Fuera de la ley

—Cuando vio que el vínculo no funcionaba a través de las líneas —comencé a explicar como quien no quiere la cosa, disfrutando de la cara de espanto del interno—; forzó una conexión más sólida haciéndome tomar una parte de su aura. Eso permitió que se rompiera el vínculo original con Nick. él no se lo esperaba.

 

—?Eres familiar de un demonio? —farfulló el joven provocando que la doctora Anders le lanzara una severa mirada para darle a entender que debía cerrar el pico.

 

Todo aquello me estaba cansando, y cuando Takata cambió el registro y comenzó a tocar una de sus baladas, negué con la cabeza.

 

—No. Llegamos a un acuerdo porque los vínculos familiares no se pueden forzar. Ese era el trato. No soy familiar de nadie salvo de mí misma.

 

La expresión de la doctora Anders cambió tornándose ávida.

 

—Cuéntame cómo lo hiciste —me ordenó inclinándose ligeramente hacia delante—. He leído algo al respecto. Puedes almacenar energía de líneas lumi-nosas en tu mente, ?verdad?

 

Yo la miré con cara de asco. ?Me había avergonzado y humillado delante de dos clases por reivindicar la magia terrenal en vez del dominio de las líneas lu-minosas, y esperaba que le revelara cómo convertirse en familiar de uno mismo?

 

—Tenga cuidado con lo que desea, doctora Anders —respondí secamente. La bruja frunció los labios y se me quedó mirando con una antipática cara. Entonces me acerqué a ella, apoyándome en mi rodilla doblada para que mis palabras alcanzaran su objetivo—. No puedo decírselo —dije suavemente—. Si lo hago, seré suya. Del mismo modo que usted pertenece a Trent, pero de un modo más honesto.

 

Sus mejillas adquirieron un tenue rubor.

 

—No le pertenezco. Trabajo para él. Eso es todo.

 

El interno estaba empezando a ponerse nervioso, y tras bajar el pie de la silla, me puse a hurgar en mi bolso.

 

—?Te ayudó a escenificar tu muerte? —le pregunté tras sacar el móvil y abrir la carpeta de los mensajes. ?2 a.m. Sin demonios. Sigo viva?. Ella no dijo nada, y después de volver al menú principal, me aseguré de que estuviera activada la opción de vibrar, lo tiré y a?adí mi pistola de bolas—. Entonces le perteneces —a?adí con crueldad pensando en Keasley y esperando que él no se encontrara en la misma situación.

 

Sin embargo, la doctora Anders se recostó en su silla y soltó un bufido por su larga nariz.

 

—Te dije que no estaba matando a las brujas que utilizaban líneas luminosas.

 

—Pero el pasado junio mató a aquellos hombres lobo.

 

La anciana bajó la vista y yo sentí que la ira me invadía. Lo sabía. Es posible que incluso le hubiera ayudado. Asqueada, volví a colocar la silla en su sitio, negándome a sentarme a la mesa con ella.

 

—Por cierto, gracias por ayudarme con mi problema —a?adí.

 

Mi acusación hizo que se tambaleara, y su rostro se enrojeció de rabia.

 

—Si lo hubiera hecho, me habría arriesgado a echar a perder mi tapadera. Tenía que fingir que había muerto, de lo contrario me hubieran matado de verdad. No eres más que una ni?a, Rachel. No te atrevas a darme lecciones de moralidad.

 

Pensado que hubiera podido divertirme aún más de lo que lo estaba haciendo, y con las suaves palabras de Takata como telón de fondo repitiendo ?yo te quise mejor, yo te quise mejor?, le reproché:

 

—Ni siquiera una ni?a hubiera sido capaz de dejarme colgada de ese modo. Habría bastado una carta. O una llamada de teléfono. Yo no le hubiera contado a nadie que estabas viva.

 

Seguidamente, sujetando con fuerza mi bolso, le pregunté:

 

—?Y ahora pretendes que arriesgue mi alma para decirte cómo almacenar energía de líneas luminosas?

 

Su postura evidenciaba que se sentía incómoda. Sin moverme de donde estaba, me crucé de brazos y miré al interno.

 

—?Cómo está Quen? —le pregunté, pero la doctora Anders le tocó ligera-mente el brazo para impedir que respondiera.

 

—Tiene un once por ciento de posibilidades de ver el amanecer —dijo ella dirigiendo la mirada hacia una de las puertas—. Si lo consigue, las posibilidades de que salga adelante ascenderían a un cincuenta por ciento.

 

Las rodillas empezaron a temblarme y las apreté con fuerza. Había espe-ranzas, y Trent me había dejado conducir hasta allí pensando que su muerte era inevitable.

 

—Trent dice que es por mi culpa —reconocí sin importarme que la palidez de mi cara le hiciera ver lo culpable que me sentía—. ?Qué ha sucedido?

 

La doctora Anders me miró con la expresión fría y distante que reservaba para sus alumnos más estúpidos.

 

—No es culpa tuya. Quen robó el antídoto —respondió contrayendo el gesto con desdén, sin percatarse de la expresión de culpabilidad que cruzó el rostro de su interno—. Lo cogió de un botiquín que estaba cerrado con llave. Todavía no estaba listo para utilizarlo en los test, y menos aún para consumirlo. Y él lo sabía.

 

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