—Rhombus —exclamé enérgicamente mientras contenía una oleada de energía que quería escapar a mi control y soltando solo una ínfima cantidad mientras tocaba el anillo.
Entonces brotó una segunda burbuja de energía y el anillo de metal se des-dobló para existir tanto allí como en siempre jamás, adquiriendo una apariencia irreal y translúcida, como la de un fantasma. Yo sonreí al ver la esfera negra y dorada suspendida como si fuera una de las bolas de Navidad de Ceri, mientras la cuerda seccionaba en dos la barrera de irrealidad mientras sujetaba el metal en cuyo interior se encontraba el hechizo. No tenía muchas oportunidades de poder contemplar la mitad inferior de un círculo protector, y aunque sabía que no debía considerar que el contraste entre la mancha de oscuridad demoníaca y la brillante esfera dorada era hermoso, no pude evitarlo. Le confería la apa-riencia de una pátina envejecida.
—Ahora tienes que intentar que se ponga al rojo vivo —me exhortó Ceri, a pesar de que seguía pareciendo preocupada.
Mí vida va a cambiar con la creación de la luz, pensé.
—Lenio cinis —dije con un nudo en la garganta mientras observaba cómo mis dedos realizaban torpemente la invocación. Las dos cosas debían producirse simultáneamente, de lo contrario el aire se consumiría echando a perder el hechizo antes de que el conjuro de conexión, que debía aumentar la cantidad de energía para hacerlo arder, hubiera comenzado a actuar. Al menos, eso era lo que decía la teoría.
Con gesto preocupado, contuve la respiración y observé cómo la esfera emitía un fugaz destello y comenzaba a arder de forma constante.
—?Oh, Dios mío! —chillé al percibir cómo una sensación de vértigo se apoderaba de mí y se asentaba haciendo que me sintiera como si estuviera flotando. La fuerza que provocaba que el globo ardiera se abalanzó sobre mí y me agarré al tocador para estabilizarme. No podía apartar la vista de la esfera ardiente.
—?Respira! —me ordenó Ceri con una alegría forzada. Yo inspiré hondo y contuve la respiración. Sentir cómo la energía fluía dentro de la bola y se convertía en una luz efímera era absolutamente increíble. Era una especie de vacío mental, similar a cómo debía sentirse alguien al entrar en caída libre. Era la sensación más extra?a que había experimentado jamás, pero Ceri me sonreía a través del espejo con el rostro contraído y los ojos humedecidos.
—Es una sensación alucinante, ?sabes? —dije tensa, con los nervios a flor de piel y entusiasmada al mismo tiempo.
—No, no lo sé —dijo ella con un rápido parpadeo—. Yo no puedo hacerlo. Rachel… —a?adió—, deberías tener cuidado.
Yo tragué saliva. Había conseguido algo que ninguna otra bruja o elfo era capaz de hacer, a excepción de Lee. Magia demoníaca. Y había resultado muy sencillo.
Sin apenas darme cuenta, mi vida había vuelto a dar un giro. No había per-cibido el cambio, pero me había convertido en una persona diferente. Aquel peque?o globo de luz había supuesto el punto de inflexión.
Cuando me hube acostumbrado a la extra?a sensación de energía fluyendo a través de mí, me quedé mirando la luz. Su resplandor no era como el brillo claro de los fluorescentes, sino más similar al del ámbar. Iluminaba la habitación hexagonal con una especie de neblina negra y dorada que parecía más oscura que la luz de las velas, pero infinitamente más difícil de alcanzar. La forma en que cubría intensamente las paredes vacías me recordó a cuando el sol del atardecer asomaba por detrás de las espesas nubes de tormenta cubriéndolo todo de una delgada sombra mientras el cielo se llenaba de una presión imperceptible y de olor a ozono. Dejando a un lado que se trataba de magia demoníaca, la había creado yo, y era lo más alucinante que había visto jamás.
Mientras la observaba, me pasé la lengua por encima de los labios.
—?Qué pasaría si a?adiera más energía? —me pregunté a mí misma en voz alta.
—?Rachel, no! —gritó Ceri.
En ese momento cayó algo del techo, aterrizando sobre la superficie de mármol del tocador con un agudo estruendo. Era la gárgola, que me miraba con sus ojos rojos muy abiertos y que agitaba la cola despidiendo el típico olor a piel de león. Yo me aparté dando un traspié y golpeé con el codo el círculo protector, haciéndolo caer.
—?No lo hagas! —exclamó con una voz alta y resonante.
Con la boca abierta, me quedé mirando cómo el peque?o ser que estaba ante mí sacudía sus ásperas alas y luego las replegaba. Entonces se quedó mirando las nuevas grietas que se formaban bajo sus pies y la vergüenza hizo que adquiera un intenso color oscuro.
—?Por las heces de un dragón! —farfulló—. Me he cargado tu mesa. Lo siento. Que Dios, en su infinita gracia, se apiade de mí. Tengo el cerebro de arcilla.
Yo reculé de nuevo y me choqué con Ceri, y ella emitió un suave sonido inquisitivo.
Entonces recuperó su característico color gris y agitó las alas.
—?Quieres que la arregle? Puedo hacerlo.