——Desde tu punto de vista, es probable.
Al había estado torturando a mi madre por mi culpa. No le había dejado marcas, pero las heridas estaban en su mente y las había sufrido para evitar que me las hiciera a mí.
—Espera.
Me había puesto la mano en el hombro y, cuando me quedé mirándolo fijamente, la retiró.
—No soy tu padre —dijo pasando mirando de reojo mi cuello con sus ma-gulladuras y las cicatrices de los mordiscos—, y no voy a intentar ejercer ese papel, pero llevo observando toda tu vida, y sé que has hecho cosas terribles.
El sentimiento de traición volvía a crecer. No le debía nada, y no consideraba que hubiera estado presente en mi vida. Había crecido teniendo que ser fuerte por mi madre porque era incapaz de manejar las cosas.
—No me conoces de nada —le dije dejando entrever un atisbo de mi rabia.
Con el ce?o fruncido, alargó el brazo para tocarme, pero lo dejó caer.
—Sé que harías cualquier cosa por tus amigos y por la gente que amas, ig-norando tu vulnerabilidad y que la vida es frágil. No lo hagas —me suplicó—. No tienes que enfrentarte a esto tú sola.
Estaba a punto de montar en cólera e intenté refrenarla.
—No tengo ninguna intención de hacerlo sola —le respondí en un tono cor-tante—. Tengo amigos a los que recurrir. —Levanté el brazo y se?alé hacia la parte de la casa que no se veía—. Pero mi madre ha sido sometida a una tortura durante casi trece horas por mi culpa, y tengo que hacer algo. —Estaba alzando la voz, pero no me importaba—. Ha tenido que soportar cómo ese cabrón se hacía pasar por mi padre. Y lo soportó porque sabía que, si lo dejaba salir del círculo o escapar, vendría a por mí. Puedo detenerlo, y lo haré.
—Baja la voz —dijo Takata a punto de sacarme de mis casillas. Con las man-díbulas apretadas, me acerqué a su rostro con aire desafiante.
—No permitiré que mi madre tenga que pasarse la vida escondiéndose en terreno consagrado por algo que hice yo —dije bajando el tono, pero con la misma resolución—. Si no hago algo, la próxima vez es posible que la agreda físicamente. O que empiece a descargar su rabia con extra?os. Tal vez contigo. Aunque, sinceramente, no es que me importe gran cosa.
A continuación me dirigí al pasillo y escuché sus pasos firmes detrás de mí.
—?Maldita sea, Rachel! —iba diciendo—. ?Qué te hace pensar que puedes matarlo cuando ni siquiera la sociedad demoníaca al completo puede?
Yo recogí las llaves del lugar donde las había dejado junto a la puerta, y me vino a la cabeza que probablemente la SI ya debía de estar buscando el coche de Trent.
—Estoy convencida de que sí que pueden —musité—. El problema es que no tienen agallas para hacerlo. Además, en ningún momento he dicho que tu-viera intención de matarlo. —No, solo iba a tomar su nombre. Que Dios se apiade de mí.
—Rachel. —Me cogió el brazo y me detuve, alzando la vista y descubriendo su expresión profundamente preocupada—. Existe una razón por la que nadie se dedica a cazar demonios.
Yo le busqué el rostro con la mirada, viéndome reflejada en cada uno de sus rasgos.
—Quítate de en medio.
él me apretó con más fuerza, y yo le agarré el brazo, le puse la zancadilla por detrás y lo tiré al suelo aguantándome las ganas de darle un pu?etazo en el estómago, o tal vez algo más abajo.
—?Au! —exclamó mirando al techo con los ojos muy abiertos. Tenía la mano en el pecho e intentaba recuperar la respiración mientras trataba de comprender cómo había acabado en el suelo.
Yo lo miré desde arriba y observé su expresión aturdida.
—?Te encuentras bien?
—Sí —respondió palpándose la parte inferior del pecho.
Me estaba cortando el paso y esperé a que se apartara.
—?Quieres saber lo que significa tener hijos? —le dije mientras se sentaba—. Pues significa que a veces tienes que dejar que tu hija haga cosas que te parecen estúpidas, confiando en que, el hecho de que tú no seas capaz de hacerlas no quiere decir que ella tampoco. Que tal vez ella es lo suficientemente sensata como para salir del embrollo en que se ha metido.
Sentí que se me nublaba la vista al comprender que eso era lo que había hecho mi madre, y aunque había sido difícil y había supuesto dejar que me enterara de cosas que no eran propias de una ni?a de trece a?os, era más capaz de afrontar los peligros en los que me metía gracias a mi tendencia a buscarme problemas.
—Lo siento —me disculpé mientras Takata se arrastraba hacia atrás para apoyarse en la pared—. ?Le echarás un vistazo a mi madre mientras soluciono esto?
—Por supuesto —respondió asintiendo con la cabeza y agitando las rastas.