Fuera de la ley

Su comentario me desconcertó, y volví a respirar.

 

—?Jenks! —grité todo lo alto que pude—. ?Hay alguien aquí con quien tienes que hablar del alquiler!

 

La gárgola volvió a mudar de color, y todo su cuerpo se volvió negro salvo el mechón blanco del extremo de la cola con forma de látigo.

 

—?Alquiler? —gritó. De pronto encorvó sus musculosos hombros y empezó a balancearse de un pie a otro y, sin saber la razón, me recordó a un extra?o adolescente—. No tengo con qué pagarte. ?Que los santos patrones nos vuel-van locos! No tenía ni idea de que tuviera que pagar un alquiler. Nunca debí… Nadie me dijo que…

 

Parecía desesperado y Ceri se acercó a él rápidamente con expresión divertida y algo picara.

 

—Tranquilízate, joven gárgola. Creo que la propietaria no tendrá inconve-niente en darte alojamiento durante algunos meses por lo que acabas de hacer.

 

—?A qué te refieres? ?A destrozarle su mesa de bruja? —preguntó en tono socarrón mientras daba golpecitos con las garras de sus enormes pies. El tama?o de sus orejas era realmente impresionante, y estas se movían arriba y abajo mos-trando su estado de ánimo, como las de un perro. Además, los penachos blancos eran adorables.

 

Con una sonrisa aún más abierta, Ceri apuntó con los ojos a mi luz, que seguía brillando a pesar de las distracciones.

 

—Por evitar que la susodicha bruja se quemara las neuronas. —En ese mo-mento me tocó a mí cambiar de color y al ver mi sonrojo, Ceri a?adió—: El círculo no es lo suficientemente grande para contener toda la energía que estás canalizando. Si la a?ades, podría implosionar y volverse contra ti.

 

Yo torcí el gesto y una sensación de incomodidad se apoderó de mí.

 

—?De veras?

 

—?Qué te parece si la sueltas ya? —me preguntó. Cuando la gárgola se aclaró la garganta, yo asentí y separé mi voluntad de la línea.

 

Yo me puse rígida cuando la sensación de que algo tiraba de mí pareció venirse abajo parpadeando mientras la bola succionaba hasta el último ergio hasta que la luz que pendía encima del tocador se extinguió por completo. An-tes de que quisiera darme cuenta, la tenue luz dorada desapareció y todo se volvió apagado y gris a la luz de la vela parpadeante que estaba encima del tocador. Expectante, me quedé escuchando el sonido de la lluvia mientras el anillo de metal se balanceaba suavemente. La temperatura parecía haber descendido, y sentí un escalofrío. Magia demoníaca sin coste alguno. Antes o después tendría que pagar las consecuencias por lo que acababa de hacer. Estaba segura de ello.

 

—Se trata de magia de alto nivel, Rachel —dijo Ceri devolviéndome al presente—. Va mucho más allá de mis capacidades. Los riesgos de que des un paso en falso son altos, y puedes resultar gravemente herida si te pones a experimentar. Así que no lo hagas.

 

Sentí una punzada de irritación por el hecho de que me dijera lo que debía o no debía hacer, pero se desvaneció enseguida.

 

La gárgola agitó las alas y emitió un agradable sonido, como si estuviera deslizándolas por encima de la arena.

 

—Me pareció que no era una buena idea —dijo—. Al chocar contra la cam-pana, la energía se amplifica.

 

—Efectivamente. —Ceri se giró hacia la ventana cuando Jenks irrumpió zumbando a través del agujero para pixies de la ventana más alta.

 

—Ey —gritó agitando las alas violentamente mientras revoloteaba con las manos en jarras sin quitar ojo a la gárgola que se removía incómoda.

 

—Ya iba siendo hora de que te despertaras. ?Qué crees que estás haciendo aquí? Rachel, oblígale a marcharse. Nadie lo ha invitado.

 

—Jenks, ha accedido a hablar sobre el alquiler —le dije, pero él no quería ni oír hablar del tema.

 

—?Alquiler? —gritó el pixie aleteando para desprenderse del agua de la lluvia salpicando sobre el granito—. ?Has estado comiendo polvo de hadas para desayunar? ?No podemos tener una gárgola aquí!

 

Estaba empezando a dolerme la cabeza, y que Jenks aterrizara sobre mi hombro desprendiendo olor a tierra mojada no ayudaba mucho. Sentí que la camisa empezaba a humedecerse y no me gustaba nada que esgrimiera la espada que había cogido para moverse por ahí desde el día anterior. Ceri había tomado asiento en el diván desgastado con la$ manos a los lados del cuerpo y las piernas cruzadas a la altura de los tobillos, como si estuviera tratando de entretener a una multitud de admiradores. Estaba claro que me tocaba a mí.

 

—?Y por qué no? —dije cuando vi que la gárgola había vuelto a cambiar de color y que se movía de un pie a otro.

 

—?Porque traen mala suerte! —gritó Jenks.

 

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