Fuera de la ley

Chad trabajaba detrás del mostrador de los patines desde antes de que yo empezara a ir a Aston's, en mi época del instituto. Llevaba una melena que le llegaba hasta los codos y estaba medio pirado por culpa de haber abusado durante a?os del azufre. No le importaba una mierda nadie, pero hacía bien su trabajo. Era el empleado perfecto para relacionarse con los clientes, y era capaz de hacer cualquier cosa, incluido echar a patadas a alguien. Además, el se?or Aston nunca lo echaría.

 

La silueta de uno de los hombres que discutían con Chad se vislumbraba a través de las puertas de cristal debido a la luz vespertina que provenía del exterior, y me llamó la atención su impresionante altura. El otro era algo más bajo, pero mantenía una pose estirada y algo altiva. Encontré muy gracioso que estuvieran intentando intimidar a Chad pero, cuando reconocí al más alto, dejó de parecerme divertido.

 

Maldita sea. No podía haber un personaje más alto y repugnante en el mundo entero, ni siquiera en Halloween. Se trataba de Jonathan, lo que significaba que su compa?ero no era otro que Trent Kalamack.

 

Entonces miré a Marshal y, cuando vi que la cola apenas se había movido, me puse de pie y me coloqué algo más cerca.

 

Efectivamente, se trataba de Trent. Iba vestido con traje y corbata, lo que le hacía parecer bastante fuera de lugar frente a la moqueta raída y los mostra-dores de linóleo. En aquel instante me acordé del hechizo de Pandora, pero lo deseché rápidamente. No quería deberle nada.

 

—Como si me dice que es usted el primer ministro del culo de mi novia —dijo Chad apuntando a Jon con la u?a del dedo manchada de azufre—. No le pienso dejar que cruce esa puerta a menos que se ponga unos patines. El cartel lo dice muy clarito.

 

Desde donde yo estaba no se divisaba el cartel, pero lo había visto en otras muchas ocasiones. Medía un metro de ancho por uno y medio de alto, ocupaba toda la pared que tenía detrás y estaba escrito en letras rojas subrayadas en negro.

 

—?Esto es intolerable! —dijo Jon con la voz cargada de desprecio—. Solo queremos estar cinco minutos para hablar con una persona.

 

Chad se inclinó sobre el mostrador y le pegó un trago a su cerveza.

 

—Sí, claro. La típica excusa.

 

Trent apretó los dientes con fuerza.

 

—Dos pares del número nueve —dijo intentando no tocar nada.

 

Jon se dio la vuelta. Sus angulosos rasgos de ave rapaz mostraban un gesto de sorpresa.

 

—?Se?or?

 

—Págale y basta —dijo Trent. Chad le dedicó una sonrisa como si le estu-viera diciendo ?jódete? y dejó dos pares de patines bastante asquerosos sobre el mostrador.

 

Con una cara que parecía que lo estuvieran obligando a pasar la lengua por el asfalto, Jon sacó un monedero del bolsillo interior del abrigo. Cualquiera se habría dado cuenta de que aquellos pies no entrarían en unos patines del nueve, pero su objetivo era que les dejaran entrar, no ponerse a patinar. Trent lo dejó pagando y entró en el local mientras la suave brisa que levantaba la gente que estaba patinando agitaba sus rubios cabellos. Cuando me descubrió allí, mirándolo, se detuvo indeciso. Yo lo saludé con la mano. Sin quitarme la vista de encima, siguió adelante e intentó pasar por el torniquete sin tocarlo.

 

Mi sonrisa sarcástica se transformó en cabreo. ?Qué co?o querrá ahora?, pensé, preguntándome si tendría algo que ver con las breves vacaciones que pensaba pasar en siempre jamás. En ese caso, se iba a llevar una tremenda de-cepción. No pensaba trabajar para él, aunque sacarle de quicio era uno de mis entretenimientos favoritos.

 

Con una sonrisita, busqué a Marshal con la mirada. Iba a tener que quedar-se allí un buen rato de manera que, cuando vi que Trent se acercaba con aire resuelto, abandoné la moqueta y regresé a la pista.

 

—?Morgan! —exclamó Trent. Yo me di la vuelta y, patinando hacia atrás, le mandé un saludo con los dedos haciendo el gesto de las orejas de conejo. él frunció el ce?o y yo me puse a bailar al ritmo de la música. ?Oh, Dios! Era Magic Carpet Ride y todo el mundo se dirigía entusiasmado hacia la pista.

 

Cuando terminé de dar una vuelta completa, Jon ya se había reunido con Trent, que se estaba atando los cordones. ?Estaba pensando en entrar? Mierda. Debía de estar muy cabreado. Ya me había localizado en otras ocasiones para tentarme con un montón de dinero, pero nunca había llegado tan lejos.

 

Mientras daba una segunda vuelta, repasé mentalmente nuestro último encuentro. No recordaba haber hecho nada para cabrearlo de aquel modo. Tenía que reconocer que me divertía fastidiarlo, pero podía matarme si realmente se lo propusiera. Eso, por supuesto, habría conllevado que se destapara su peque?o y desagradable secreto de los laboratorios genéticos ilegales y que todo su imperio se tambaleara, pero era capaz de hacerlo solo por fastidiarme.

 

Al terminar la tercera vuelta, me di cuenta de que Jon se había quedado solo. Rápidamente escudri?é la pista pero, hasta que no miré detrás de mí, no encontré a Trent moviéndose con soltura. ?Sabía patinar? Inmediatamente contemplé la posibilidad de echarle una carrera, pero había demasiada gente vestida con disfraces muy poco prácticos y, además, probablemente ya lo había llevado al límite. Al fin y al cabo era un capo de la droga.

 

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