Fuera de la ley

—?Claro! Suena genial.

 

Juntos adelantamos al trío de brujas vestidas a la manera tradicional, con sombreros negros incluidos, que iban cogidas del brazo intentando bailar el can-cán. A continuación subimos el escalón del área de descanso, que tenía el suelo enmoquetado, y yo inspiré rápidamente cuando me vi obligada a reducir la velocidad hasta detenerme en seco en apenas dos segundos. De pronto me di cuenta de que allí hacía más calor y que la música estaba más alta. Hasta que no nos habíamos detenido, no fui consciente de lo rápido que íbamos. Una vez más, aquello parecía un reflejo de mi vida.

 

En ese momento Marshal se inclinó hacia mí para que pudiera oírle y yo me aparté el pelo y me lo sujeté detrás de la oreja.

 

—?Qué quieres? —me preguntó con los ojos puestos en la cola.

 

?Además de saber qué demonios está pasando entre nosotros?

 

—?Qué tal un granizado? —sugerí—. De algo verde.

 

—Algo verde —repitió—. Eso está hecho. ?Y si coges una mesa?

 

Yo asentí con la cabeza y él se puso a la cola mientras ojeaba el cartel lumi-noso con el menú. Entonces volví a mirar el reloj sintiéndome como Cenicienta. Teníamos tiempo de sobra pero, honestamente, no sabía cómo se las arreglaban los vampiros para vivir así. La mayoría de los sitios públicos disponían de re-fugios de emergencia para protegerse del sol y, aunque salían por un ojo de la cara, encontrar un lugar consagrado podía resultar bastante más complicado.

 

Me deslicé en dirección a uno de los sofás de plástico que estaban de espaldas a la pista y pensé que había bastado que mi madre dijera que lo mío con Marshal no podía durar para que, inmediatamente, comenzara a interesarme por él. ?Dios! ?Qué estúpida era! Era perfectamente consciente de lo que estaba haciendo y, aun así, no conseguía parar. Pero Marshal estaba empezando a gustarme de verdad y aquello me preocupaba. Cierto era que ninguno de los dos estaba buscando pareja, pero era eso lo que lo hacía más peligroso. Los dos habíamos bajado la guardia. Por otro lado, el hecho de que, como a mí, le gustara poner un poco de emoción en su vida, no era exactamente una buena cosa, porque yo podía iniciarlo en el arte de rastrear incienso vampírico vestido con ropa de cuero. Pero, precisamente, esa forma de entender la vida era la razón por la cual no me había montado el número por las nuevas marcas de mi cuello o por que un demonio me la tuviera jurada. Ni siquiera me había dejado tirada como un montón de mierda de trol después de conocer a mi madre. Y eso significaba mucho. Joder. Mi vida era un maldito desastre.

 

Cuando salía con Nick solíamos pasar la noche hablando o viendo películas. Kisten, en cambio, había sido más extravagante, y había preferido ir a cenar a restaurantes caros o de discotecas. Sin embargo, hacía a?os que no tenía una cita que conllevara una moderada cantidad de ejercicio físico que no solo me relajara, sino que también me dejara agotada. Me apetecía disfrutarla sin más, pero era incapaz de hacerlo sin ir cada vez un poco más allá para comprobar en qué punto nos encontrábamos y si había cambiado algo en el último cuarto de hora. Bienvenido a mi pesadilla, pensé, decidida a parar aquello y dejarlo en paz.

 

Entonces suspiré y me dejé caer sobre el duro asiento de plástico. Era incapaz de estar con un tipo sin imaginarme cómo sería tener una relación con él. Lo hacía continuamente. Me pasaba con Ford, con Glenn y con David. Y también con el chico que trabajaba en el supermercado de la esquina reponiendo los estantes de los helados y que tenía aquellos hombros maravillosos… Pero ninguno de ellos era un brujo y, por mucho que me empe?ara en pensar lo contrario, sentía una atracción que jamás sentiría por un humano, ni por un hombre lobo… ni siquiera por un vampiro. Si algún día me decidía a formar una familia, hacerlo con un brujo sería mucho más sencillo.

 

A continuación empecé a mover los patines hacia delante y hacia atrás y me di cuenta de que, una vez quieta, los pies me pesaban tanto como mi estado de ánimo. Desde donde me encontraba se podía ver la entrada y también el mostrador de los patines. Alguien estaba discutiendo con Chad, el encargado, y me giré para enterarme de lo que pasaba.

 

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