Fuera de la ley

Movida por la curiosidad, me aseguré de que la bufanda seguía en su lugar, y aminoré la velocidad para dejar pasar a un Arnold más delgado de lo normal y permitir que Trent me alcanzara.

 

—Rachel —dijo colocándose junto a mí. Yo me sentí incómoda cuando se quedó mirando mi bufanda como si supiera lo que había debajo—. Eres increíble. Sabes que quiero hablar contigo.

 

—Pues aquí me tienes —dije retirándome un mechón rizado de la cara—. Además, siempre quise ver a toda una potencia mundial sobre patines. Lo haces muy bien… para ser un asesino.

 

Trent entrecerró sus ojos verdes y apretó la mandíbula. Era evidente que intentaba contener su rabia. ?Dios! ?Cuánto me gustaba llevarlo al límite! Y que además le importara lo que yo pudiera pensar lo decía todo.

 

—Necesito que me acompa?es —dijo mientras doblábamos la esquina. Yo solté una carcajada que se perdió en el estruendo de los altavoces.

 

—?En tu misión suicida? —pregunté—. Me alegra que por fin te hayas decidido a pedir ayuda, pero no pienso ir contigo a siempre jamás. Olvídalo.

 

Estaba a punto de decir algo pero, sus emociones más dejaban ver más de lo habitual, se quedó callado cuando bajaron las luces y se encendió la bola de discoteca.

 

—Patinaje por parejas —se oyó decir a Chad por los altavoces en un tono aburrido—. Los que no la tengan, que salgan de la maldita pista.

 

Yo alcé las cejas con expresión retadora, pero Trent me sorprendió acer-cándose a mí y agarrándome del brazo. Tenía los dedos fríos, y mi sonrisa se desvaneció. Aquello no me gustaba ni un pelo. Me encantaba sacar de quicio a Trent y, para ser sincera, me daba la impresión de que lo soportaba estoi-camente para poder hacer lo mismo conmigo, pero ?aquello? Nunca le había notado la piel tan fría.

 

—Mira —le dije mientras ponían una música más lenta y las parejas empe-zaban a acercarse—, no voy a ir a siempre jamás. Al me está haciendo la vida imposible otra vez, y lo que menos necesito es meterme en su territorio, así que quítatelo de la cabeza.

 

Trent sacudió la cabeza con incredulidad.

 

—No puedo creer que lo llames ?Al?.

 

—Como comprenderás, no voy a usar su nombre de invocación —respondí ofendida. Estábamos pasando por delante del área de descanso, y en ese momento divisé a Marshal. Se encontraba de pie, delante de un sofá vacío con expresión preocupada y dos granizados en las manos. Se irguió cuando me vio, y yo le hice un gesto de ?espera un minuto?.

 

A pesar de las luces que giraban, pude captar su expresión de confusión y de decepción. A continuación, cuando se dio cuenta de con quién me encontraba, parpadeó. Justo entonces lo dejamos atrás mientras patinábamos en dirección al otro extremo de la pista.

 

—No se trata de siempre jamás —dijo Trent devolviéndome a nuestra con-versación.

 

Yo apreté los labios y me pregunté si volverían a prohibirme la entrada si lanzaba a Trent contra la pared.

 

—Sí, ya lo sé. Se trata de Ceri y de su bebé. Dios, Trent. Me lo habría esperado de cualquiera menos de Quen.

 

Trent estuvo a punto de soltarse, pero lo sujeté con fuerza, evitando mirarlo a la cara.

 

—?Te lo dijo Ceri? —inquirió. Parecía avergonzado y me pregunté si había estado sopesando la idea de casarse con ella y hacer creer a todos que el hijo era suyo.

 

Entonces me di la vuelta permitiendo que viera mi cara de asco.

 

—Sí, me lo dijo. Es mi amiga. O lo era. —El rostro de Trent no mostraba ninguna emoción, y yo sentí una punzada de culpa—. Oye, lo siento. Si te sirve de algo, creo que Ceri y tú hacéis muy buena pareja y que tendríais unos ni?os realmente guapos pero, dime la verdad, ?crees que podríais ser felices?

 

él apartó la vista y se quedó mirando la pareja que patinaba delante de no-sotros y que iba vestida de Bonnie y Clyde.

 

—Rachel —dijo mientras sonaban los últimos versos de la canción, que eran tan cursis que daban ganas de vomitar—. Necesito que vengas conmigo a mi casa. Esta noche.

 

Yo solté una carcajada y miré el reloj.

 

—Ni lo sue?es. —Entonces, tras decidir que si no le daba una explicación podría darme alguna droga y llevarme a la fuerza, a?adí—: No puedo, Trent. Si no estoy en terreno consagrado antes del crepúsculo, Al se enterará y se presentará. Aun así, te diré una cosa. Ma?ana por la tarde vendré a verte con una enorme y abultada factura por la consulta, acompa?ada de un no rotundo.

 

El miedo cruzó su rostro, y lo ocultó demasiado rápidamente como para que pensara que estaba intentando manipularme.

 

—Ma?ana será demasiado tarde —dijo quedamente, aunque su voz sonó clara y fuerte porque la canción había acabado y el ruido de los patines cesó—. Te lo pido por favor, Rachel. A mí me da lo mismo, pero me lo ha pedido Quen, y haría cualquier cosa por él.

 

?Eh! ?Espera un momento! De pronto dudé, lo obligué a detenerse y lo arrastré hasta la esquina, donde no molestáramos al resto de los patinadores.

 

—?Quen? —pregunté—. ?Y para qué quiere verme Quen?

 

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