Fuera de la ley

—Porque me ayuda a seguir con vida —le espeté—. Pero en este caso, tam-bién me divierte. Esta noche estoy ocupada. Quítate de los escalones para que los ni?os puedan subir.

 

?Cómo demonios había permitido Jonathan que saliera por su cuenta? Raras veces iba acompa?ado de todo un séquito, pero nunca lo había visto solo.

 

Lo ahuyenté de los escalones y su rostro mostró un atisbo de miedo.

 

—Por favor.

 

Jenks se alzó dejando tras de sí una columna de chispas doradas.

 

—?Por todas las margaritas! Creo que voy a cagarme en mis calzoncillos de seda. ?Ha dicho ?Por favor?!

 

Trent lo miró con cara de fastidio.

 

—Te lo pido por favor. He venido por Quen. No lo hago por mí, y mucho menos por ti.

 

Yo inspiré hondo antes de responder, pero Jenks se me adelantó.

 

—Vete a chuperretear un huevo lleno de babas —le soltó poniéndose a la defensiva, algo poco habitual en él—. Rachel no le debe nada a Quen.

 

En realidad aquello no era del todo cierto, pues me había salvado el culo el a?o anterior cuando me enfrenté a Piscary, y en aquel momento empecé a sentir una pizca de vergüenza. ?Maldita sea! Si no visitaba a Quen, me iba a sentir culpable durante el resto de mi vida. ?Cuánto detestaba aquello de madurar!

 

Ivy se cruzó de brazos y adoptó una postura desafiante, mientras que Trent bajó la mirada intentando calmarse. Cuando volvió a concentrarse en mí, percibí un destello de miedo en su mirada. No por él, sino por Quen.

 

—No pasará de esta noche —dijo. El jaleo de los ni?os suponía un macabro contraste con sus palabras—. Quiere hablar contigo. Te lo ruego.

 

Jenks se dio cuenta de que estaba empezando a considerarlo y, con un arranque de rabia, me iluminó el hombro con un montón de polvo dorado.

 

—?Ni se te ocurra, Rachel! Solo quiere que abandones el terreno consagrado para que Al pueda matarte.

 

Yo me estremecí, pensativa. Quen me había proporcionado información con anterioridad, y la gente hacía cosas muy extra?as cuando estaba en el lecho de muerte. últimas voluntades, y cosas del estilo. Sabía que debía permanecer en terreno consagrado, pero llevaba toda la noche entrando y saliendo. Iba a ir. Tenía que hacerlo. Quen conocía a mi padre. Era posible que fuera mi última oportunidad de averiguar algunas cosas sobre él.

 

Ivy me lo leyó en la cara y descolgó su abrigo de la percha.

 

—Voy contigo.

 

El pulso se me aceleró y la expresión de Trent se volvió confusa ante mi repentino cambio de opinión.

 

—Voy a por tus llaves —dijo Jenks.

 

—Espera. Iremos con mi coche —replicó Ivy, girándose para coger su cartera.

 

—No —intervino Trent, haciendo que se detuviera en seco—. Solo ella. Ni pixies ni vampiros. Solo ella.

 

Cabreada como una mona, Ivy lo miró de arriba abajo.

 

Como me descuidara, los dos iban a acabar agarrándose por el cuello incluso aunque Trent cediera y le permitiera acompa?arnos.

 

—No vais a venir ninguno de los dos —dije tajante—. Trent no vive en terreno consagrado…

 

—Por eso mismo vamos a ir contigo —me interrumpió Ivy.

 

—Y a mí me resultará más fácil cuidar de mí misma si no tengo que estar preocupándome por vosotros. —A continuación inspiré profundamente y alcé la mano para anticiparme a nuevas protestas—. Tom no va a invocar a Al. Tiene miedo de que se lo mande de vuelta. —Al oír mis palabras, Trent se puso blanco, y yo lo miré con frialdad—. Voy a por mis cosas —concluí, antes de dirigirme a la cocina.

 

Cuando regresé al vestíbulo, Ivy y Jenks estaban teniendo una acalorada discusión y, mientras Trent observaba en silencio, saqué mi pistola de bolas, revisé la tolva y me la metí en la parte trasera del pantalón. Todavía tenía un trozo de tiza magnética y unos cuantos amuletos de la misión que había llevado a cabo con David unas horas antes, y cuando Ivy sacudió la mano en el aire y miró a Jenks con cara de pocos amigos, me pasé el cordón del detector de magia de alto nivel por la cabeza. Aquello me permitiría disponer de unos cuantos segundos si Al se presentaba.

 

—Os llamaré dentro de un par de horas —dije y, haciendo sonar las llaves de mi coche, atravesé el umbral y salí de la influencia de la iglesia con decisión.

 

Con el corazón a mil, escuché el alboroto de los hijos de Jenks y sentí la noche. El aire estaba cargado de un penetrante olor a calabaza quemada, y me detuve unos instantes en espera de oír una voz con acento británico diciendo algo como: ?Buenas noches, Rachel Mariana Morgan? o ?Truco o trato, queri-da?. Sin embargo, nada de eso sucedió. Al no iba a aparecer. Había sabido cómo cuidar de mí misma. Si, se?or.

 

Jenks aterrizó en mi pendiente de aro pero, cuando intenté atraparlo, echó a volar de nuevo.

 

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