Fuera de la ley

En aquel momento eché un vistazo al velocímetro y solté el acelerador para evitar chocarme con Trent. Cuando finalmente divisamos el complejo de edificios de varias plantas en el que se encontraban tanto las oficinas como los laboratorios de investigación reduje drásticamente la velocidad y comencé a avanzar muy lentamente. En el exterior había una multitud de visitantes api?ados ante las puertas invadiendo el césped. En un lateral había varios autobuses escolares pintados de blanco y uno de esos autobuses que utilizan los grupos de música cuando van de gira. Yo me quedé mirando la parte posterior de la cabeza de Trent en el coche que tenía delante asqueada. ?Quen se estaba muriendo y él daba una fiesta?

 

En ese momento reduje la velocidad aún más y bajé la ventanilla para oír el murmullo de la muchedumbre confiando en que Jenks se escondiera. Había gente disfrazada por todas partes, y todos ellos se movían rápidamente por el entusiasmo pululando por el lugar antes de dirigirse a la zona donde el camino se ensanchaba y que permitía el acceso a la entrada principal. Las luces de freno del coche de Trent emitieron un breve destello y, cuando yo misma pisé el pedal para evitar golpearle en la parte posterior, sentí una descarga de adrenalina. Entonces, justo cuando estaba a punto de soltarlo, alcancé a ver un fantasma de un metro de altura que corría por entre los coches y una mujer con cara de agobio que lo perseguía con una tablilla con sujetapapeles en la mano.

 

Se trataba del gran espectáculo que Trent ofrecía todos los a?os con motivo de Halloween, en el que los más desfavorecidos se codeaban con la gente pu-diente, y cuya finalidad, además de ayudarles, era tocar algunas fibras sensibles y hacer una audaz proclama política. ?Cuánto detestaba los a?os en que se celebraban elecciones!

 

Apreté con fuerza la palanca de cambios y avancé lentamente observando a la gente y buscando un lugar donde aparcar. No podía creer que no hubiera mozos de aparcamiento pero, por lo visto, parte de la diversión consistía en fingir que llevabas una vida humilde.

 

Trent sacó el brazo por la ventanilla y se?aló una entrada de servicio. Me pareció una idea excelente y giré a la izquierda después de él ignorando la se?al de ?prohibido entrar?. En aquel preciso instante, un hombre vestido con un traje negro echó a correr hacia nosotros por encima del cuidado césped pero, cuando vio de quién se trataba, se detuvo y nos hizo un gesto con la mano para que continuáramos. No me pilló de nuevas. Desde el momento en que atravesamos la puerta principal, que se encontraba a unos cinco kilómetros de la casa, había-mos pasado por varios puestos de control, y en todos los casos los vigilantes nos habían hecho gestos con las manos para indicarnos que siguiéramos adelante.

 

Yo examiné los oscuros terrenos mientras seguía a Trent en dirección a su aparcamiento privado, que se encontraba bajo tierra, y tuve que entrecerrar los ojos hasta que me acostumbré a la luz eléctrica. Un segundo hombre trajeado de tama?o considerable se acercó a nosotros con el ritmo y la ac-titud de alguien que sabía quiénes éramos, pero que igualmente tenía que comprobarlo. Aquel tipo tenía una pistola y un par de gafas, y me hubiera jugado el cuello a que estaban bajo el efecto de un encantamiento para poder detectar hechizos. En ese momento bajé el cristal de la ventanilla para hablar con él, pero Trent, que ya había detenido su coche, salió y le ordenó con un gesto que se acercara a él.

 

—Buenas noches, Eustace —dijo alzando la voz para hacerse oír por encima del ruido de nuestros coches, aunque con una cadencia fatigada que jamás le había oído antes—. La se?orita Morgan desea traer su coche. ?Podrías encontrarle un hueco, por favor? Necesitamos llegar a las estancias privadas cuanto antes.

 

El hombre asintió con la cabeza.

 

—Por supuesto, se?or Kalamack. Haré venir a otro chófer inmediatamente para que coja el coche de la se?orita Morgan.

 

Cuando se giró para mirarme, los talones de Trent chirriaron sobre la are-nilla del suelo. A la luz de los faros de mi coche, su preocupación se hizo más que evidente.

 

—La se?orita Morgan me llevará en su coche hasta la entrada de la cocina y, mientras tanto, tú puedes aparcar el mío.

 

—Sí, se?or —respondió Eustace apoyando una mano sobre la parte superior de la puerta abierta del vehículo—. Haré que el personal despeje el camino en la medida de lo posible, pero les va a resultar difícil abrirse paso entre la multitud a menos que quiera utilizar guardaespaldas.

 

—No —contestó Trent rápidamente, y a mí me pareció percibir un atisbo de frustración en su respuesta.

 

Eustace asintió con la cabeza y Trent me sorprendió dándole una suave palmadita en el hombro antes de que se marchara. El eficiente empleado se metió en el vehículo de inmediato y se lo llevó de allí. Trent, por el contrario, se acercó a mi coche lentamente y con la cabeza gacha. Justo antes de que entrara, agarré el bolso y lo puse en la parte trasera. A continuación, él, sorprendido y algo in-cómodo, se sentó en el asiento de cuero llenando el interior de un olor a colonia de bosque y a su champú.

 

—Por ahí —me se?aló con frialdad. Yo metí la primera provocando una sacudida.

 

Kim Harrison's books