Una rabia incontrolable se apoderó de mí. Había pasado una noche espantosa, reviviendo la muerte de mi padre y ayudando a Quen a sobrevivir.
—?Dime de qué murió! —le grité provocando que la calmada conversación que provenía del escenario se interrumpiera de golpe—. Mi padre murió de la misma afección que ha aquejado a Quen, y no pretendas hacerme creer que no guardan relación. ?Qué le diste?
Trent cerró los ojos y sus pesta?as se agitaron levemente creando un fuerte contraste con su piel, que había adquirido una repentina palidez. Lentamente se recostó en el respaldo de la butaca y colocó las manos sobre las rodillas. El sol hacía que su pelo se volviera translúcido, y me di cuenta de que el aire del climatizador los acariciaba suavemente. Me sentía tan frustrada y asediada por los conflictos emocionales que tenía ganas de zarandearlo.
Entonces di un paso hacia delante y él abrió los ojos y vio mi mandíbula apretada y mi pelo alborotado. Tenía una expresión impasible que casi me asustó. Luego me indicó con la mano que tomara asiento frente a él, pero yo me crucé de brazos y esperé.
—Quen se administró a sí mismo un tratamiento genético experimental para bloquear el virus vampírico —dijo en un tono monótono. Su habitual educación y sus sutiles modales habían quedado en un segundo plano por el esfuerzo que estaba haciendo por controlar sus emociones—. Este permite que permanezca latente de forma indefinida. —Entonces me miró fijamente a los ojos—. Hemos probado diversos tratamientos para evitar que el virus se manifieste —a?adió con aire cansado—, pero, a pesar de su efectividad, el organismo los rechaza de forma virulenta. Precisamente fue el tratamiento adicional para conseguir que el cuerpo acepte la modi-ficación original lo que mató a tu padre.
En aquel momento me mordí suavemente la cicatriz del interior de labio, sintiendo de nuevo el miedo a estar atada. Tenía aquellos mismos componen-tes vampíricos en mis tejidos. Ivy me protegía de posibles ataques. La cicatriz de Quen había sido ajustada para que reaccionara con Piscary, y teniendo en cuenta que, por principio, si alguien se atrevía a morderlo moriría por segunda vez, Quen había estado a salvo de cualquiera menos de su maestro. La muerte de Piscary había hecho que su marca se convirtiera en una cicatriz no recla-mada, y cualquier vampiro, vivo o muerto, hubiera podido jugar con ella con total impunidad. El riesgo debió de resultarle insufrible. Ya no podía proteger a Trent salvo desde el punto de vista administrativo, y decidió arriesgar ese once por ciento en lugar de un trabajo de oficina que, poco a poco, acabaría con él. Y ya que Quen había sido mordido mientras me salvaba el culo, Trent me consideraba la culpable de todo.
Tras oír sus palabras, me senté en el borde de la silla y, por primera vez, empecé a sentir las consecuencias de estar en ayuno.
—?Eres capaz eliminar el virus vampírico? —pregunté esperanzada. Un instante después la ilusión se transformó en inquietud. Aquello era justo lo que Ivy estaba buscando, y estaba segura de que sería capaz de arriesgar ese once por ciento con tal de liberarse. Ella no. No puedo volver a pasar por esto con ella. No podría soportarlo. No después de ver el sufrimiento de Quen.
Trent apretó los labios con fuerza. Era la primera muestra de emoción que dejaba entrever.
—En ningún momento he dicho que fuera capaz de eliminarlo. Solo que podía evitar que se manifieste. El virus permanece latente. Además, solo funciona en tejidos vivos. Una vez mueres, deja de actuar.
De manera que, si Ivy se sometía al tratamiento, no solo no eliminaría el virus, sino que, una vez muerta, se convertiría en un no muerto. Estaba claro que no era una cura adecuada para Ivy, y yo respiré aliviada. Sin embargo… ?por qué mi padre se había expuesto a un riesgo como aquel?
El cuero de la silla estaba frío, y no me sentía capaz de pensar, porque tenía el cerebro embotado por la hora y por la falta de sue?o. ?Querría decir aquello que Piscary había mordido a mi padre?
Levanté de nuevo la cabeza y vi que Trent tenía la mirada perdida y los pu?os apretados con tal fuerza que los nudillos estaban blancos.
—?Mi padre estaba atado a Piscary?
—Los archivos no dicen nada al respecto —respondió quedamente sin prestar atención.
—?Y tú no lo sabes? —exclamé. él me miró con severidad, casi como si mi actitud lo sacara de quicio—. ?Estabas allí!
—En aquella época carecía de importancia —dijo enfadado.
?Cómo es posible que no tuviera importancia?