—?Oh, no! ?Eso sí que no! —respondí. Quen sonrió y cerró los ojos para ocultar el inquietante destello que daba a entender que podía ver más allá que cualquiera de nosotros.
Trent se situó junto a mí. Podía percibir lo enfadado que estaba conmigo por no haber esperado a que llegara, pero también la gratitud al saber que alguien, aunque fuera yo, había estado junto a Quen.
—Ya me imaginaba que te negarías —dijo Quen—, pero tenía que pedírtelo. —Sus ojos se abrieron y se posaron sobre Trent—. Ya había pensado en alguien más en caso de que dijeras que no. ?Me prometes, al menos, que le ayudarás cuando lo necesite?
Trent cambió de postura como si buscara la manera de dar salida a la tensión que había acumulado.
Estaba a punto de decir que no, cuando Quen a?adió:
—Solo de vez en cuando, y siempre que te pague bien y que no se vean comprometidos tus principios morales.
El olor a seda y al perfume de otras personas se hizo más intenso conforme aumentaba el malestar de Trent. Yo eché un vistazo a su expresión de frustración, y luego volví a mirar como Quen luchaba por inspirar otra vez más.
—Lo pensaré —dije—, pero no descarto que lo mande a tomar viento.
Quen cerró los ojos en se?al de reconocimiento y extendió la mano con la palma hacia arriba esperando que se la cogiera. Mis ojos volvieron a llenarse de lágrimas. ?Mierda! ?Mierda! Se estaba rindiendo. Su necesidad de apoyo había sido más fuerte que su orgullo. ?Cuánto odiaba aquello!
Con la mano temblorosa, deslicé mis cálidos dedos en su fría palma y sentí cómo la apretaba. Con un nudo en la garganta, me limpié las lágrimas con rabia. ?Maldita sea!
Quen relajó la postura y su respiración se reguló. Era la magia más antigua del universo, la magia de la compasión.
La doctora Anders se dirigió lentamente desde la ventana al tocador.
—No estaba listo —musitó—. Le dije que no estaba listo. La mezcla solo tenía un índice de éxito del treinta por ciento, y las conexiones eran muy débiles. ?No ha sido culpa mía! ?Tendría que haber esperado!
Quen me apretó la mano y su rostro se contrajo en lo que parecía una sonrisa. La reacción de ella le parecía graciosa.
Trent abandonó la zona inferior y yo me relajé.
—Nadie te ha echado la culpa —la consoló poniéndole una mano en el brazo. Entonces dudó unos instantes, y sin el más mínimo atisbo de emoción, a?adió—: ?Por qué no esperas fuera?
Sorprendida, me giré para ver su cara de indignación.
—?Oh, oh! Se ha cabreado —susurré para que Quen pudiera enterarse. él me respondió apretándome la mano pero, por lo visto, ella también me oyó, porque se me quedó mirando durante la friolera de tres segundos con su cara de uva pasa como si intentara encontrar las palabras adecuadas. Finalmente se dio media vuelta y se dirigió ofendida hacia la puerta. Una vez más, la luz y el sonido de la batería se introdujeron fugazmente y, antes de que quisiera darme cuenta, la calma y la oscuridad volvieron a adue?arse de la habitación dejando que la base musical de Takata repiqueteara como un lejano latido.
Trent descendió a la zona donde se encontraba la cama de Quen. En un arre-bato de rabia tiró una pieza del costoso equipamiento que estaba encima de uno de los carros. El ruido del objeto golpeando el suelo me sorprendió tanto como su repentina muestra de rabia y frustración, y me quedé mirando cómo se aco-modaba justo allí, con los codos apoyados en las rodillas, y se sujetaba la barbilla con las manos. Trent también había tenido que presenciar la muerte de su padre.
Al verlo allí, desarmado e indefenso, sentí que la perplejidad se adue?aba de mi rostro. Era joven, estaba asustado y, una vez más, tenía que ver agonizar a la persona que lo había criado. Ni su poder, su dinero, su influencia o sus laborato-rios genéticos ilegales podían hacer nada por evitarlo. No estaba acostumbrado a sentirse tan desvalido, y aquello lo estaba destrozando.
Los ojos de Quen se abrieron con el golpe y, cuando me giré hacia él, me di cuenta de que me estaba esperando.
—Esta es la razón por la que estás aquí —dijo, confundiéndome aún más las ideas. Entonces miró brevemente a Trent y volvió a dirigirse a mí—. Trent es un buen hombre —dijo como si no estuviera allí sentado—, pero es un hombre de negocios. Su vida gira alrededor de cifras y porcentajes. Ya me da por muerto. Enfrentarme a esto con él es una batalla perdida. Tú, en cambio, confías en ese once por ciento, Rachel. —Entonces inspiró con suma dificultad y sus pulmones realizaron un movimiento exagerado—. Por eso te necesito.
Aquella larga alocución lo había dejado sin aliento y, mientras luchaba por recuperar la respiración, le presioné la mano con fuerza recordando a mi padre. La verdad de sus palabras hizo que apretara los dientes y volviera a sentir una fuerte presión en la garganta.