Fuera de la ley

Sus ojos marrones estaban negros por las lágrimas que jamás se permitiría derramar, y me miró parpadeando.

 

—Tuviste que estamparme contra la pared para que parara.

 

—Siento mucho haberlo hecho —dije queriendo tocarle el brazo para que supiera lo mal que me sentía. En vez de eso, tomé asiento a su lado, tan cerca que nuestras rodillas estaban a punto de tocarse, y la miré a la cara—. Yo… creía que eras el asesino de Kisten. —Tenía una expresión afligida, y yo me puse furiosa—. ?Maldita sea, Ivy! ?Estaba experimentando una regresión! —exclamé—. ?Ya te he dicho que lo siento!

 

Ivy apretó la mandíbula y luego la relajó.

 

—A eso me refería —dijo amargamente—. Creíste que era el asesino de Kisten. ?Te das cuenta de lo que significa que me transforme en algo tan cercano al asesino de Kisten que consigo despertar en ti el recuerdo de… eso?

 

?Oh! En ese momento me desplomé sobre el duro respaldo del banco y me llevé la mano a la cabeza, que estaba empezando a dolerme.

 

—?Aquel tipo estaba jugando con mi cicatriz, Ivy! ?Exactamente igual que tú! Tenía la espalda contra la pared y, en ambos casos, estaba terriblemente asustada. Eso es todo. No fuiste tú, fue todo el rollo vampírico.

 

Ivy se giró hacia mí, aunque yo seguía con la mirada perdida en el vestíbulo.

 

—?Aquel tipo? —preguntó.

 

Al pensar en ello, sentí como si empezara a ver borroso e intenté discernir entre el peque?o recuerdo que había recuperado y mis sentimientos.

 

—Sí —respondí quedamente—. Era un hombre. El vampiro que me atacó era un hombre. —Casi podía sentir su olor, una mezcla de frío y piedra… Un polvo antiguo. Frío. Como el cemento.

 

Ivy se cruzó de brazos e inspiró profundamente.

 

—Un hombre —dijo, y yo me di cuenta de que sus largos dedos apretaban con tal fuerza la parte superior del brazo que los nudillos se le pusieron blan-cos—. Tenía miedo de haber sido yo.

 

A continuación se puso en pie, con la cabeza gacha, y yo la seguí. Como si se tratara de un acuerdo tácito, nos dirigimos al puesto de café y yo me palpé el bolso para asegurarme de que todavía lo llevaba.

 

—Hace meses que te dije que no habías sido tú.

 

Su actitud denotaba que se sentía aliviada aunque, mientras sujetaba las dos tazas de café, las manos le temblaban. Entonces me entregó una de ellas des-pués de que yo pagara a la mujer de la caja. Era una cómoda pauta, y yo tomé un trago mientras echábamos a andar lentamente por el concurrido pasillo en dirección al coche. La actitud de Ivy había cambiado, como si, junto con el amuleto que rodeaba mi cuello, le hubiera quitado un gran peso de su alma. Podía alejarme de aquello y dejar todo como estaba, pero tenía que decírselo cuanto antes. Esperar hubiera sido de cobardes.

 

—?Ivy?

 

—Jenks me va a matar —dijo mirándome de soslayo. Tenía los ojos lige-ramente humedecidos, y se los secó con la mano con una amarga sonrisa—. Porque vas a dejarnos, ?verdad?

 

?Oh, Dios mío! Cuando Ivy malinterpretaba algo, lo hacía de todas todas. ?Para qué necesitaba yo un novio? Ya tenía más dramatismo del que podía soportar allí mismo.

 

—Ivy —le dije suavemente obligándola a detenerse entre la gente ajena a nuestros problemas—, compartir aquellas sensaciones contigo fue lo más em-briagador que he sentido nunca. Cuando nuestras auras sintonizaron… —En ese momento tragué saliva, consciente de que tenía que ser honesta con ella, tanto sobre las cosas buenas, como sobre las malas—. Fue como si te conociera mejor que a mí misma. El amor…

 

En ese momento me sorbí la nariz y me la limpié con el dorso de la mano.

 

—?Maldita sea! ?Estoy llorando! —dije apesadumbrada—. Mira, Ivy, a pesar de lo genial que me hizo sentir, no puedo volver a hacerlo. Eso es lo que intentaba decirte. No puedo dejar que vuelvas a morderme. Pero la razón no es que perdieras el control o que no me fíe de ti, sino que… —Seguidamente alcé la vista al techo, incapaz de mirarla a la cara—. Creí que estaba atada a un vampiro, y nunca en mi vida he estado tan asustada. —Entonces, tras soltar una sonora carcajada, a?adí—: Y eso que he tenido que enfrentarme a tantas situaciones terroríficas como para parar un jodido tren.

 

—?Entonces te vas?

 

—No, pero si eres tú la que quieres irte, no te culpo.

 

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