Fuera de la ley

Cansada de que me gritara en el oído, me lo sacudí de encima.

 

—Eso no es cierto —le espeté—. Además, a mí me cae bien. Acaba de evitar que me queme el cerebro. Al menos deberías permitirle que rellenara un for-mulario de arrendamiento o algo parecido. ?O quieres que el ayuntamiento te penalice por discriminación? La única razón por la que no te cae bien es porque consiguió burlar tu sistema de vigilancia. ?Por Dios, Jenks! Deberías estar su-plicándole que se quedara. Estás empezando a hablar como Trent.

 

Las alas de Jenks se detuvieron en seco y estuvo a punto de caer. Ceri ocultó una sonrisa, y por un momento la situación me resultó de lo más divertida. Las facciones del pixie se contrajeron y luego se relajaron. Claramente aturdido, se posó con recelo en la superficie del tocador agitando las alas a toda velocidad. Con un gesto teatral envainó la espada. Yo dudaba mucho que hubiera sido capaz de atravesar la piel de la gárgola, pero probablemente el resto de los presentes apreció el gesto.

 

—No tengo formularios —admitió Jenks, algo abochornado—. Podemos hacerlo verbalmente.

 

La gárgola asintió con la cabeza, y yo di un paso atrás y me senté junto a Ceri, que se había desplazado para hacerme sitio. Sin mi globo, estaba todo mucho más oscuro, y un potente trueno retumbó con un sonido reconfortante.

 

—Dígame su nombre y el motivo por el que abandonó su última residencia —disparó Jenks.

 

—Jenks, estás siendo muy maleducado —dije. La gárgola, sin embargo, sacudió la cola como gesto de aceptación.

 

—Me llamo Bis —respondió—, y me echaron de la basílica por escupir a todo el que entraba. El pelota de Glissando, que se cree capaz de distinguir entre el polvo de ángel y la suciedad, me delató.

 

—?Por las tetas de Campanilla! ?Lo dices en serio? —exclamó Jenks con admiración—. ?Y qué distancia alcanzan tus escupitajos?

 

Yo alcé las cejas. ?Se llamaba Bis? ?Qué tipo de nombre era ese?

 

Bis resopló orgulloso.

 

—Si ha llovido recientemente, puedo darle a una se?al de stop desde la manzana opuesta.

 

—?No me jodas! —Las alas de Jenks hicieron que se elevara, y aterrizó un poco más cerca—. ?Crees que podrías darle a la repulsiva estatua del ángel que está en lo alto de la torre?

 

Bis adquirió el mismo tono gris claro de sus orejas y su cola, y sus ojos rojos se llenaron de manchas doradas.

 

—Más rápido de lo que tú puedas lanzar un trozo de mierda a un colibrí que te esté robando el néctar.

 

—?Venga ya!

 

—Te lo juro —respondió Bis replegando las alas. El sonido resultaba tranqui-lizador, y yo relajé los hombros. Parecía que Jenks había encontrado un amigo. Era tan enternecedor que casi daban ganas de vomitar. Y lo hubiera hecho de no ser porque realmente necesitaba uno.

 

—Me alegro de conocerte, Bis —dije. Entonces le tendí la mano y luego vacilé. Apenas medía treinta centímetros, la mitad del tama?o de la mayoría de gárgolas que había visto desde la comodidad de la carretera. Su mano era demasiado peque?a para saludarnos a la manera tradicional, aunque tenía que reconocer que me hubiera gustado arriesgarme a tocar aquellas garras de ave rapaz. Sin embargo, hubiera apostado lo que fuera a que pesaba demasiado como para posarse en mi mu?eca como solían hacer los pixies.

 

Con un rugido sorprendentemente flojo, Bis echó a volar de un salto. Jenks se echó atrás desconcertado, y yo me quedé de piedra cuando lo vi aterrizar en mi mu?eca. Se había vuelto negra de nuevo, y sus enormes orejas estaban plegadas con actitud sumisa, como las de un cachorrillo. Justo en el momento en que su suave piel entró en contacto con la mía, sentí de repente todas y cada una de las líneas luminosas que recorrían la ciudad.

 

Pasmada, no hice absolutamente nada mientras me quedaba con la mirada ausente. Podía sentirlas brillar suavemente en mi conciencia, como si hu-biera desenmascarado un potencial que desconocía. Era capaz de distinguir las saludables de las que no lo eran. Y cantaban, como el profundo bullir de la tierra.

 

—?Joder! —exclamé con un grito ahogado. A continuación me tapé la boca avergonzada—. Ceri —balbuceé girándome hacia ella—. Las líneas…

 

Ella me contemplaba sonriente. Maldita sea. Ya lo sabía.

 

Las manchas doradas de los ojos de Bis giraban lentamente sobre sí mismas, cautivándome.

 

—?Puedo quedarme, se?ora propietaria? —preguntó—. Siempre que Jenks me permita pagar el alquiler, claro está.

 

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