—Soy David —dijo mi compa?ero cambiándose el maletín y estrechándole la mano—. David Hue. Y esta es Ray, mi ayudante. Somos de la compa?ía de seguros. ?Ray? Yo lo miré con severidad. No estaba allí de incógnito.
—Se?orita Morgan —dije tendiéndole la mano. Ella la sacudió con una sonrisa evasiva. Entonces percibí el aroma a secuoya que indicaba que, más que de una hechicera, se trataba de una bruja, y que había estado preparando hechizos recientemente. La imagen de la dulce ama de casa no colaba conmigo. Lo más probable es que fuera capaz de estrellarme contra la pared. Será mejor que me muestre educada.
—Yo soy Betty —dijo dando un paso atrás y asestando un nuevo empujón al perro. Este se resbaló hacia un lado, y finalmente se colocó bajo el arco que daba al comedor—. Adelante.
David me hizo un gesto para que le precediera, y yo, sin quitarle ojo al perro, que me observaba jadeando alegremente, entré. La falda de Betty se balanceó mientras colocaba un teléfono inalámbrico junto a la puerta, entre un cuenco de caramelos y un plato de galletas escarchadas que tenían forma de calabazas naranjas y gatos negros. ?Caray! ?También se dedicaba a la repostería!
—Tengo entendido que ha sufrido algunos da?os causados por el agua —dijo David.
Yo sentí un escalofrío al oír el ruido seco de la puerta cerrándose. La casa presentaba un aspecto de lo más pulcro, y estaba iluminada por la luz que penetraba a través de un gran ventanal. El vestíbulo era espacioso; era evidente que aquella mujer tenía mucho dinero. El reciente fallecimiento de su marido a causa de un infarto no se percibía ni en la casa ni en su rostro. Nada.
La mujer se adentró en el pasillo taconeando.
—Es en el sótano —nos comentó por encima del hombro—. Síganme. He de reconocer que estoy sorprendida de que trabajen en Halloween.
Su tono sonó algo agrio, e imaginé que Betty solo se había ofrecido a reci-birnos ese día porque pensaba que no trabajaríamos. Nadie más lo hacía.
David se aclaró la garganta.
—Nos gusta resolver las reclamaciones cuanto antes, para que ustedes puedan retomar su vida con normalidad.
Te he pillado en una mentira, a?adí para mis adentros mirando la decoración. Era todo ángulos y colores fuertes que me hicieron sentir incómoda. Olía a huevos cocidos. Sobre una mesa había un centro de lirios y rosas negras. De acuerdo, alguien se había ocupado de que todo estuviera perfecto.
Los suaves golpecitos de las u?as del perro en mi tobillo me hicieron bajar la vista y el animalito se puso a jadearme alegremente como si yo fuera su mejor amiga.
—Vete —le dije en voz baja apartándolo con la pierna. él comenzó a dar saltos a mi alrededor con ganas de jugar.
Betty se detuvo ante una puerta blanca carente de adornos, se giró, y lo miró con cara de pocos amigos.
—?Ya basta, Sampson! —dijo bruscamente, y el alegre perrito se sentó a mis pies barriendo las baldosas del suelo con la cola a toda velocidad.
Tras echarle una última mirada furibunda, Betty abrió la puerta, encendió la luz y comenzó a descender las escaleras. Yo miré a David, y él me indicó que bajara yo primero. Yo negué con la cabeza. No me gustaba el contraste de los tablones desnudos y las toscas paredes en comparación con la claridad de las habitaciones de la planta superior.
él suspiró y entró en primer lugar.
Betty refunfu?ó por algo, y yo inspiré hondo para mantener la compostura. No me apetecía nada bajar, pero era la razón por la que estábamos allí. Con el ce?o fruncido, miré a Sampson.
—No habrá nada de qué preocuparse ahí abajo, ?verdad, amiguito? —le pregunté. él se puso en pie y empezó a mover la parte posterior del cuerpo solo para recibir atención.
—?Perro estúpido! —farfullé mirando hacia abajo. Aunque tal vez no era tan estúpido, teniendo en cuenta que se quedó arriba, disfrutando de la luz del sol mientras yo seguía a la viuda Betty hacia un sótano iluminado por lámparas eléctricas. Tras bajar los dos primeros escalones, abrí la cartera y comprobé el amuleto de hechizos mortales. Nada. Sin embargo, el que indicaba la utilización de magia de alto nivel brillaba con la suficiente intensidad como para permitir leer junto a él.