me dijo que quería tener otro hijo, y yo acepté la propuesta.

 

Sus ojos se quedaron mirando sus largas manos, que colocaban cuidadosa-mente la cuchara en el cuenco.

 

—Aquel fue mi gran error —dijo, más para sí mismo que para mí—. Robbie había sido un accidente que tu padre me robó, pero contigo fue diferente, yo te entregué a él. Y ver su sonrisa entusiasmada cuando te cogió en brazos por primera vez me hizo darme cuenta de lo patético que era y de que mi vida ha sido un completo fracaso. Y lo sigue siendo.

 

—No es cierto que tu vida haya sido un fracaso —dije sin saber por qué—. Tu música emociona a miles de personas.

 

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