Fuera de la ley

Al llegar a la esquina ambos realizamos un cómodo giro en paralelo que hizo que aumentáramos la velocidad y, cuando la mano de Marshal volvió a chocar con la mía, me la cogió. Yo no dije nada, pero cuando notó que me había puesto ligeramente rígida, la soltó fingiendo que tenía que colocarse la camisa. En ese mismo instante me sentí fatal, pero aquello no era una cita, y no quería que acabara siéndolo.

 

En la pared de enfrente había un enorme reloj y un cartel que actualizaban a diario y que indicaba a qué hora se ponía el sol. Curiosamente, no había ningu-no que dijera a qué hora amanecía. Me pasé la lengua por encima del peque?o bulto del interior del labio y sentí una punzada de miedo que rápidamente se desvaneció. No estaba atada. Podía salir tranquilamente sin necesidad de que Ivy me protegiera de la posibilidad de que un vampiro sin rostro se presentara y me pusiera a suplicarle que me chupara la sangre.

 

En cuanto a Al… No corría ningún peligro. Mientras el sol no se pusiera, claro está. Me he convertido en el cebo de un demonio. Aquello no era vida.

 

Marshal vio que miraba el reloj y, justo después, se concentró en la mano que me colgaba a la altura del muslo.

 

—?Quieres que nos vayamos?

 

Yo negué con la cabeza y me ajusté la bufanda, pero luego me sentí cul-pable por ocultar mis mordiscos de vampiro. Hasta aquel momento nunca me había avergonzado de ellos, pero creo que era porque, por primera vez, entendí el riesgo que había corrido y me daba corte reconocer lo estúpida que había sido.

 

—No, todavía tenemos tiempo.

 

Teniendo en cuenta que estábamos pasando junto a los altavoces, me acerqué a él para que pudiera oírme por encima de la música, con cuidado de no tocarlo.

 

—De vuelta a casa necesito parar un momento para comprar unos tomates y un par de bolsas de caramelos. El a?o pasado se me acabaron y, cuando apagué la luz, alguien me ató unos condones en la antena del coche. Tomates, caramelos y un hechizo para cambiar el color de la piel.

 

Su sonora carcajada hizo que me preguntara cuántos habría atado en sus buenos tiempos. Por el destello de picardía de sus ojos, imaginé que tenía que haber sido una buena pieza.

 

—?Eh! —dijo de pronto—. Espera un momento. Déjame comprobar si to-davía sé hacer esto.

 

Seguidamente, con un rápido movimiento de los brazos, se puso a patinar hacia atrás. Nos acercábamos a una esquina, y le cogí las manos cuando vi que se tambaleaba. Aunque lo solté casi de inmediato, aquel breve roce hizo que relajara las mandíbulas.

 

En ese momento me sentí terriblemente culpable por haberme puesto tensa cuando me había cogido minutos antes y, para que no pensara que lo encontraba feo o algo parecido, me coloqué un poco más cerca de él. Dios. Hacía a?os que no hacía aquello, pero si a Marshal no le daba miedo caerse y acabar con una insignia en la que se leyera ?Me pegué un trastazo en Aston's?, a mí tampoco.

 

Con una sonrisa que pretendía ocultar mi nerviosismo, me incliné hacia delante para que me oyera al pasar junto a los altavoces.

 

—?Date la vuelta! —le grité.

 

—?Cómo?

 

Yo sonreí de nuevo.

 

—?Ponte delante de mí y date la vuelta!

 

Una vez dejamos atrás los altavoces, abrió mucho los ojos y respondió:

 

—?De acuerdo!

 

Estaba de espaldas a mí, y aproveché para quedarme mirando sus amplios hombros. ?Madre mía! Era increíblemente alto. Mi madre tenía razón. Me venía bien salir y hacer algo diferente. Eso sí, tenía que evitar pensar en lo que iba a ser de mi vida, de lo contrario me derrumbaría en un charco de desesperación. Equilibrio. Era todo cuestión de equilibrio.

 

Apartando aquellos pensamientos de mi mente, le puse las manos sobre los hombros con mucha cautela mientras girábamos en el extremo más distante.

 

—?Me ayudas a pasar por debajo de tus piernas? —le sugerí inclinándome para que pudiera oírme bien—. Eres los suficientemente alto.

 

Estábamos junto a los altavoces, y la música retumbaba en mi interior jun-to con el estruendo de los tablones de madera. Debería venir más a menudo, pensé. A pesar de que la mayoría de los presentes eran humanos y la música era penosa, resultaba muy relajante. Y seguro.

 

Marshal se dobló por la cintura y, cuando sus manos aparecieron entre sus piernas, me puse en cuclillas y las agarré.

 

—?Oh, mierda! —exclamé cuando me di cuenta, demasiado tarde, de que había cruzado los brazos a la altura de las mu?ecas. Entonces tiró de mí y yo empecé a girar.

 

—?Oooh, nooo! —dije entrecortadamente sintiendo una descarga de adre-nalina cuando todo a mi alrededor empezó a dar vueltas. Entonces abrí los ojos como platos y alcancé a ver fugazmente la risa de Marshal, que tiraba de mí hacia él para que no me cayera. Conseguí alinear las ruedas y, jadeando, me quedé paralizada, con los brazos aplastados contra su cuerpo, mientras patinaba hacia atrás. Entonces inspiré hondo y levanté la vista. Me tenía abrazada.

 

—?Vaya! No me esperaba esto.

 

—Lo siento —se disculpó tímidamente mirándome a los ojos.

 

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