Fuera de la ley

Yo fruncí los labios y sentí que mi propio enfado se intensificaba hasta el punto de que creí que iba a ponerme a gritar.

 

—Entonces, ?por qué lo hizo? —pregunté con los dientes apretados—. ?Por qué se arriesgó? Aunque estuviera atado a Piscary, hubiera bastado con dejar la SI —dije haciendo aspavientos sin ton ni son—. O conseguir que lo trasladaran a otra parte del país. —En ocasiones alguna gente se veía atada a un vampiro de forma accidental y, cuando la tapadera fallaba, había diferentes maneras de que no lo procesaran. Al igual que al resto de la gente, podía pasarle a los empleados de la SI, y había diversas opciones con grandes sumas de dinero de por medio y generosas primas por traslado.

 

Trent no dijo nada. Aquello era como jugar a las adivinanzas con un perro.

 

—?Conocía los riesgos, y aun así, lo hizo? —inquirí.

 

Trent suspiró, abrió los pu?os y, tras flexionar las manos, se quedó mirando los puntos de presión, cuyo color blanco contrastaba con el rojo del resto.

 

—Mi padre se arriesgó de inmediato a seguir el tratamiento porque el estar atado a Piscary comprometía su posición como… —Entonces vaciló, y su rostro angulado se crispó por la rabia—. Comprometía su poder político. Tu padre me suplicó que le permitiera hacer lo mismo, pero no por el poder, sino por ti, por tu hermano y por tu madre.

 

Yo me quedé mirando a Trent mientras su rostro y sus palabras se iban haciendo más severos.

 

—Mi padre arriesgó su vida para conservar su poder —dijo con acritud—. El tuyo lo hizo por amor.

 

No obstante, aquello seguía sin explicar los motivos. Los celos en la mirada de Trent me hicieron pensar, y me quedé mirando cómo observaba el jardín que sus padres habían construido, sumido en los recuerdos.

 

—Al menos tu padre esperó hasta que supo que no había otra opción —dijo—. Hasta que no estuvo completamente seguro.

 

Poco a poco, su voz entrecortada se fue apagando hasta quedarse en silencio. Tensa, le pregunté:

 

—?Seguro de qué?

 

Trent se giró, y el roce del lino y la seda emitió un suave frufrú. Su rostro juvenil estaba contraído por el odio. Los dos habíamos perdido a nuestros pa-dres, pero era evidente que sentía celos de que el mío hubiera muerto por amor. Con la mandíbula apretada y, aparentemente, con intención de herirme, dijo:

 

—Seguro de que Piscary lo había infectado con la suficiente cantidad de virus como para transformarlo. Yo inspiré profundamente y contuve la respiración. La confusión hizo que la mente se me quedara en blanco.

 

—?Pero los brujos no pueden transformarse! —exclamé, empezando a sentir náuseas—. ?Ni tampoco los elfos!

 

Trent me miró con desdén, actuando por una vez como quería en vez de esconderse detrás de la fachada que le servía de consuelo.

 

—No —respondió con crueldad—. No pueden.

 

—Pero… —En ese momento sentí que las rodillas me fallaban y que me faltaba la respiración. De pronto recordé las veces que mi madre se había que-jado de que mi padre y ella no habían podido tener más hijos. Siempre pensé que se refería al hecho de que hubieran descubierto mi enfermedad genética, pero ahora… Y también sus recomendaciones librepensadoras sobre que de-bía casarme por amor y tener hijos con el hombre adecuado. ?Quería decir, entonces, que debía casarme con la persona amada y tener hijos con otro? ?Se refería a la antigua práctica según la cual las brujas que se casaban con alguien de una especie que no era la suya tomaban prestado al hermano o al marido de su mejor amiga para engendrar ni?os? Y luego estaba la historia que me había repetido una y otra vez de que, cuando estaban en la universidad, ella invocaba todos los hechizos de mi padre a cambio de que él le preparara los círculos. Eso significaba…

 

Alargué el brazo para apoyarme en el sillón. La cabeza me daba vueltas porque me había olvidado de respirar. ?Mi padre no era un brujo? Entonces, ?con quién se había acostado mi madre?

 

Cuando alcé la vista, descubrí la cara de satisfacción de Trent al ver que ten-dría que replantearme toda mi vida, y que probablemente no me iba a gustar.

 

—?él no era mi padre? —chillé, aunque no me hizo falta ver que negaba con la cabeza—. ?Pero si trabajaba para la SI! —exclamé buscando algo a lo que agarrarme. Estaba mintiendo. Tenía que estar mintiendo. Estaba apretándome las tuercas para ver cuánto podía joderme.

 

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