Fuera de la ley

Genial. Todo va de perlas.

 

—Entonces, ?he venido solo para agarrarte la mano mientras mueres? —pregunté frustrada.

 

—Más o menos.

 

Yo le miré la mano. Aún no me sentía preparada para cogérsela. Con torpeza, acerqué la silla un poco más y le di un golpe contra la baja estructura de madera.

 

—Al menos tienes buena música —musité haciendo que las arrugas de su rostro se relajaran ligeramente.

 

—?Te gusta Takata? —preguntó.

 

—?Y a quién no? —Con la mandíbula apretada, escuché la respiración de Quen. Sonaba húmeda, como si se estuviera ahogando. Agitada, le miré la mano y luego el diario que estaba en la mesita—. ?Quieres que te lea algo? —pregunté deseosa de saber qué estaba haciendo allí. No podía levantarme como si nada e irme. ?Por qué demonios me estaba haciendo aquello?

 

Quen empezó a reírse, pero tuvo que dejarlo para volver a inspirar lentamente hasta que su respiración se reguló de nuevo.

 

—No. Ya has tenido ocasión de ver a la muerte acercándose lentamente, ?verdad?

 

En aquel instante afloraron los recuerdos de mi padre, la fría habitación de hospital y su pálida y delgada mano en la mía mientras se esforzaba por respi-rar, a pesar de que su cuerpo no era tan fuerte como su voluntad. Entonces me vino a la mente el momento en que Peter exhaló su último aliento y cómo su cuerpo se estremecía entre mis brazos hasta que finalmente se rindió y liberó su alma. Entonces sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas y que un do-lor familiar nublaba mis pensamientos, y supe que había hecho lo mismo con Kisten, aunque no lo recordara. ?Maldita sea!

 

—Una o dos veces —respondí.

 

él me miró fijamente y sus ojos se clavaron en el brillo que desprendían.

 

—No pienso disculparme por ser un egoísta.

 

—No es eso lo que me preocupa.

 

En realidad lo que realmente quería saber era por qué me había mandado llamar si no quería decirme nada. No, caí en la cuenta, sintiendo que mi rostro se quedaba impasible. No es que no quiera decírmelo, sino que le ha prometido a Trent que no lo haría.

 

Entonces me erguí en el frío sillón de cuero y me incliné hacia delante. Trent me escudri?ó con la mirada, como si supiera que, por fin, lo había entendido. Completamente consciente de que tenía a la doctora Anders detrás de mí, le pregunté moviendo los labios, pero sin emitir ningún sonido:

 

—?Qué es?

 

Quen se limitó a sonreír.

 

—Estás usando la cabeza —dijo casi en un susurro—. Eso está bien. —La sonrisa suavizó su expresión de dolor, y yo me recliné disgustada sobre el res-paldo del sillón sintiendo el bulto de mi bolso. ?La estúpida ética de los elfos! Podían matar a alguien, pero no podían faltar a su palabra.

 

—?Tengo que hacer la pregunta adecuada? —pregunté.

 

él negó con la cabeza.

 

—No existe ninguna pregunta. Lo único que cuenta es lo que ves con tus propios ojos.

 

?Mierda! Ahora se me pone en plan anciano sabio. Me sacaba de quicio que me hicieran eso. Pero entonces me puse tensa. Por encima de la débil música, la respiración de Quen se volvió aún más afanosa. El pulso se me aceleró y eché un vistazo al equipamiento médico, silencioso y oscuro.

 

—Tienes que descansar un poco —le dije cada vez más nerviosa—. Estás malgastando tus fuerzas.

 

Quen se quedó quieto, concentrándose en que sus pulmones se siguieran moviendo. El contraste con las sábanas grises hacía que pareciera una sombra.

 

—Gracias por venir —dijo. Su áspera voz se había vuelto extremadamente débil—. Es probable que no resista mucho más, y quiero que sepas que te agradecería que ayudaras a Trenton a superarlo. él… lo está pasando muy mal.

 

—No te preocupes —dije alargando la mano y poniéndosela en la frente. Estaba caliente, pero no pensaba ofrecerle la taza con la pajita que estaba en la mesa a menos que me la pidiera. Al fin y al cabo, el pobre hombre tenía su orgullo. Las marcas de su rostro se habían inflamado, y lo que sí que hice fue coger la toallita desinfectada que me pasó la doctora en silencio, y le di unos toquecitos en la frente y en el cuello hasta que frunció el ce?o.

 

—Rachel —dijo apartándome la mano—, ya que estás aquí, me gustaría pedirte un favor.

 

—?Qué favor? —le pregunté. Entonces oí que aumentaba el volumen de la música y me giré hacia la puerta. Trent acababa de entrar, y tanto la música como la luz se desvanecieron cuando cerró la puerta.

 

A Quen empezó a temblarle el párpado, lo que significaba que sabía que Trent estaba allí. Entonces inspiró con cuidado y, suavemente, para no ponerse a toser, dijo:

 

—Si no lo consigo, me gustaría que ocuparas mi puesto como jefe de segu-ridad de Trent.

 

Yo me quedé con la boca abierta, y me eché atrás.

 

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