Fuera de la ley

—Esta vez no, Quen —dije sintiendo el inicio de un fuerte dolor de cabeza que me obligó a aflojar la presión de la mano—. No voy a quedarme aquí sen-tada esperando a que mueras. Lo único que tienes que hacer es resistir hasta el amanecer. Si lo consigues, lo superarás.

 

Era lo que había dicho la doctora Anders y yo, a diferencia de Trent, lo veía como algo factible. ?Joder! No es que creyera en el once por ciento, es que lo necesitaba con toda mi alma.

 

Trent nos miraba horrorizado, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. No era capaz de ver las cosas de otro modo que no fuera a través de sus gráficos y predicciones.

 

—No es culpa tuya, Sa'han —dijo Quen. Su voz grave acarreaba un dolor más leve—. Es solo una forma de pensar. Pero yo la necesito a ella porque, aunque no lo parezca… quiero vivir.

 

Con los sentimientos divididos, Trent se puso en pie. Yo lo observé mientras abandonaba la zona inferior y se alejaba, y sentí pena por él. Yo podía ayudar a Quen y él no. La puerta se abrió y volvió a cerrarse, dejando entrar una peque-?a pizca de vida antes de que la incierta oscuridad que escondía el futuro nos envolviera de nuevo en una expectante calidez y una tersa quietud.

 

Estábamos solos. Miré la oscura mano de Quen en la mía y vi la fuerza que transmitía. Se avecinaba una dura batalla que tendría que librarse tanto con el cuerpo como con la mente, pero al final sería el alma la que decantara la balanza.

 

—Sé que te tomaste algo —le dije con el corazón a mil ante la posibilidad de que se decidiera a responderme—. ?Qué era? ?Un tratamiento genético? ?Y por qué lo hiciste?

 

Los ojos de Quen tenían una vez más el brillo de aquellos que pueden ver más allá. Entonces inspiró, de un modo que hizo que yo misma sintiera dolor, y parpadeó negándose a responder.

 

Frustrada, le apreté la mano con firmeza.

 

—Como tú quieras, hijo de puta —le espeté—. Te cogeré la jodida mano, pero no pienso dejar que te mueras. ?Dios mío! Concédenos ese once por ciento. Te lo suplico. Solo por esta vez. No había sido capaz de salvar a mi padre. Ni a Peter. Ni tampoco a Kisten. Y el sentimiento de culpa al pensar que todos ellos habían muerto para salvarme fue suficiente para que me apoyara en las rodillas y me pusiera a sollozar.

 

Esta vez no, por favor. él no.

 

—No importa si vivo o muero —dijo con voz áspera—, pero verme pasar por esto es la única… manera de que averigües… la verdad —concluyó retorciéndose de dolor. Se estaba poniendo peor. Sus ojos, claros como los de un pajarillo, se clavaron en los míos, y la pena que tenía dentro se hizo aún más evidente—. ?Estás segura de que quieres conocerla? —me preguntó con la frente cubierta de gotas de sudor.

 

—Eres un cabrón —le respondí casi con un gru?ido mientras le pasaba un pa?uelo. él se limitó a sonreír a través del dolor—. Un cabrón hijo de puta.

 

 

 

 

 

21.

 

 

Me dolía la parte baja de la espalda, y también los brazos. Los tenía cruzados para poder apoyar la cabeza, mientras estaba sentada en mi sillón con la parte superior del cuerpo recostada en la cama de Quen. Estaba solo descansando los ojos mientras él volvía a disfrutar de otro breve periodo de tiempo respirando sin necesidad de que yo lo animara a hacerlo. Era muy tarde, de manera que todo estaba en completo silencio.

 

?En silencio? En aquel momento mi cuerpo recibió una descarga de adre-nalina y me erguí de golpe. Me había quedado dormida. ?Maldita sea!, pensé presa del pánico, dirigiendo la vista hacia Quen. Los horribles ruidos que hacía al respirar habían cesado, y un terrible sentimiento de culpa se apoderó de mí al pensar que había muerto mientras yo dormía, hasta que me di cuenta de que su rostro no mostraba el tono cetrino propio de los muertos, sino un color suave.

 

Sigue vivo, pensé aliviada estirando el brazo con intención de sacudirlo para que recobrara la respiración, como había hecho tantas otras veces aquella noche. Probablemente había sido el cese de su afanosa respiración lo que me había despertado.

 

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