?Tom? ?El Tom que amenazó con arrestarme por invocar demonios en una tienda de hechizos? Dejé caer los brazos y me fijé mejor. Entonces me relajé y solté una carcajada.
—?Será posible! ?Tú? —dije demasiado aliviada para estar enfadada. Aquello podía manejarlo. Si era capaz de encarcelar a uno de los peces gordos de la ciudad, eludir maestros vampiros y burlar demonios, conseguir que un estúpido agente de la SI dejara de liberar demonios para matarme iba a ser pan comido. Por fin algo empezaba a salir a pedir de boca, para variar.
Tom se detuvo al final de la escalera e, ignorando a Betty, nos examino a David y a mí para evaluar hasta qué punto el hombre lobo suponía una amenaza. David entrelazó las manos con calma, y esperó. Yo, en cambio, di un paso adelante intentando mostrarme lo más desafiante y odiosa que podía.
—?Uau! —exclamé en tono sarcástico—. Estoy impresionada. ?Felicidades! Has conseguido enga?arme por completo. Ni siquiera te había incluido en la lista de ?personas que quieren cargarse a Rachel?. ?Vas a matarnos ya, o esperarás a que se ponga el sol para echarnos encima a Al?
Tom sacudió el brazo para soltarse de Betty. La tía no callaba la boca, y estaba consiguiendo sacarme de quicio.
—No sabes cuándo parar, ?verdad? —dijo. Parecía más inepto que nunca. Era demasiado joven para conseguir la cantidad de dominación que pretendía obtener. Trent podía hacerlo, pero él llevaba la ropa adecuada para ello, por no mencionar el porte. Los pantalones y el jersey informales echaban por tierra sus intenciones.
—No cuando coges por costumbre liberar demonios para que se paseen ale-gremente por Cincy —dije—. Y no creas que vas a endilgarme los destrozos en la tienda de hechizos. Tú lo invocaste, tú lo pagas.
Tom soltó una carcajada y se acercó aún más, mientras echaba un vistazo al muro. A continuación se colocó entre nosotros y la escalera con una postura agresiva. Sentí como interceptaba una línea y, como quien no quiere la cosa, saqué la pistola de bolas del bolso para revisar el embudo. David se puso a la defensiva y se aflojó la corbata. Desde lo alto del hueco de la escalera, los ladridos de Sampson se volvieron aún más frenéticos.
—Se?or Bansen —gimió Betty con los ojos puestos en la pistola de color cereza—. No tenía ni idea de las investigaciones demoníacas. La póliza no decía nada.
—?Vete arriba! —gru?ó Tom apartándola una vez más—. La póliza no dice nada porque te ha mentido.
David suspiró y yo esbocé una sonrisa de satisfacción.
—?Pero sabían que se trataba de un demonio! —lloriqueó.
—?Te dije que no reclamaras, pedazo de imbécil! Vete arriba y quítate de una vez ese ridículo disfraz. ?Pareces mi madre!
La pobre mujer huyó despavorida, taconeando por los escalones con sus zapatos rojos y yo sentí un ligero asomo de lástima. Sampson se fue con ella, y la tensión del sótano disminuyó.
—?Tienes problemas con los neófitos? —le dije cuando la puerta de arriba se cerró de un portazo—. ?Caramba, Tom! No me extra?a que quisieras que me uniera a tu club. Es realmente patético.
Tom torció el gesto y sacudió la cabeza para apartarse el pelo de los ojos. Era evidente que mis palabras le habían escocido.
—?Una pistola de bolas? Las brujas de verdad no necesitan armas —dijo.
—Las brujas de verdad utilizan todos los recursos que tienen a su dis-posición—. David se agitó inquieto y, antes de que pudiera decir nada, a?adí: —Mira. Sé que has estado invocando a Al y dejándolo en libertad para que me matara.
—?Moi? —preguntó él, haciéndose el tonto. Aquello era de lo más ridículo.
—Te conviene dejar de hacerlo —dije dando un paso hacia él—. Vivirás más tiempo.
Tom se quedó mirando a Jenks, que estaba suspendido en el aire junto a mí, y retrocedió.
—Sé muy bien lo que estoy haciendo —respondió altivo—. Lo tengo todo controlado.
—?Ah, sí? —pregunté dirigiendo la mirada hacia la grieta—. Y eso de ahí ?qué es?
El rostro del brujo adquirió un tono verdoso y el olor a lejía se hizo más intenso.
—Un peque?o descuido —dijo sin bajar la vista.
—?Y a ti te han ascendido? —exclamé. No me daba ninguna lástima. ?Dios! Me tenía justo delante, y seguía sin pillarlo—. ?Cómo puedes ser tan imbécil?
—Soy un visionario —rebatió.
—No, perdona. Eres un cadáver andante. Al está jugando contigo. ?De veras crees que tu peque?o círculo te protegerá? —le pregunté apuntando hacia la tarima—. He conseguido cercarlo todas y cada una de las veces que me lo has mandado y, una vez que lo capturo, no importa lo que le ordenaras hacer. A esas alturas ya es mío. ?Qué pasaría si lo mandara contra ti en vez de enviarlo a siempre jamás? ?Eh? ?Crees que sería divertido intentar encerrarlo en este peque?o escondite que utilizas para invocarlo? O tal vez se presente cuando te estés duchando, o durmiendo.