Fuera de la ley

—?Serás mentiroso! —dije viendo que las paredes pasaban rápidamente junto a nosotros. Estaba entre sus brazos, patinando hacia atrás a toda velocidad. Aquello se parecía mucho a mi propia vida.

 

—Ummm, ya puedo sola —le dije. Aun así, no me separé de él, porque una peque?a y herida parte de mí se moría por quedarse allí, empapándose de su calor y de su aceptación.

 

él sonrió con dulzura al darse cuenta de la tesitura en que me encontraba y, cuando redujo la fuerza con que me sujetaba, me di la vuelta con cuidado y me solté. Probablemente no debería haberle sugerido que me pasara por debajo de sus piernas, pero no imaginaba que iba a acabar… así. Mierda. Debería haber dejado las cosas como estaban.

 

—?Ey! —exclamé nerviosa, esperando que no creyera que quería cambiar nuestra relación. En realidad, ni siquiera teníamos una—. No se te da nada mal. Antiguamente me pasaba la vida aquí cuando no estaba en el colegio. ?Dónde aprendiste a patinar tan bien?

 

Marshal se quedó mirando las gastadas pegatinas de mis patines, la mayor parte de las cuales eran de grupos de música de los a?os noventa. Tenía los ojos arrugados como si estuviera a punto de echarse a reír. ?Oh! Esperaba que las cejas le crecieran pronto.

 

—No hay muchas cosas que hacer cuando los turistas se marchan. Te sor-prendería descubrir cuántas cosas más se me dan bien.

 

Yo sonreí al imaginar lo que había que hacer para mantenerse ocupado cuando nevaba. Déjalo en paz, Rachel. No está buscando pareja, ni tú tampoco.

 

—Y ahora que has conseguido el trabajo, ?te instalarás aquí definitivamente?

 

—Ajá. —En ese momento levantó la vista de los tablones y me di cuenta de que él también estaba sonriendo—. Hay un tipo interesado en comprarme el negocio. Solo falta que nos pongamos de acuerdo en el precio.

 

Yo ladeé la cabeza.

 

—?Y qué me dices de tu casa?

 

Marshal se encogió de hombros.

 

—Estaba de alquiler. La próxima vez que vaya, me traeré todas mis cosas. A no ser que me lo encuentre todo tirado en el jardín delantero o, peor aún, chamuscado.

 

Entonces recordé lo que me había contado mi madre sobre su ruptura con una novia psicópata y sentí un escalofrío.

 

—Lo siento. ?Estás hablando de Debbie? —pregunté, acordándome de ella.

 

él permaneció callado mientras doblábamos la esquina con un giro en pa-ralelo y adelantábamos a toda velocidad a una pareja que iba disfrazada de los mu?ecos de trapo Raggedy Ann y Andy.

 

—Ninguno de los dos tuvo la culpa —dijo cuando nos enderezamos—. Llevá-bamos mucho tiempo juntos, pero los dos últimos a?os la cosa fue degenerando.

 

—?Oh! —Por los altavoces se escuchaba fast rock a todo volumen, y yo eché un vistazo al reloj.

 

—A ella le gustaría tener un marido del que poder presumir y, por lo visto, mis logros no estaban a la altura de sus expectativas —dijo con un peque?o atisbo de amargura en la voz—. Por no mencionar que se olvidó de que yo no trabajaba para conseguir suficiente dinero para impresionar a la gente, sino para regresar y poder pagarme el máster. Creía que estaba enamorado de ella —continuó enco-giéndose de hombros una vez más y quedándose ligeramente encorvado—, pero tal vez estaba enamorado de la idea de tenerla a mi lado. Ya no nos importaban las mismas cosas y lo nuestro, sencillamente… murió.

 

Me alegré al comprobar que su expresión mostraba más arrepentimiento que rabia.

 

—?Y a ti qué es lo que te importa? —le pregunté.

 

Marshal se quedó pensando mientras nos las arreglábamos para esquivar a Darth Vader, que se las veía y se las deseaba para no chocar contra la pared porque el casco no le dejaba ver bien.

 

—Tener éxito en el trabajo. Disfrutar haciendo lo que me gusta. Sentir ca-ri?o por una persona y apoyarla en sus intereses porque me gusta verla feliz. Y que ella sienta cari?o por mí y me apoye en los míos simplemente porque le gusta verme feliz.

 

De repente escuchamos un gran jaleo a nuestras espaldas y la luz del in-dicador de batacazos de la cabina del disc-jockey empezó a girar. Darth se la había pegado, llevándose por delante a otras tres personas. Yo me quedé calla-da mientras repasaba mentalmente los objetivos de Marshal, luego los míos, y finalmente los de Ivy. ?Dios! Esperaba que se encontrara bien. Me sentía terriblemente culpable por estar pasándomelo bien mientras ella intentaba averiguar quién había matado a Kisten. Aun así, yo no podía acercarme como si nada a las guaridas de los vampiros para pedir información. Como ya había decidido anteriormente, ella se ocuparía de los vampiros y yo de los demonios.

 

—?Eh! —dijo Marshal, dándome un pu?etazo amistoso en el hombro—. No se suponía que tuvieras que ponerte tan seria. —A continuación, cuando levanté la vista y le sonreí, a?adió—: ?Te apetece beber algo?

 

Tras echarle un nuevo vistazo al reloj, respondí:

 

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