Fuera de la ley

—?Ey, Rex! —exclamé haciendo que su cola se erizara—. ?Qué pasa? —le espeté. El estúpido felino salió disparado por la puerta e, inmediatamente des-pués, se oyó un femenino murmullo de sorpresa en la escalera y sonreí.

 

Los suaves pasos de Ceri en la escalera se oyeron más fuerte y, con la tiza en la mano, miré al inacabado suelo de madera de fresno para decidir de qué tama?o iba a dibujar el círculo. La puerta de la escalera chirrió y yo me giré, con una sonrisa.

 

—?Has encontrado el anillo? —pregunté.

 

Ella me devolvió la sonrisa mostrándome un anillo plano de metal.

 

—Estaba en la caja de herramientas de Keasley —dijo entregándomelo.

 

—Gracias —respondí sintiendo su peso en mi mano. Las gotas de lluvia hacían que su cabello claro reluciera y habían dejado marcas en su camisa, y yo me sentí culpable por haberla obligado a subir hasta allí—. En serio, te estoy muy agradecida. Sé que nunca probarías a hacer esto si no fuera para ayudarme.

 

Sus ojos verdes brillaron divertidos a la luz de las velas, y algo en ella hizo que me pusiera en guardia. Era como si estuviera tramando algo. Su voz sonaba despreocupada, pero mi instinto me decía otra cosa, así que decidí observarla con atención.

 

—Voy a preparar el círculo —dije intentando hacerme oír por encima de la lluvia—. ?Quieres estar dentro o fuera?

 

Ella vaciló, como si fuera a decirme que no me iba a hacer falta ningún cír-culo, y luego asintió, recordando la primera vez que me ense?ó cómo dibujar un círculo para invocar demonios e inesperadamente mi aura se esfumó.

 

—Dentro —dijo ella. Entonces se puso de pie y mostró intención de despla-zarse, pero yo le indiqué con un gesto que se quedara donde estaba. Lo dibujaría alrededor del diván en el que se acababa de sentar.

 

—Ahí estás bien —le dije empezando el círculo a unos treinta centímetros de distancia de las paredes de la sala hexagonal. Mi pelo formó una especie de cortina roja entre nosotras, y la sensación que transmitía Ceri de que aquello no estaba bien se acentuó. El chirrido de la tiza se mezcló con el sonido de la lluvia, y la brisa que entraba entre los listones era helada. No conseguía desprenderme de la sensación de que me estaba ocultando algo. Al acabar me puse de pie y me retiré el pelo de la cara. Entonces mis ojos se toparon con los suyos y yo los entrecerré con expresión desafiante. Como era de esperar, ella apartó la vista.

 

Mi corazón dio un peque?o vuelco de miedo. No iba a hacer ningún otro hechizo que me ense?ara Ceri, a menos que antes supiera exactamente qué podía esperar de él. Haberme enterado demasiado tarde de que los conjuros, que había utilizado para convertirme en lobo y para aumentar el tama?o de Jenks, eran, en realidad, maldiciones, me había servido de lección.

 

—No es un hechizo normal, ?verdad? —le pregunté.

 

Ella alzó la vista.

 

—No.

 

Yo solté un suspiro y me dejé caer sobre la silla plegable. Entonces me quedé mirando el trozo de tiza que tenía en la mano y lo dejé sobre la superficie de mármol verde con un golpe.

 

—Es demoníaco, ?verdad?

 

Ella asintió con la cabeza.

 

—Pero no deja mancha —explicó—. No vas a cambiar la realidad, tan solo te colocarás encima de una línea. Es similar a cuando estuviste a punto de arro-jarle energía sin pulir a Ivy. Si eres capaz de hacer algo así y, tal y como quedó demostrado, atraerla de nuevo hacia ti sin resultar herida, deberías lograr esto…

 

La frase se fue apagando al final y yo flexioné los dedos recordando que el dolor apenas había durado un momento antes de desvanecerse en el caos que todo aquello originó. Magia demoníaca. Mierda, mierda, mierda.

 

—Tal vez no lo consigas —dijo entonces como si esperara que así fuera—. Solo quiero saberlo. Si al final lo logras, dispondrás de algo que un día podría salvarte la vida.

 

Yo apreté los labios con fuerza mientras recapacitaba sobre ello.

 

—?Estás segura de que no deja mancha?

 

Ella sacudió la cabeza.

 

—Completamente. Solo estás modificando energía, no cambiando la realidad.

 

Resultaba tentador, pero sabía que había algo más que todavía no me había contado. Lo percibía en sus movimientos sutiles, mi capacitación como cazarrecompensas me lo decía a gritos. Pensé en Quen, en su lecho de muerte, y me pregunté qué demonios hacía Ceri allí, en el campanario, en vez de estar con él. Aquello no tenía sentido. A menos que…

 

—Quieres saber si soy capaz para poder contárselo a Quen, ?verdad?

 

Ceri se sonrojó y el miedo se apoderó de mí haciendo que me irguiera.

 

—No debería ser capaz, ?verdad? —pregunté, y cuando ella negó con la cabeza yo sentí un nudo en la garganta—. ?Se puede saber qué demonios me hizo el padre de Trent? —dije, presa del pánico.

 

Sus ojos relampaguearon.

 

—No sigas por ahí, Rachel —dijo poniéndose en pie. Seguidamente se acercó a mí inundándome con su olor a seda mojada—. Lo único que hizo el padre de Trent fue mantenerte con vida. Tú eres tú.

 

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