Fuera de la ley

—Desconozco cuánto tiempo lleva filtrando agua —se oyó decir a Betty mientras llegaba al final de las escaleras y abría una segunda puerta. Era algo inusual, pero debían de haber instalado la puerta para vampiros para aumentar su valor en caso de que decidieran revenderla—. Solo bajo cuando tengo que almacenar algo —dijo encendiendo las luces y permitiendo que se dispersara el olor a limpiador de alfombras—. Descubrí la mancha de humedad hace unas semanas, pasé el extractor por la alfombra y me olvidé por completo. Sin embargo, a principios de esta semana, la grieta se abrió y la cosa empeoró considerablemente.

 

David terminó de acceder al sótano y, después de echar un rápido vistazo a los amuletos, me detuve al final de la escalera. Todavía no estaba lista para que aquella mujer se interpusiera entre la puerta y yo. Era muy gruesa, y tenía una cerradura convencional en el exterior y un cerrojo en el interior. Genial. Me apostaba lo que fuera a que estaba insonorizado. A nadie le gusta que le interrumpan el descanso dominical con un montón de gritos.

 

Al verme allí, David hizo un gesto de asentimiento prácticamente imper-ceptible y se dirigió a la larga mesa de conferencias que estaba en medio de la espaciosa habitación. Olía demasiado a limpio, teniendo en cuenta que Betty solo bajaba allí muy de vez en cuando. Lejía y, tal vez, el espray que Ivy había utilizado el verano anterior para eliminar los restos de los círculos de sangre. El muro de bloques de cemento que estaba bajo la puerta principal presentaba una grieta del grosor de mi dedo me?ique, que se extendía desde el suelo hasta el techo y de la que partían unas fisuras más delgadas que seguían las líneas de la argamasa.

 

Betty se acercó a David cuando el ruido de los cierres del maletín retumbó débilmente contra las paredes. él sacó unos cuantos papeles, y yo, sintiéndome más segura, me aproximé a las grietas. Sentí un escalofrío cuando la mujer me escrutó con la mirada, incluso cuando empezó a firmar los formularios. Si aquello eran da?os causados por filtraciones de agua, yo era un elfo.

 

Había una segunda habitación detrás de los falsos paneles de madera de pino. El techo de plafón era bajo y la moqueta marrón, que servía tan-to para el exterior como para el interior, parecía llena de mugre. No me extra?aba que a Al le gustara mi cocina; aquel era un lugar bastante des-agradable para que te invocaran. Más allá de donde se encontraban David y Betty, justo debajo de las típicas ventanas altas propias de los sótanos, se alzaba una tribuna de unos veinte centímetros de altura que ocupaba toda la pared del fondo. Entonces miré de nuevo la grieta y sonreí. Sí. Aquel lugar apestaba a invocaciones demoníacas. Había visto los da?os que podían causar. El agua del suelo probablemente era la consecuencia de haber intentado quitar los restos de sangre de la moqueta.

 

—Disculpe, se?ora —dijo David intentando captar la atención de Betty—. Necesito un par de firmas más y tomar unas cuantas fotos. Después nos mar-charemos y le dejaremos que continúe con sus cosas.

 

Betty firmó donde David le indicó, intentando no quitarme ojo, mientras yo extraía un poco de cemento de la grieta y descubría que estaba seco por debajo.

 

—?Qué está haciendo? —inquirió Betty, poniéndose rígida.

 

David tomó aire antes de contestar, pero yo me adelanté.

 

—Soy la especialista en cuestiones demoníacas del se?or Hue —dije en un tono agradable, consciente de que aquella mujer no era la principal responsable, y era con su superior con quien yo quería hablar.

 

David torció el gesto y a mí se me iluminó la mirada. Sabía que estaba enfa-dado, pero los dos teníamos asuntos que tratar, y los míos se habían quedado en segundo plano.

 

—?Cuestiones demoníacas? —preguntó Betty con voz queda.

 

—Se trata de una ley estatal —le mentí—. Cuando se ve afectada la integri-dad estructural de una vivienda, hay que averiguar si los da?os pudieran tener origen demoníaco. —En realidad la ley no existía, pero debería.

 

—Yo… no sabía nada —dijo Betty palideciendo.

 

David frunció el ce?o y yo tomé la delantera.

 

—Todo apunta a que tiene usted un problema demoníaco, Betty. Y muy serio. Este muro se ha abombado hacia fuera, y no hacia dentro como cabría esperar de un da?o por agua. Además, como puede comprobar por los restos que he podido extraer, el cemento del interior está seco. Tendremos que llevar a cabo algunas pruebas, pero me atrevería a aventurar que, o bien alguien ha utilizado una manguera para retirar los restos de sangre, o un demonio ha orinado por toda la moqueta. En ambos casos, la cosa no pinta bien. La orina demoníaca es muy difícil de quitar.

 

Betty empezó a recular mientras yo adquiría cada vez más seguridad en mí misma. No iba a hacer nada. Estaba asustada.

 

—Rachel… —me advirtió David haciéndome un gesto para que retrocediera.

 

Aun así, no pude resistirme.

 

—David, asegúrate de hacerle una foto a esa ventana. Hay una manguera justo detrás.

 

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