Fuera de la ley

—Marshal… —comencé a decir, pensando que realmente tenía que irme a casa a ponerme a trabajar en la cocina.

 

Marshal esbozó una sonrisa. La luz del sol lo hacía increíblemente atractivo.

 

—Me ha dicho que me llamaría y, si le digo que te llevé a casa, se llevará un disgusto de campeonato. Yo también tengo madre, ?sabes?

 

Yo suspiré, sujetando el trozo de tarta, consciente de que jamás conseguiría encontrar las llaves en el bolso con una sola mano. Volví a morderla y miré hacia la casa. Mi madre estaba asomada a la ventana mientras sujetaba las cortinas a un lado. Cuando me vio, saludó con la mano, pero no se movió de donde estaba. A pesar de todo, me di cuenta de que no merecía la pena montarle una escena.

 

—Solo dos horas —me prometió con una expresión seria pero afectuosa—. Después te ayudaré con los hechizos para que te dé tiempo a prepararlo todo.

 

Indecisa, me quedé mirando los coches. Podía permitirme un par de horas libres.

 

—?Quieres coger mi coche?

 

Marshal le echó un vistazo y se le iluminó la cara. Había personalizado el descapotable rojo con algunos toques femeninos, pero seguía siendo lo suficien-temente masculino para evitar que pareciera el típico coche de chica.

 

—Claro. No me importa tener que volver para recoger el mío. La pista de patinaje no pilla lejos de aquí.

 

Eso significa que ha pensado en el Aston's, pensé apretando los dientes. Era imposible que se acordaran de mí. Había pasado mucho tiempo desde aquello.

 

—Suena bien —dije convencida de que, si cogíamos su coche, acabaríamos tirados en algún sitio y me sería imposible volver a la iglesia antes del anochecer.

 

No conseguía imaginarme cómo debía de ser la vida de los no muertos, te-niendo que refugiarse en algún lugar antes de que saliera el sol para no correr el riesgo de ser aniquilados. Tendría que estar muy pendiente de la hora. Si se presentaba un jodido demonio en la pista de patinaje, me prohibirían la entrada de por vida.

 

Nos dirigimos a mi coche y, tras meterme en la boca el último trozo, saqué las llaves del bolso y se las di. Marshal alzó las cejas al agarrar la llave de rayas de cebra, pero no dijo nada. Como un auténtico caballero, me abrió la puerta y me metí dentro mientras observaba cómo daba la vuelta para acceder al asiento del conductor. Se había acabado la tarta y, cuando entró con un gru?ido en el peque?o espacio, todavía tenía la boca llena. Luego se tomó algo de tiempo para ajustar todo a su considerable altura.

 

—Bonito coche —dijo cuando terminó de acomodarse.

 

—Gracias. Me lo dio la AFI. Perteneció a un agente de la SI hasta que murió a manos de Trent Kalamack.

 

Reconozco que el comentario había sido excesivamente sincero, pero habría resultado útil para prepararlo para cuando nos quedáramos bloqueados en el tráfico y se presentara un demonio a causar un incidente de grandes proporciones en la autopista. Odiaba con toda mi alma las furgonetas de los informativos.

 

Marshal vaciló y, al ver la manera en que se quedaba mirando la palanca de cambios, me pregunté si sabría conducirlo.

 

—No se lo cargaría en el coche, ?verdad?

 

—Ah, no. Para nada. Pero yo lo dejé KO una vez con un hechizo para dormir y lo encerré en el maletero.

 

Al oír mi respuesta, Marshal soltó una sonora y relajada carcajada que me resultó muy reconfortante.

 

—Bien —dijo metiendo la primera y provocando solo una breve sacudida cuando nos pusimos en marcha—. Los fantasmas me dan repelús.

 

 

 

 

 

15.

 

 

Las vibraciones de las ruedas sobre la madera barnizada retumbaban en mi interior, y la velocidad no solo me resultaba familiar, sino también excitante. La música estaba a todo volumen, y la novedad de ver a la gente patinando disfrazada hacía que el atronador y sombrío espacio me pareciera completamente nuevo. Llevábamos allí algo más de una hora, y debido a las innumerables vueltas que habíamos dado hasta ese momento, sentía el cerebro adormecido y el cuerpo agradablemente agotado. Marshal ya me había rozado la mano accidentalmente un par de veces y, a pesar de que había insistido en que lo único que buscaba era un poco de compa?ía, las palabras de mi madre me hicieron preguntarme si, en realidad, estaba tanteando el terreno.

 

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