Frustrada, me giré hacia el alto ventanal y me quedé mirando las pocas hojas rojizas que todavía pendían de las ramas del árbol.
—Mi madre está tirada en el sofá de su casa bajo los efectos de un sedante, y todo por mi culpa —susurré con la culpa a punto de partirme el alma—. No voy a quedarme de brazos cruzados a la espera de que la emprenda con mi hermano. Tengo que hacer algo, Glenn. De lo contrario, matará a todas las personas que me importan.
—La primavera pasada te conseguí una orden de arresto para Trent —dijo Glenn—. Puedo ocuparme de esto. Llama a tu hermano y dile que se refugie en terreno consagrado, y luego deja que haga mi trabajo. No vayas a por Bansen o te aseguro que yo mismo me presentaré en tu casa con un par de esposas y unas cuantas bridas hechizadas.
Con la cabeza baja, me rodeé la cintura con el brazo. No me gustaba tener que delegar en otra gente cuando alguien a quien amaba estaba en peligro. ?Dejarle hacer su trabajo? Dicho así, parecía muy sencillo.
—De acuerdo —respondí alicaída—. No iré a por Tom. Gracias. Y perdona por haberte gritado. He tenido una noche terrible.
—Esa es mi chica —dijo él cortando la conexión antes de que tuviera tiempo de responder.
Agotada, colgué el auricular. Olía a café, y me dirigí a la cocina decidida a escuchar las ideas de Ivy. No iría a por Tom sin una orden de arresto (me metería en los calabozos de la SI por acoso), pero tal vez podía presionarlo un poco más. Era obvio que no me consideraba una amenaza. Quizá si le prendía fuego al césped de su jardín, accidentalmente, es posible que esperara unos días para volver a invocar a Al.
Me detuve en seco en el umbral de la puerta, sin dar crédito a lo que veía. Trent estaba allí de pie, entre la isla central y la mesa, fingiendo que no le molestaba la vampiresa que lo miraba fijamente con cara de pocos amigos. Los zapatos que había dejado junto al lecho de Quen reposaban encima de la mesa, limpios, y Jenks estaba en la encimera. Mis mejillas se sonrojaron. Mierda. Me había olvidado por completo de él.
—Eh —me espetó el pixie acercándose a mi rostro despidiendo chispas ro-jas—. ?Dónde demonios has estado? He pasado toda la noche retenido en las oficinas de seguridad de Trent.
—?Jenks! —exclamé, dando un paso atrás—. ?Dios! Lo siento muchísimo. Pasé de largo con el coche sin darme cuenta.
—No, perdona. No pasaste de largo. Te cargaste la jodida puerta destro-za musgo. —Con sus diminutos rasgos crispados por el enfado, revoloteó delante de mí despidiendo un fuerte olor a ozono junto con las chispas que desprendía—. Muchísimas gracias, he tenido que gorronearle un sitio en el coche al llorica este.
Era más que obvio que se refería a Trent. Ivy, que se encontraba delante del fregadero, descruzó los brazos. Parecía sentirse mucho más cómoda al ver que había dejado de airear mis trapos sucios desde la habitación contigua para que él pudiera presenciarlo. Podría haberme advertido, pero hubiera reaccionado con tanta impulsividad como para golpearla con la fuerza de un autobús.
—Relájate un poco, pixie —dijo Ivy acercándose para entregarme la botella de zumo con el tapón desenroscado—. Rachel tenía muchas cosas en la cabeza.
—?No me digas? —le espetó Jenks agitando las alas con violencia—. ?Más importantes que su compa?ero? Me dejaste tirado, Rachel. ?Tirado!
Agobiada por la culpa, le eché un rápido vistazo a Trent. Seguía aireando mis trapos sucios.
Con las alas casi imperceptibles, Jenks salió disparado hacia el estante recién reparado cuando Ivy entrecerró los ojos.
—Acababa de descubrir que el hombre que la crió no era su verdadero pa-dre —dijo Ivy—, y se dirigía a casa de su madre para hablar con ella. ?Dale un respiro, Jenks!
El pixie soltó el aire que había retenido en sus pulmones emitiendo un sil-bido de asombro y dejó caer el dedo acusador. El polvo que despedía se diluyó hasta casi desaparecer.
—?En serio? ?Y quién es tu padre?
Con el ce?o fruncido, me concentré en Trent, que no se había movido del sitio salvo para agitar brevemente los pies haciendo que sus zapatos de vestir rechinaran contra los restos de sal que había en el suelo. Se había cambiado de ropa, y con aquellos vaqueros y la camiseta verde, tenía un aspecto extra?o, casi informal. Si creía que iba a discutir aquella cuestión con él delante, estaba muy equivocado.
—Gracias por traer a casa a mi compa?ero —dije fríamente—. La puerta está al final del pasillo.
Trent permaneció en silencio mientras asimilaba lo maravillosa que era mi vida. Había salvado a su amigo, a su figura paterna y jefe de seguridad. Tal vez quería darme las gracias.