Fuera de la ley

Era mucho más ligero de lo que jamás hubiera imaginado y, de hecho, era casi como si no estuviera.

 

—?Puedes interceptar las líneas luminosas! —dije, sin salir de mi asombro. ?Oh, Dios! Las líneas emitían zumbidos con diferentes vibraciones, del mismo modo que una serie de campanas diferentes entre sí sonaban de forma distinta. La de la universidad era profunda y embriagadora, mientras que la que pasaba justo por detrás de la casa producía un claro tintineo. Desde Edén Park me llegaba un ta?ido discordante que probablemente provenía de la línea luminosa sobre la cual algún idiota había construido un estanque, volviéndola débil y casi muerta.

 

Bis sacudió la cabeza.

 

—No, pero puedo sentirlas. Fluyen a través del mundo como la sangre y brotan hasta la superficie como una herida que no acaba de sanar.

 

De pronto inspiré profundamente. Hasta aquel momento no me había dado cuenta de que llevaba un buen rato conteniendo la respiración.

 

—Jenks, yo voto por que se quede. Podemos solucionar lo del alquiler más adelante, pero tal vez podría ocuparse de la vigilancia nocturna para que puedas pasar más tiempo con Matalina.

 

Jenks se encontraba de pie sobre el tocador, y su reflejo hacía que pareciera que hubiera dos pixies mirándome con recelo.

 

—Sí —respondió con la mirada perdida, como si estuviera pensando en otra cosa—. Eso sería genial.

 

Ceri se adelantó y realizó una breve y distinguida reverencia.

 

—Me alegro de que te echaran del antiguo parapeto —dijo con una sonrisa—. Me llamo Ceri. Vivo al otro lado de la calle y, como se te ocurra escupir a mis amigos, convertiré tus alas en plumas.

 

Bis retrocedió y bajó la mirada con sumisión.

 

—Sí, se?ora.

 

Yo lancé una mirada a Jenks y él me la devolvió con expresión de descon-fianza. No creía que Ivy pudiera poner pegas. Entonces le hice un gesto de asentimiento, embelesada.

 

—Bienvenido a nuestros jardines, Bis —dijo Jenks de buen grado—. El al-quiler se paga el primer día del mes.

 

Hasta que no bajé media hora más tarde a llamar por teléfono a mi madre, no caí en la cuenta de que no había bajado mi círculo protector hasta después de que la gárgola hubiera caído en su interior sin ofrecer la más mínima re-sistencia, y no antes.

 

 

 

 

 

17.

 

 

El coche de David tomó una curva pronunciada y Jenks se aferró con fuerza a mi oreja. Eran las doce del medio día, y el peque?o pixie no se sentía bien porque había renunciado a su habitual cabezadita vespertina para acompa?ar-nos. Yo le había dicho que no hacía falta que viniera y que podía quedarse en casa con Bis y dedicarse a escupir semillas a la horrible estatua del jardín, pero había soltado tal cantidad de palabrotas que tuve que invitarlo a participar en la misión que David y yo teníamos prevista. Y me refería a ella como ?la misión que David y yo teníamos prevista? porque ambos teníamos intereses creados. Una vez que David hubiera puesto en marcha una auténtica mana-da, podría aspirar a un aumento de sueldo si conseguía demostrar que podía ahorrarle una cantidad de dinero significativa a su empresa. Yo, por mi parte, solo quería hacer entrar en razón a quienquiera que estuviera invocando a Al y poniéndolo en libertad para que me matara. Por favor, que no sea Nick, pensé con el ce?o fruncido. La propietaria de la casa era una bruja, pero eso no significaba que Nick y ella no estuvieran compinchados.

 

Era un día soleado, y yo llevaba puestas mis gafas de sol. La fresca brisa, que entraba por la ventana y que me agitaba el cabello suelto, resultaba muy agradable. El cielo prometía mantenerse despejado, y dado que había pasado poco tiempo desde el último plenilunio, todo apuntaba a que iba a ser una magnífica noche de Halloween. Si aquel era el grupo que estaba invocando a Al, y conseguía ha-cerles ver lo inadecuado de su comportamiento, tal vez podía arriesgarme a salir. Marshal no me había llamado, pero yo tampoco lo había esperado. Pensaba que se había echado atrás después de nuestro silencioso viaje en coche de vuelta a su todoterreno. Trent había conseguido ponerme de un humor de perros. Entonces suspiré e hice un gesto que nadie más pudo ver. No importa. Al menos he resuelto mis diferencias con Ceri, pensé esbozando una débil sonrisa. Me alegraba que hubiéramos hecho las paces tan rápidamente, y me sentía orgullosa de haber sido yo la que tomara la iniciativa. Lo que me hacía sentir bien no era que me hubiera ense?ado un nuevo hechizo, sino comprobar que no había perdido su amistad. Lo único que me molestaba era no saber lo que estaba sucediendo con Quen. Esperaba que se encontrara bien y que Trent hubiera exagerado porque le encantaba dramatizar.

 

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