Su piel, que por lo general era oscura, estaba pálida y lánguida, y las cicatrices que le había dejado la Revelación mostraban un color rojo intenso, casi como si estuvieran activas. Sus cabellos oscuros estaban enredados y sudorosos y unas marcadas arrugas poblaban su entrecejo. Sus ojos verdes brillaban con una pasión y una fiereza que hizo que sintiera un nudo en la garganta. Yo ya había visto aquel brillo en otra ocasión. Era la mirada de alguien que era capaz de ver más allá de las esquinas del tiempo y que tenía ante sí su propia muerte, pero que, a pesar de todo, estaba dispuesto a luchar. Maldita sea, una y mil veces.
Yo me acomodé. Todavía no estaba preparada para coger su peque?a pero musculosa mano, que reposaba sobre las sábanas grises de algodón.
—Tienes una pinta horrible —dije finalmente, provocando una dolorosa sonrisa en su rostro—. ?Qué has hecho? ?Engancharte con un demonio? Espero que ganaras —a?adí intentando frivolizar… sin conseguirlo.
Quen inspiró lentamente un par de veces.
—?Lárgate, bruja! —dijo alto y claro. Yo me sonrojé, y estaba a punto de ponerme en pie, cuando me di cuenta de que estaba hablando con la doctora Anders.
Aunque sabía perfectamente que se dirigía a ella, la doctora se acercó aún más y nos miró desde arriba.
—Trent no quiere que te quedes a solas…
—?No estoy solo! —le espetó. Su voz iba ganando fuerza conforme la usaba.
—…a solas con ella —concluyó ella en un tono cargado de odio. Era un sonido realmente desagradable, y era evidente que molestó a Quen.
—Lár…ga…te —repitió quedamente, furioso porque su enfermedad le hubiera hecho creer que podía mandar sobre él—. Hice venir a Morgan por-que no quería que la persona que presencie mi último aliento sea un apestoso burócrata o un médico. Le hice un juramento a Trent y no pienso romperlo. ?Y ahora, lárgate! —En aquel momento empezó a toser de nuevo, y aquel sonido, similar a una tela rasgándose, me partió en dos.
Sin levantarme de la silla, me giré y, mientras ella se adentraba de nuevo en la penumbra, le hice un gesto para que se marchara. En vez de mejorarlas, estaba empeorando las cosas. Estirada y enfadada, se apoyó en un tocador con los brazos cruzados. A pesar de la oscuridad, pude ver que tenía el ce?o fruncido. El espejo devolvió su imagen creando la ilusión de que hubiera dos de ella. Alguien había colocado un trozo de cinta en la parte superior que caía hacia abajo formando un suave arco sobre el cristal, y me di cuenta de que Ceri había estado allí antes de ir a rezar. Había ido a rezar, recorriendo a pie todo el camino hasta la basílica, y yo no la había tomado en serio.
La distancia que la doctora Anders puso entre nosotros pareció satisfacer a Quen, y poco a poco su cuerpo contraído se relajó y las sacudidas que le provocaba la tos disminuyeron hasta desaparecer por completo. Me sentía te-rriblemente impotente, y la tensión hacía que me doliera la espalda. ?Por qué querrá que vea esto?
—?Ostras, Quen! Pensaba que no te importaba —dije.
él sonrió, haciendo que todas las arrugas causadas por el estrés se unieran entre sí.
—Y no me importa, pero lo de los burócratas era en serio. —Luego se quedó mirando el techo e inspiró lentamente hasta tres veces emitiendo un sonido ronco. Sentí cómo el pánico se apoderaba de mí, instalándose en un lugar de mi alma que me resultaba familiar. Yo he oído este sonido antes.
Entonces cerró los ojos y yo me precipité hacia él.
—?Quen! —le grité. Me sentí como una idiota, cuando sus párpados se abrieron de golpe y me miró fijamente con una inquietante intensidad.
—Solo estaba descansando un poco los ojos —dijo divertido por mi miedo—. Aún me quedan algunas horas. Puedo sentir cómo las cosas empiezan a flojear, y creo que dispongo, al menos, de esa cantidad de tiempo. —Su mirada se posó brevemente en mi cuello, y luego la alzó—. ?Has tenido problemas con tu compa?era de piso?
Yo me negué a taparme los mordiscos, pero no resultó fácil.
—Es una especie de llamada de atención para ver si me espabilo —dije—. A veces se necesita que te den un buen golpe en la cabeza para darte cuenta de que lo que siempre has deseado no era lo que más te convenía.
él asintió levemente con la cabeza.
—Bien —dijo. Seguidamente, tras inspirar de forma lenta, a?adió—: Ahora resulta mucho más seguro tenerte cerca. Muy bien.
La doctora Anders cambió de posición para recordarme que estaba escuchando. Frustrada, me incliné un poco más hasta que la piel de las heridas empezó a tirarme, y sentí el aroma a pino y a sol bajo los olores medicinales a alcohol y a esparadrapo. Luego, tras echarle un vistazo a la doctora Anders, pregunté a Quen:
—?Por qué razón estoy aquí?
Quen abrió los ojos un poco más y giró la cabeza para verme, vacilante porque sentía ganas de toser.
—?No preferirías saber por qué me encuentro en este estado? —preguntó.
Yo me encogí de hombros.
—Te lo he preguntado antes, y te has puesto muy desagradable, así que he pensado probar con otra cosa.
Quen volvió a cerrar los ojos y se limitó a respirar lentamente y con dificultad.
—Ya te he dicho por qué pedí que vinieras
?Por lo de los burócratas?
—De acuerdo —le dije. Deseaba cogerle la mano, pero no estaba muy se-gura de si le haría creer que sentía lástima por él. Eso le cabrearía. —Entonces cuéntame qué es lo que te has hecho a ti mismo.
él volvió a tomar aire y lo contuvo.
—Algo que tenía que hacer —respondió exhalando.