Fuera de la ley

—Es aquí —dijo reduciendo la velocidad y el sonido de los neumáticos se volvió más fuerte.

 

La casa era una mansión de grandes dimensiones con lo que parecía una piscina excavada en la tierra en la parte posterior y un elaborado jardín en la delantera. Dentro del garaje había una furgoneta Beeper biplaza, un peque?o tractor cortacésped y poco más.

 

En los escalones había una cesta forrada con tela de cuadros, lo que indicaba que el propietario solo podía ser un inframundano. Yo todavía tenía que ir a comprar los tomates, y decidí que más tarde le preguntaría a David si, a la vuelta, tendría algún inconveniente en detenerse un momento en La Gran Cereza.

 

El porche estaba cubierto de ornamentos de color naranja y negro entre los enormes helechos bostonianos y la estatua de un galgo. Lo más probable es que, al llegar la noche, la metieran en la casa, de lo contrario alguien acabaría cubriéndola de tomate o de algo peor.

 

David frenó haciendo chirriar las ruedas y, mientras terminaba de aparcar el coche, Jenks se colocó delante de mí.

 

—Enseguida vuelvo —dijo antes de salir disparado por la ventana.

 

David se apeó del coche y cerró la puerta con cuidado. En ese momento un peque?o perro comenzó a ladrar como un loco desde el interior de la casa. Da-vid tenía muy buen aspecto con el traje de chaqueta, pero también se le veía cansado. Hacía poco que había sido luna llena, y probablemente las dos chicas lo habían tenido de cacería hasta bien temprano.

 

Ansiosa por recuperar mi vida anterior, bajé del coche de un salto y cerré con un enérgico portazo.

 

—Relájate, Rachel —murmuró David tras rodear el coche, agarrar su maletín y poner las sombras en su sitio.

 

—Estoy relajada —respondí yo, sacudiendo los pies con nerviosismo. Por favor, que no sea Nick. Haz que, por una vez en la vida, haya hecho una buena elección.

 

David vaciló y dirigió sus ojos negros hacia el perro, que asomaba por detrás de una ventana sin dejar de ladrar.

 

—No puedes arrestar a nadie. No tienes una orden judicial.

 

Yo le di un ligero empujoncito para que avanzara por el corto camino.

 

—Con un poco de suerte, alguien hará amago de pegarme y podré darle un buen golpe.

 

Con una mirada de recelo y una sonrisa irónica, David soltó una risotada.

 

—Limítate a decirme si los da?os se deben a algún tipo de actividad demo-níaca, y luego nos marcharemos. En caso afirmativo, podrás volver y ponerle las pelotas por corbata a quien corresponda pero, en lo que a mí respecta, se trata solo de una encantadora dama con una grieta en una pared.

 

Sí, claro. Y yo soy la chica de los cosméticos de La cripta de Valery.

 

—Como quieras —farfullé. Seguidamente me arreglé el vestido y revisé el hechizo para cambiar el color de la piel mientras nos metíamos en el porche. Quería recuperar mi noche de Halloween.

 

David se detuvo en el felpudo y ladeó la cabeza para observar al perro por el cristal de la ventana alargada que había junto a la puerta y que seguía ladrando como un descosido.

 

—Las invocaciones demoníacas no son ilegales.

 

Yo refunfu?é mientras introducía mis gafas de sol en aquella espantosa cartera marrón, justo al lado de la pistola de bolas, la tiza magnética y el amuleto para detectar hechizos pesados que, de momento, mantenía un agradable color verde.

 

—Lo ilegal es mandar a un demonio para que se cargue a alguien.

 

—Rachel… —dijo pacientemente intentando apaciguar los ánimos, mientras tocaba el timbre provocando que el perro se pusiera a dar saltos—. No hagas que me arrepienta de haberte traído.

 

Yo me quede mirando fascinada como aquella bola de pelo claro se ponía a dar volteretas.

 

—No sé de qué me hablas —pregunté poniendo cara de buena.

 

El peque?o animal se puso a aullar y, de repente, un pie lo apartó brusca-mente haciéndolo desaparecer. Cuando la puerta se abrió, yo parpadeé y me quedé mirando con la boca abierta y cara de imbécil a la mujer de mediana edad que llevaba un vestido con estampado de cachemir y un delantal como Dios manda. Esperaba de todo corazón que se tratara de un disfraz, porque el look a?os cincuenta no estaba muy de moda que dijéramos.

 

—Hola —dijo con el típico tono de una mu?equita interpretando el papel de la perfecta anfitriona. Entonces arqueó las cejas, y yo me pregunté si me habría hecho una carrera en las medias. No parecía una invocadora de demonios, pero tampoco tenía pinta de haber perdido recientemente a su marido. Tal vez era la cocinera.

 

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